Capítulo 39 |

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El mago lo ha vuelto a hacer 🤓
Besitos de chocolate,
LeenCandy❤️

No llevaba ni dos horas de sueño cuando Ginger me respondió al mensaje que le envié, poniéndole punto y final a mi descanso que, además, apenas acababa de comenzar. Sorprendentemente, ambas coincidimos en que no podíamos seguir como hasta entonces y quedamos en vernos ese mismo día para aclarar las cosas.
Miré a través de la cristalera, deleitándome con las vistas que me ofrecía la Playa de Santa Mónica. Uno pensaría que, dada la reciente entrada del otoño y la consecuente disminución de las temperaturas, estaría vacía; que los visitantes huirían despavoridos de la costa que, bañada por el Océano Pacífico, transportaba un oleaje que calaba hasta los huesos, pero nada más lejos de la realidad. Había cientos de personas, tanto en la arena como en el mar. Y lo sabía a ciencia cierta porque me había dedicado a intentar contarlas mientras esperaba a Ginger.
La campanilla que había en la entrada del café tintineó justo en ese momento y la puerta se abrió dando paso a la que esperaba que siguiera siendo mi amiga.
Se aproximó con cara la misma cara de póker con la que las modelos desfilaban por la pasarela, vestida con un jersey tan ancho que podría contener perfectamente a tres como ella  y que le quedaba a la altura de medio muslo.
—No te haces una idea de lo que me ha costado llegar hasta aquí, entre el tráfico y que el taxista era un gilipuertas... —Ginger dejó la bolsa a un lado y tomó asiento frente a mí— Cómo se nota que la economía aprieta, el tío ha ido probando calle por calle a ver si pillaba un buen atasco para que el contador subiera. En fin, ¿has pedido ya?
En ese instante, uno de los camareros vino con la comanda: dos cafés lattes con caramelo, uno de ellos con leche desnatada porque a Ginger los lácteos le sentaban como una patada en el estómago a primera hora de la mañana, y unos muffins.
—No hacía falta.
—Lo sé, pero imaginaba que querrías lo de siempre —Sonreí de forma escueta. Ginger y yo solíamos escaparnos a Santa Mónica durante la época de exámenes. Acampábamos en la cafetería tan pronto abría sus puertas, armadas con el portátil y los apuntes de todo el semestre, y veíamos cómo la gama cromática que teñía el cielo mutaba con el porvenir de las horas.
Las comisuras le titubearon.
—Qué le hago, soy una mujer hecha a costumbres —me respondió. Tomó una de las tazas humeantes entre las manos.
El silencio se instauró momentáneamente, pero no dudé en cortarlo de raíz.
—Me sorprendió que me respondieras tan rápido. Bueno —dije—, la verdad es que tenía mis dudas de que lo hicieras.
Ginger cogió aire y se reacomodó en la silla.
—Sí, a mí también me sorprendió —admitió. Siempre contemplé la posibilidad de no recibir ninguna respuesta por su parte. La conocía lo suficiente como para saber que, de no haberle hablado, su silencio se hubiera prolongado tanto tiempo yo lo hubiera permitido. Y es que si Ginger bebía de algún exceso era de orgullo—, pero me di cuenta de que así no íbamos a ningún lado más que a perder el tiempo. Además, eso de tener que entrar a hurtadillas en el piso para no chocarnos me estaba agotando la paciencia.
Tuve el impulso de preguntarle dónde se había estado hospedando durante ese tiempo, pero me abstuve a malgastar saliva porque sabía de antemano que lo único que obtendría sería una respuesta seca de la que poco o nada se podría extraer.
—Ya. Sobre lo que pasó... —Busqué las palabras adecuadas con las que expresarme— Sé que todo lo que haces es porque te preocupas por mí y de verdad que te lo agradezco, pero tienes que entender que soy adulta y tomo mis propias decisiones. Puedes aconsejarme y yo te escucharé, pero al final del día voy a hacer lo que yo crea mejor y tú no deberías enfadarte conmigo por no actuar como tú querrías que lo hiciera.
—No, si la teoría nos la sabemos las dos —aclaró—. Pero es que no es la primera vez que pasamos por eso. ¿Te acuerdas de lo que te dije cuando empezaste a salir con Cole?
—Que seguro que tenía la polla cayéndosele a gajos de tanto meterla.
—Nooo, ¡eso no! Que también, pero no me refería a eso, sino a lo de después —Me cogió por los brazos y me miró fijamente a los ojos—. Te dije que fueras con cuidado porque un tío que parece un capullo, se comporta como un capullo y habla como un capullo, ¿sabes qué es lo que tiene más probabilidades de ser?
—Un capullo.
—¡Exacto! —Me zarandeó de un lado a otro, emocionada por mi respuesta— Pero no me hiciste ni caso, te entró por un oído y te salió por el otro. Y todo fue muy bonito hasta que dejó de serlo porque, en cuanto la cosa se puso seria, él demostró tener la gestión emocional de un ladrillo. Si os discutíais o hacías algo que no entraba dentro de sus planes se volvía frío y distante, y daba igual la raíz del problema o quién tuviera la culpa porque siempre, Blake: siempre, eras tú quien acababa yendo detrás.
Me mordí el interior del labio ante las imágenes que volvieron a mi mente. Era cierto, filtrar nuestros vídeos fue el error más grande y el último que le permití cometer a mi costa, pero desde luego no el único; A Cole le precedía una larga lista de errores.
No dejaba de sorprenderme la capacidad innata que poseíamos los seres humanos para desterrar nuestros recuerdos, sobre todo aquellos que nos hacían daño. De algún modo, eran como una pérdida. Los llorábamos durante el tiempo que tardábamos en asumir que, para entonces, solo formaban parte de un pasado inamovible del que ya no éramos partícipes y luego nos aferrábamos a ellos porque era el único modo que conocíamos de traerlos de vuelta. El dolor que sentíamos era tan vívido que no podíamos aceptar que procedía de algo muerto, así que cavábamos una tumba entre lágrimas, que si bien humedecían las tierras no por ello las volvían fértiles. Finalmente el tiempo hacía que los confináramos en la necrópolis de nuestra mente: un lugar repleto de tumbas que nosotros mismos habíamos erigido y que, de ahí en adelante, solo visitaríamos ocasionalmente para reemplazar las flores marchitas por unas nuevas.
—¿Y sabes cuál es el problema? Que Elliot parece, se comporta y habla como un capullo, pero tú no lo ves.
—Claro que lo veo, lo conozco mejor de lo que piensas —Mejor de lo que todos pensaban, de hecho.
—Sí, pero lo justificas y eso lo hace peor. Y no me digas que no lo haces porque sí lo haces —me calló—. Tú lo conoces a él, pero yo te conozco a ti y sé que estás en el mood Sor Blake de Calcuta, dispuesta a dar un salto de fe por gente que no vale un duro. ¿Y quieres saber qué más sé? Que la hostia va a ser tremenda, por eso soy tan insistente. Y te lo he repetido muchas veces, lo sé, pero es que lo voy a seguir haciendo. No voy a permitir que acabes hecha pedazos otra vez por intentar reconstruir a alguien más. No me da la gana.
He ahí el baúl de los recuerdos, oculto tras una película de polvo y las telarañas de un desván al que nadie subía. Las hojas del calendario me hicieron rebobinar en el tiempo y me escupieron, momentáneamente, en la primavera anterior.
—Yo tampoco voy a permitirlo —aseguré, sacudiendo la cabeza con tal de volver al presente. A la frigidez que horneaba el otoño.
—¿Tú te viste la otra noche? Eras un puto mar de lágrimas y mocos.
—Lo sé, pero que tenga momentos de debilidad no me hace débil. Ginger —Le devolví una mirada de seguridad que ella trató de evadir—, si necesito ayuda serás la primera en saberlo, confía en mí, pero ahora mismo sé lo que estoy haciendo y el motivo por el cual lo hago. Así que tranquila.
—Estaré tranquila cuando Elliot desaparezca del mapa o, en su defecto, esté a un kilómetro a la redonda de distancia —resopló.
—Pues eso no va a pasar, al menos de momento.
Estaba más lejos que nunca de perder a Elliot de vista y lo que era más preocupante aún: empezaba a plantearme si sería capaz de alejarme de él por mi propio pie una vez nuestro pacto llegara a su fin. El quid de la cuestión era en qué momento me había vuelto simpatizante de sus mentiras, cuándo me había dejado atrapar por las redes que tejía con sus palabras.
—Me encantaría entender qué le ves, de verdad te lo digo —Se dejó caer en el respaldo del asiento, abatida.
—Que no intenta embaucarme vendiéndome algo que no es. Se presenta con la peor de sus facetas y te enseña desde el minuto uno el monstruo que podría ser. En condicional porque solo es una fachada para asustar a quienes se atrevan a acercarse demasiado —expliqué—. Todo lo malo lo tiene en la superficie, a plena luz del día. En cambio para encontrar lo bueno tienes que escarbar, arriesgarte a conocerle, y eso es lo que más miedo le da: dejarse conocer.
—¿Puedes dejar de hablar de Elliot como si fuera un cachorrito? Porque no vas a convencerme de adoptarlo.
Solté una carcajada que resonó por todo el local. Elliot trinaría de escuchar esa conversación, no le haría ni pizca de gracia.
—Aún se nos mearía en la alfombra —Fingió un escalofrío.
—Ginger, no tenemos alfombra.
—Si la tuviéramos se mearía en ella seguro. Lo mejor es castrarlo químicamente para evitarnos disgustos —Apoyó la cabeza sobre la mano y algunos tirabuzones escaparon a su control, cayéndole perezosamente sobre la frente—. Dejando a tu churri de lado, ¿qué tal todo lo demás?
Esa era una buena pregunta. A corto plazo, y atendiendo a que apenas acababa de levantarme y ya llevaba más cafés que horas de sueño encima, no muy bien. Y a largo plazo la mierda se acumulaba en las esquinas, así que todavía peor. Pero decían que había que ponerle buena cara al mal tiempo y eso era lo que tenía pensado hacer.
—En mi línea, las clases se me hacen cada vez más cuesta arriba y todavía falta un mes entero para las vacaciones de Navidad. Y poco más, la verdad... Estoy ayudando a Heaven a cubrir una noticia para el periódico y eso al menos me mantiene entretenida por las tardes —me encogí de hombros—. ¿Y tú?
—Más de lo mismo. El último año de carrera se me ha indigestado y en lo único en lo que pienso es en que lleguen los semestrales para poder vomitarlo todo en el examen, irme de vacaciones y olvidarme —Exhaló esperanzada—. Eso y en que necesito que me empotren. Mira, solo te digo que es una suerte que el satisfyier vaya con cargador y no a pilas, porque sino estaría arruinada. 
—¿Ningún pretendiente a la vista? —pregunté de pasada.
—Ninguno que me interese. Voy a tener que ponerme en serio ahora que Willow ha pillado carrerilla, o la que tirará para monja de clausura seré yo.
—Veo que te has enterado de lo que pasó en Halloween —puntualicé.
—Me lo llega a decir cualquier otra persona y no me lo creo, pero fue ella misma la que vino a contármelo. Me llegan a pinchar y no sangro, ¡te lo digo!
Me reí. El tórrido espectáculo que Willow, Demian y Alek protagonizaron en el jardín de la fraternidad permanecería durante mucho tiempo en la mente de los estudiantes allí presentes, y en la imaginación de quienes no pudieron presenciarlo.
—Fue una experiencia religiosa. Creo que nunca antes me había sentido tan en ceremonia con la Iglesia, te lo digo en serio —Los ojos le lagrimeaban de la risa, y ella se los secaba a manotazos—. Me sentí como un sacerdote en un confesionario, ahí escuchando los pecados ajenos. Si es que solo le faltaba santiguarse mientras me lo contaba.
—Se estrenó a lo grande —admití. Tenía la imagen de esos tres retozando en el césped grabada a fuego en el cerebro.
—Y bien que hace, llego a ser ella y los arrastro a los dos al primer cuarto oscuro que encuentre —Se abanicó con las manos—. Son del grupo ese con el que sales últimamente, ¿no?
Asentí.
—Pues como todos estén igual de buenos que ese par voy a tener que planteármelo —Ginger mordió su muffin y soltó un gemido de placer. Algunas personas voltearon a mirarnos—. Dios, esto no sustituirá al sexo, pero no se queda nada lejos.
—Te veo ligeramente desesperada.
—No me digas, ¿cómo lo has notado? —se mofó— Por desgracia, no todas tenemos a un macho empotrador a nuestra disposición.
—¿No decías que Elliot era un capullo?
—Un capullo con pinta de macho empotrador. Que sea lo primero no quita que no viva en la ignorancia de lo segundo. Eso y que es la comidilla de media universidad —sentenció con pesar. Si es que lo mío era un auténtico fracaso: no solo había corrido la mala suerte de empezar una relación con Elliot, sino que además esta acabaría  y yo no habría gozado de los placeres de los que tanto hablaban las malas lenguas—. Se habla tanto de él que podría decirte con exactitud cuántos pelos tiene en el culo.
—¡Ginger! —espeté con asco.
—En fin, ¿y qué hay de Midnightemptation? ¿Sigues siendo su musa alada?
—Seguimos hablando de vez en cuando —Le di un sorbo a mi café. Si algo había aprendido de Elliot era que las medias verdades eran mucho más efectivas que las mentiras a largo plazo.
—Habláis —Me miró con una ceja arqueada.
—Eso he dicho, sí.
Ginger arrugó su pequeña y puntiaguda nariz.
—¿Tú me ves con cara de gilipollas o algo, a que sí? Te estás viendo con él —aseguró. No respondí—. ¡Te estás viendo con él, lo sabía! ¡Joder, B!
—¡Pero si ni siquiera me has dado la oportunidad de responder!
Sonrío ampliamente hasta que se le formó una media Luna en los labios. Me recordaba a Cheshire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas.
—Mírame a los ojos y dime que no os estáis viendo.
Sus ojos de lince rebuscaron en el interior de mis pupilas. Se adentraron en ellas como lo haría un pirata en aguas inexploradas: hambriento de una riqueza cuya existencia solo probaban viejas leyendas, y orientándose únicamente con una brújula y un mapa. No sabía si encontraría un cofre del tesoro, pero sus ojos brillaban con la intensidad de las monedas de oro que esperaba hallar en él.
Una punzada de nerviosismo me cruzó el vientre y luché por mantenerme impertérrita. No solo tenía que mentirle a la cara a Ginger, también debía ser capaz de disimular la expectación que me devoraba las entrañas aquel día, pues estaba a escasas horas de reencontrarme con Midnightemptation.
Tragué con dureza. Me notaba la boca seca y las manos me sudaban como si estuviera en una sauna.
—Y si hipotéticamente hablando tuvieras razón, ¿qué pasaría? —Me atreví a pronunciar. Los ojos de Ginger se entrecerraron un instante antes de abrirse de nuevo, de forma desmesurada.
—Lo sabía. —Chasqueó la lengua con chulería. Entonces se reclinó en la mesa para aproximarse a mí y, en un tono muy bajo, me dijo—: Pero no te he visto en El Hole hasta ahora, ¿no vas a las fiestas?
Fruncí el ceño.
—¿Fiestas? ¿De qué hablas?
Sus facciones quedaron reducidas a un mohín de profundo desconcierto y vi cómo le echaba aceite a los engranajes de su cerebro antes de ponerse a maquinar.
—No te ha invitado a ninguna —evidenció casi sin aire.
—Vale, espera. ¿De qué estamos hablando? Porque no me estoy enterando.
La pelirroja enmudeció y sus ojos de corsaria observaron los míos con recelo, como si hubiera una maldición protegiendo el tesoro que halló en ellos minutos atrás.
—Olvídalo, no es nada.
El corazón se me saltó un latido al darme cuenta de que, después de aquello, Ginger era incapaz de sostenerme la mirada. Se mostraba atenta ante cualquier nimiedad a nuestro alrededor con tal de no hacer contacto visual conmigo y mantenía su atención dispersa con la finalidad de rehuir mis preguntas.
—Ahora ya has hablado, no te eches hacia atrás —le solté.
—No tiene importancia, en serio. ¿Cambiamos de tema? —sugirió.
La rapidez con la que el azúcar se diluía en el café hirviendo era de risa si lo comparaba con cómo la poca calma de la que gozaba se había volatilizado al escucharla.
—No me apetece cambiar de tema, la verdad —Anduve a la caza de sus ojos y un retortijón me estrujó las entrañas cuando los hallé ante mí, sobrecogidos por un estado de alarma similar al de un cervatillo ante los faros de un coche—. Sabes que no voy a parar hasta que me lo cuentes.
Ginger se removió incómoda en su asiento. Se dio un tiempo antes de responderme, lo cual me anticipaba, conociéndola, que fuera lo que fuera a decirme ella sabía que no iba a gustarme.
—B, no eres la única persona que ha escrito a Midnightemptation y tampoco la única que ha recibido una respuesta suya —Se expresó con cautela, temiendo que estallara en mil pedazos como un jarrón de cristal al caer al suelo—. Yo también lo hice y conseguí hablar con él. Aunque fue antes de que escribiese sobre ti y empezarais a hablar.
Me quedé paralizada como si me tiraran un balde de agua congelada encima, presa por los frígidos brazos de la hipotermia. Un pinchazo en la boca del estómago me advirtió del caos que mis emociones estaban causando en mi organismo, y me llevé la mano a la garganta como si por hacerlo pudiera evitar la ascensión de las náuseas. Me hacía cientos de preguntas que me llevaban una y otra vez ante el mismo callejón sin salida del que ansiaba escapar y, mientras no hallaba ninguna respuesta a ellas, mi imaginación creaba escenarios aterradores en mi mente.
—¿Te has estado viendo con él? —musité con temor, como si estuviera invocando al Diablo.
—No, nunca. Y menos desde que tú empezaste a interesarte por él —Ginger me cogió la mano para tranquilizarme—, pero sí que hablamos en varias ocasiones antes de...
—¿Antes de que? —la interpelé en un arrebato. La mera idea de pensar en él estando con alguien más me consternó.
—Antes de que me llegara la invitación —Me miró sin pestañear—. Organiza unas fiestas privadas de vez en cuando. Son muy exclusivas, así que sólo puedes entrar si es él quien te invita.
—Así que cuando desaparecías no te ibas con tus excompañeros del instituto...
Ginger negó despacio.
—Si no te lo he dicho antes es porque creía que era cuestión de tiempo que acabáramos coincidiendo allí.
—Pues no tenía ni idea de nada de esto, nunca me lo ha mencionado —Cada neurona funcional estaba buscando algún motivo que me sirviera para excusarlo, pero las dudas tras aquello eran ineludibles y la sensación de traición avasallante—. Me siento estúpida.
—Eh, escúchame. No saques conclusiones precipitadas —Trató de calmar las aguas—. Seguro que hay una explicación. Piensa que lo único que tenemos en común quienes vamos ahí es que hemos recibido una invitación suya, pero a parte de eso no hay nada más. Midnightemptation corta la comunicación con los asistentes en cuanto acceden al juego y delega las participaciones a los moderadores.
Quería darle la razón y convencerme de que nada había cambiado, pero no podía. Mi juicio estaba nublado ante la posibilidad de que me hubiera estado mintiendo y sobre mí llovía una realidad en la que prefería no pensar. Las nubes pronosticaban un temporal fatídico para el que no me había preparado, e iba a pillarme con el paraguas en casa.
—¿Quién más va a esas fiestas?
—Las normas del juego hacen difícil que podamos reconocernos unos a otros. Todos llevamos antifaz y tenemos prohibido identificarnos, tampoco podemos hablar de quiénes somos fuera ni de nada de lo que sucede ahí dentro. La única premisa es disfrutar de lo que suceda mientras está sucediendo y seguir con el juego, hasta que acabe.
—Veo que se ha visto El Club de la Lucha —Solté una carcajada asfixiada. Deseaba no haberme levantado nunca de la cama. Estar dormida y que aquello solo fuera una pesadilla y no otra broma de mal gusto que el destino me tenía preparada—. Tengo la cabeza hecha un bombo y todo lo que me cuentas me suena a chino, ya no sé qué pensar.
—Tú eres la única que sigue manteniendo el contacto con él a día de hoy, así que pregúntaselo directamente. Al fin y al cabo, ¿quién va a saber más que él de su propio juego?
—¿Qué juego? —inquirí antes de enmudecer por completo. No necesitaba verme en un espejo para saber que había perdido el color en las mejillas.
Ginger dejó escapar una risa que no pude descifrar.
—El irresistible juego de Midnightemptation, por supuesto.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Where stories live. Discover now