𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟗: 𝒃𝒖𝒓𝒃𝒖𝒋𝒂𝒔

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Eran las nueve cuando llamé al timbre de su puerta. Cuando ella abrió me dio vergüenza haber llegado con el mismo traje con el que ese día fui a trabajar, aunque Olivia decía que esa camisa burdeos remangada hasta los codos me quedaba bien, tenía algo de reparo al ver ese vestido de seda verde que deslizaba el tirante por su hombro al ser incapaz de mantenerse enganchado a ella. Se le caía constantemente, pero la simpleza del gesto con el que se lo volvía a poner me dejaba embobada durante tres segundos.

—Perdóname, he tenido que ir a San Diego. —Me disculpé en cuanto abrió la puerta.

—No te disculpes. ¿Qué traes ahí? —Señaló la bolsa de cartón negro mate que llevaba en la mano.

—Vino. Mi hermana vive cerca de unas bodegas. ¿Te molesta que traiga vino? —Miré hacia arriba, quebrando la distancia que separaba nuestras miradas por los dos escalones que alzaban la puerta de su apartamento.

—¿Por qué me molestaría que trajeses vino?

—Igual piensas que es una cita, no sé. —A Olivia se le escapó una carcajada y se apartó de la puerta para dejarme pasar.

—Entra, anda.

Subí los dos escalones de un solo paso y me planté delante de ella, poniéndole la bolsa en la mano que tenía libre. Miré la entrada de su apartamento y solo aquello me pareció más grande que mi piso en Chinatown.

No era justo como alguien pensaría que era la casa de Olivia Archer. Sí la esperaba amplia, espaciosa, ordenada y colorida. El salón tenía un balcón tan amplio que se permitía tener una mesa redonda de mármol y una pata troncal de hierro pintada de negro con vistas a un jardín que apenas podía distinguir por la noche que había caído. Un sofá rosa pastel, muebles blancos, tres paredes blancas y una, en la que se colocaba el televisor, del mismo rosa que el sofá. La cocina tenía las paredes alicatadas de blanco con azulejos en relieve que hacían surcos, la encimera de mármol blanco y los muebles de la cocina de un tono rosa pomelo.

Olivia se llevó la botella de vino a la cocina mientras yo me quedé embobada mirando solamente el salón. Parecía una de esas niñas que va a casa de sus amigas y se queda alucinando con la piscina de sus papás ricos.

Ni siquiera me di cuenta de la comida india que había encima de la mesa del salón cuando me acerqué al cuadro que tenía en la pared rosa. Una mujer de espaldas, sentada en el regazo del que se presumía un hombre, con una camisa caída dejando ver la totalidad de su espalda, sus omoplatos pronunciados y las manos de esa persona aferrándose a su espalda para retenerla allí.

—No sabía que te gustaban estos cuadros. Pero hay un hombre en él. Mmh. —Sacudí la cabeza. La vi llegar con las copas de vino y rodar los ojos a la vez como si escucharme fuera inaguantable.

—No es un hombre —defendió, plantándose a mi lado con la copa de vino en la mano. Mirábamos la obra como si volviésemos a estar en una exposición.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque no se le ve la cara.

—Pero sí las manos y, en mi cabeza, esas son manos de mujer.

La miré con el ceño fruncido, girándome hacia ella de brazos cruzados.

—Eso no son manos de mujer.

—Son unas manos neutras. Son exactamente iguales a las tuyas, Noah —replicó. Olivia agarró mi mano y la colocó a la altura del cuadro—. No son manos de mujer o de hombre, solo cambia quien las lleva. —Miramos mi mano durante unos segundos, hasta que la soltó de golpe.

—¿Lo compraste porque te recuerda a mí? —Sonreí, dándole un sorbo a mi copa de vino sin apartar la mirada de sus ojos, pero lo que para mí parecía una broma, para ella no lo era y la sonrisa divertida pasó a ser una sonrisa tibia con la mirada perdida en el cuadro.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora