Capítulo 30

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Los hospitales siempre me despertaron cierta animadversión, a pesar de que no poseía ningún mal recuerdo acerca de ellos

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Los hospitales siempre me despertaron cierta animadversión, a pesar de que no poseía ningún mal recuerdo acerca de ellos. De hecho, tenía la inmensa suerte de que, las pocas veces que tuve que acudir a uno, fueron por acontecimientos que eran de todo menos amargos. El más importante, sin duda, fue el nacimiento de Beth.

Tenía cuatro cortísimos años cuando mis padres decidieron ir a por un segundo miembro para la familia y, aunque trataron de adornármelo de mil formas distintas, la noticia no me hizo ni una pizca de gracia al principio. ¿En qué dimensión desconocida se encontraban cuando se les ocurrió la fantástica idea de decirme que, de ahí en adelante, me convertiría en la hermana mayor y que tendría que compartir mis juguetes con una mocosa que ni conocía ni quería conocer? Porque, siendo sinceros, ¿quién quería ser "el mayor"? De hecho, ¿cuándo pedí que me hicieran hermana de algún sujeto más? Desde luego, la forma de planteármelo no fue la más acertada.

No obstante, y aunque me pasé los últimos meses de embarazo enfurruñada con el bebé que crecía en el vientre de mi madre, todo cambió cuando mis padres la trajeron a casa. Era diminuta y tenía unos grandísimos ojos celestes que me miraban con absoluta e irrevocable adoración; y ni siquiera me conocía.

Me admiraba sin saber que, años más tarde, jugaríamos juntas, nos tiraríamos de los pelos para sacarnos las muñecas la una a la otra e iniciaríamos guerras de comida hasta hacer perder la paciencia a nuestros padres. No era consciente de que jugaríamos al escondite y yo haría ver que no sabía que estaba dentro del armario, pese a que siempre se escondía en el mismo lugar; de que nos defenderíamos la una a la otra en el colegio, que ella le plantaría cara al primer chico que me rompió el corazón y le tiraría zumo de naranja por encima. Que dormiríamos abrazadas después de ver películas de terror porque ambas éramos unas cagonas —y eso pasó durante mucho tiempo, quizá hasta edades tan adultas que no me atrevería nunca admitir— y que superaríamos el divorcio de nuestros padres como hicimos todo lo demás: Juntas.

En definitiva, no sabía que reiríamos, lloraríamos, discutiríamos, nos reconciliaríamos y, por supuesto, nos querríamos como lo hacíamos en la actualidad.

Recuerdos vívidos que daba gusto recordar, pero que los evocaban una situación completamente diferente y, desde luego, mucho menos grata.

El olor a desinfectante que desprendía la clínica en la que pasamos toda la mañana caló cada célula de mi cuerpo y, pese a que habían pasado varias horas desde que salimos de allí, no había sido capaz de deshacerme de él; como tampoco había sido capaz de librarme de ese mar de sensaciones angustiantes que me provocó ver a Beth en medio de un ataque de pánico la noche anterior. Y es que las últimas veinticuatro horas habían sido de lo más surrealistas.

«Mamá no puede saberlo. Nunca», sus palabras resonaban en mi cabeza desde que las pronunció la noche anterior, entre balbuceos y un llanto que ni siquiera Ginger, que fue quien le abrió la puerta del apartamento en mi ausencia, pudo contener.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Where stories live. Discover now