Capítulo 40

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Un regreso inesperado para alegraros los jueves, aunque no niego que me merezco algún que otro tomatazo.

NOMEMATÉISGRASIASLOVU,


LeenCandy.

*

Independientemente de la estación del año en la que se encontrara, Los Ángeles era un núcleo urbano que destacaba por poseer una gama cromática fidedigna a los atardeceres veraniegos de sus costas. Solía pasearme por la ciudad embelesada, viendo cómo los tonos ámbar se mezclaban con los magentas y el resplandor tostado del Sol antes de dar paso al anochecer.

Aquel día el cielo adoptó el color de la noche sin que me diera cuenta.

No sabía en qué momento había caminado tanto ni cuánto tiempo había pasado desde la última vez que levanté la vista del asfalto, pero de repente me encontré en pleno centro de la ciudad. Rodeada de una marabunta de urbanitas que ignoraban mi deplorable estado de ánimo y a los que no les importaba fracturarme una costilla con tal de hacerse hueco en la acera. Ni su parloteo incesante ni el sonido estridente del tráfico conseguía sofocar mis pensamientos, eran un barco náufrago a la espera de que la marea lo transportara a la orilla.

Por la forma en la que caminaba cualquiera pensaría que tenía prisa por llegar a alguna parte. En realidad ni siquiera tenía una mínima idea de a dónde iba. A lo mejor porque lo que estaba buscando no tenía una dirección exacta; no podía llegar ahí con una brújula y un mapa. Y es que existían ciertos lugares a los que uno solo podía llegar perdiéndose primero.

Las lágrimas me emborronaban la vista cuando saqué el teléfono del bolsillo y me deslicé, dubitativa, por los contactos de la agenda. Algunos transeúntes me miraban con curiosidad, como si fuera un mono de feria. No los juzgaba, verme debía ser todo un espectáculo. Me escocían los ojos de tanto llorar y la hinchazón seguro que ya había hecho de mis ojeras y mejillas uno solo. Sin contar con el amplio repertorio de hipidos y sollozos que era capaz de interpretar sin pretenderlo.

Los pitidos que se escuchaban al otro lado de la línea hacían que se me revolvieran las entrañas e, inconscientemente, me llevé una mano al vientre. 

—¿Sí?

La templanza con la que decidí a marcar su número se hizo añicos al escucharle y la poca compostura que reuní se desmoronó como un castillo de naipes.

—¿Blake? ¿Qué pasa? —preguntó con confusión. Tampoco me extrañaba, ni yo comprendía porqué había marcado su número precisamente.

—Yo... —Traté de avanzar, mas las palabras se me hicieron un nudo marinero en la garganta y cualquier cosa que salió de mí a partir de ahí era ininteligible o, en su defecto, un balbuceo. El llanto que contenía escapó de mi boca despavorido, era un cervatillo huyendo del bocado de un león, e hizo que el dolor se extendiera por mis extremidades hasta hacerme un ovillo a un lado de la acera.

Oí a Elliot maldecir al otro lado de la línea, nervioso ante mi nula capacidad de expresión.

—¿Dónde estás? —dijo con severidad— Blake, ¿dónde mierda estás?

—Yo...—Miré a mi alrededor. El lugar me era conocido, pero había dado tantas vueltas que había perdido el rumbo—. No lo sé. No muy lejos de The Grove, creo.

—Vale, pásame tu ubicación, voy para allá.

Me escurrí por la pared en la que me apoyaba hasta tocar el suelo y aparté el teléfono del oído. Al otro lado de la línea ya no había nadie, Elliot me había colgado tras dejar sus directrices bien claras. Por primera vez en la vida, y esperaba que la última, las seguí. Abrí Whatsapp y busqué nuestro chat para mandarle mi ubicación en tiempo real.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora