Capítulo 8

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Notaba la boca seca, la cabeza dándome vueltas y, en general, todo el cuerpo sumido en una debilidad absoluta

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Notaba la boca seca, la cabeza dándome vueltas y, en general, todo el cuerpo sumido en una debilidad absoluta. Cuando me acostumbré a ese revoltijo de sensaciones desagradables, caí en cuenta de que estaba en mi habitación.

Estaba intacta en su totalidad, no había cambiado nada a pesar de que tampoco pasaba mucho tiempo en ella desde que comencé el primer año de universidad. Era bastante amplia y luminosa —dado que estaba ubicada en el segundo piso de la casa—, las paredes estaban pintadas de un color naranja parecido al que teñía los cielos en el ocaso y el suelo estaba recubierto con parqué. El escritorio seguía repleto de montañas de libros que había releído tropecientas veces durante mi adolescencia y el resto de la decoración también se mantenía invariable en el tiempo.

De repente, la puerta se abrió de par en par, dejando a la vista la no tan pequeña silueta de mi hermana adolescente. La observé unos segundos; su cabello castaño, bastante más largo que la última vez que la vi, le rozaba las caderas, aquellos ojos azules —idénticos a los de mi madre y muy distintos a los míos, que eran de un verde musgo— lucían más maduros y había crecido algunos centímetros.

Beth tenía esa apariencia angelical de la que yo carecía que conseguía que se viera como una niña inocente, a pesar de que de eso tenía más bien poco.

—Mamá dice que bajes, ha hecho galletas de jengibre y cacao para merendar.

La miré estupefacta, aunque estupefaciente también hubiera sido un buen sustituto en ese momento. ¿Para merendar?

—¿Qué hora es?

—Casi las seis.

—¡Dios, ¿por qué no me habéis despertado?! —me levanté de la cama de un salto, perdiendo el equilibrio en el proceso.

—Lo dices como si alguien pudiera —me contestó con una sonrisilla maliciosa—. Cuando duermes eres peor que un Snorlax.

—Tú pareces un hobbit desde que te levantas hasta que te vas a dormir y nadie te dice nada —contrataqué mientras me ponía las zapatillas a prisa.

—Para tu información, mido uno cincuenta y siete —Beth, que estaba cruzada de brazos, me siguió con la mirada cuando pasé por su lado—. ¿A dónde crees que vas?

—A merendar, para eso me has llamado, ¿no?

Beth me escaneó de arriba abajo con desaprobación y, entonces, añadió:

—No, no vas a bajar con esas pintas —al ver que no me movía ni un ápice, insistió—. He traído a un amigo y no quiero que te vea así. Cámbiate, bruja.

—¿Perdona? —me mofé con el ceño fruncido.

—Eso.

—Oh, ya veo... —auguré con las comisuras de los labios alzadas— Has traído a tu novio a casa, ¿eh?

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Where stories live. Discover now