𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟔: 𝒖𝒏 𝒍𝒖𝒈𝒂𝒓 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒓𝒐

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Noah agarró un diente de ajo y, con el cuchillo más grande que había en mi cocina, lo aplastó para quitarle la cáscara. Sobre la tabla y con el mismo cuchillo empezó a deslizar la hoja atravesando el grosor del ajo para picarlo en finas láminas con la precisión de un profesional en la cocina, rápido, sutil, elegante, con la camisa remangada hasta mitad del antebrazo, su pulsera de plata reluciendo bajo la luz cálida de la cocina y las velas aromáticas. 

Yo solo podía fijarme en cómo sus dedos, adornados por esos anillos de plata y rodeados de esas venas finas que recorrían su mano, agarraban el cuchillo y fijaban el ajo a la tabla. Lo mismo hizo con la cebolla, picándola en cubos diminutos y perfectos.

—¿Dónde has aprendido tú a cocinar así? —Le pregunté cuando terminó de picar. Noah esbozó una sonrisa de medio lado a la vez que vertía la cebolla y el ajo sobre el aceite de oliva que había en la olla.

—Trabajé unos años en un restaurante italiano de San Diego. Tenía buenas propinas. —Agarró la copa de vino que le había servido para acompañar el cocinado y le dio un sorbo.

—¿En serio? Es alucinante. —Ella frunció el ceño, dejando la copa en la encimera de la cocina.

—¿Qué es alucinante?

—Que trabajases de cocinera. Que sepas cocinar, que sepas hacer algo bueno para la gente. —Me balanceé en la encimera, observando cómo movía la olla de un lado a otro para zarandear la cebolla y el ajo del interior.

—Solo es pasta, Olivia. —Escuchar mi nombre completo en una mezcla que oscilaba entre la más absoluta seriedad y una leve sonrisa.

—Lo sé, me refiero a que no sé nada de ti. Eres la persona más allegada que tengo y no sé absolutamente nada. —Alcé los hombros mientras la veía abrir la bolsa en la que venía la carne, que vertió sobre la olla para mezclarla con los ingredientes que estaban casi traslúcidos.

—Es que no es interesante. —Le quitó importancia con una mueca y alzando los hombros, removiendo la carne.

—Me da igual si es interesante o no, te estoy preguntando por tu vida. —Acaricié las ondas de su flequillo para apartarlas de sus ojos, esperando que me mirase—. Yo te he contado mi vida sin preguntarte si te interesaba o no.

—Eso es diferente, compartiste algo conmigo porque eso es una gran parte de tu vida. Lo que yo te puedo contar son tonterías que me gustan o no. No es lo mismo.

—Las minucias son lo que nos hace como personas. ¿Quieres que te cuente mis tonterías? —Noah asintió con la mirada puesta en la carne—. Pero me tienes que prestar atención y sonreírme un poquito, ¿vale? —La agarré de la barbilla para que me mirase a los ojos.

—A ver, cuéntame, ¿cuáles son tus tonterías? —Achicó los ojos, agarrando la botella de vino tinto—. No son tonterías, es para que me entiendas. —Vertió menos de media botella en la olla, dejando que redujese.

—Me gusta leer, pero solo leo novelas de romance y en la bañera con una copa de vino. —Noah abrió los ojos y sonrió, cruzándose de brazos.

—¿Lees en la bañera? ¿Con una copa de vino? —Puso los brazos en jarra con un gesto incrédulo en el que se remarcaban los hoyuelos de su sonrisa.

—¿Qué? No te rías... —Le puse la mano en la cara para que dejase de mirarme con esa sonrisa socarrona—. A veces una chica necesita sentir el amor y el vino.

—Pues yo hago surf. O hacía surf... —Agarró la lata de tomate triturado y lo echó sobre la olla, moviéndola de un lado a otro—. Cuando vivía en San Diego hacía surf.

—¿Y ahora por qué no haces surf? —Pregunté, observando cómo le echaba azúcar y sal a la salsa antes de taparla y bajar el fuego—. Aquí también hay buenas playas.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora