𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟗: 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒆́𝒓𝒅𝒂𝒎𝒆

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Cuando Noah dijo que la sorpresa eran unas vacaciones a un resort en Sacramento y no me imaginaba ese clima de Los Ángeles casi primaveral en el que la temperatura casi siempre rozaba los veinte grados, pero no me imaginaba que donde íbamos estuviese todo nevado.

No dije nada cuando Noah no tomó los desvíos que nos llevaban a Sacramento, como tampoco dije nada cuando empecé a ver pequeños restos de nieve a los lados de la carretera y los carteles desgastados que se alejaban de las carreteras principales. La temperatura se desplomó de golpe y el jersey de lana verde que llevaba ya no era suficiente para alejarme del frío.

—Dios, ¿dónde me llevas? ¿Al pico de una montaña? —Mascullé con los dientes castañeando, estirando la mano hacia los asientos traseros para coger su chaqueta vaquera con ese revestimiento de pelo por dentro.

—Exacto, allí mismo te voy a llevar a celebrar tu cumpleaños.

Me arropé a mí misma en la calidez de su chaqueta y refunfuñé, observándola de perfil. Levantó una ceja y negó con la cabeza, reprendiéndome como si fuese una niña malcriada a la que no le han dado suficientes regalos por su cumpleaños, aunque en realidad aún no había recibido ninguno.

La nieve se apoderaba cada vez más de los arcenes, el cielo cada vez era más gris y los árboles que bordeaban la trazada se hacían más altos a medida que avanzábamos el camino.

Era extraño, parecía que estaba teniendo un dejà-vu constante en el que la carretera, los pinos y abetos y hasta los letreros me parecían familiares, pero aún más familiar me era el cartel que daba la bienvenida al Condado de Alpine. Cruzamos el río a través de un puente de madera, atravesamos el centro del pueblo donde las calabazas se apilaban en la puerta de las tiendas, donde la gente llevaba las compras en brazos y saludaba a sus vecinos con una sonrisa, donde se daba la bienvenida a la época de Acción de Gracias con una gran pancarta que cruzaba la calle en la que se leía 'Pumpkin patch 2022!' y la nieve era el principal juego de los niños que se perseguían por la acera adoquinada y cruzaban la calle sin casi mirar.

—Los putos niños de los huevos —farfullo Noah, parándose en el paso de peatones de golpe para dejarlos pasar.

—No hables así, son niños —reprendí, dándole un golpe en el hombro—. Tú también fuiste una niña.

—Perdona, yo era una niña modélica. Me levantaba, me hacía el desayuno, fregaba los platos, iba al instituto, entrenaba, estudiaba y tenía una media de diez aunque odiaba estudiar. ¿Le levanté la voz alguna vez a mi padre? —Se quedó en silencio y apretó los labios—. Sí, es un cabrón.

Miré por la ventana y fruncí las cejas al ver que pasábamos por la zona residencial del Condado de Alpine. Noah paró el coche delante de una de las casas y yo eché la cabeza hacia adelante para escudriñar la casa donde nos habíamos parado. Tenía una sensación de extraña familiaridad, pero nada se me venía a la mente al verla. Pensé, quizás, que la había visto en el ordenador de Noah al pasar por delante de su despacho mientras trabajaba con la puerta abierta, pero no conseguía localizar el recuerdo concreto.

La fachada de piedra combinaba bien con el tejado cubierto de una capa espesa y gruesa de nieve y las mecedoras de madera en el porche.

—Ahí dentro está tu regalo de cumpleaños —dijo Noah, sacando la llave del contacto—. A esto vine a Sacramento y por eso llevaba ropa de abrigo.

Alcé una ceja, desviando la mirada hacia la puerta de la casa. No habría sido capaz de comprar aquella casa para nosotras, ¿verdad? No, no. Pero su padre era dueño de una inmobiliaria en San Diego y seguro que tenía contactos en el norte de California. Dios, había comprado la casa y a mí me invadía la preocupación y la culpabilidad porque: yo no me merecía tanto y estaba segura de que Noah no tenía tanto dinero ahorrado como para comprar una casa.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora