Capítulo 3

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Cuatro meses, cuatro largos y malditos meses fue lo que tardó el director del periódico en depositar algo de confianza en mí y dejarme salir a explorar con el resto del equipo del periódico

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Cuatro meses, cuatro largos y malditos meses fue lo que tardó el director del periódico en depositar algo de confianza en mí y dejarme salir a explorar con el resto del equipo del periódico. Y, aun así, su decisión no fue fortuita; Heaven tuvo que convencerle de que me dejara en sus manos.

No iba a mentir, en varias ocasiones quise golpearle con alguno de los pesados ejemplares que había desechado de la sala de documentación, sobre todo cuando chasqueaba la lengua con impertinencia, como si lo que le estábamos comentando no fuera con él ni tuviera mayor relevancia. Como si yo no fuera nada más que un estorbo que quería sacarse de encima.

Una camioneta blanca de cristales pulidos, ruedas fornidas y con las siglas de Los Ángeles Inquirer tatuadas en el lomo en color azul eléctrico nos esperaba en el garaje que había bajo las oficinas en las que solíamos trabajar.

Los ojos me resplandecían por el entusiasmo, incluso si, en realidad, el vehículo no era completamente blanco, sino que tiraba más a ese amarillo roto propio que la ropa cogía al estar encerrada por mucho tiempo en el trastero. Incluso si los cristales estaban colapsados por carteles y banners de descuento de restaurantes baratos y las ruedas parecían más bien deshinchadas y endebles. Pero ¿qué más daba?

Me sentía súper importante sentada en mi butaca —aunque estuviera más roñosa que una dentadura postiza extraviada en un geriátrico—. Casi como si fuera un miembro más de la élite periodística.

Eran las cuatro menos cuarto cuando aparcamos —o, al menos, lo intentamos, porque el lugar ya estaba atestado por los medios más importantes— delante del juzgado en el que el Tribunal Supremo llevaba enjuiciando y deliberando acerca del caso de corrupción más sonado de los últimos tiempos.

Estaba emocionada, era el primer reportaje que iba a cubrir, aunque fuera desde las sombras y acompañando a un periódico pequeño, y se trataba de ni más ni menos que una noticia como aquella que enredaba a más de un cargo de importancia local. Me sentía embelesada, anonadada por el mero hecho de estar allí, rodeando el majestuoso edificio en el que se estaba celebrando la audiencia, tan cerca de los medios más influyentes.

El Caso Boregate fue desmantelado por los medios semanas atrás y, según lo que se expuso en ellos, se trataba de una trama de corrupción en la cual algunos miembros de la sede gubernamental blanquearon capital para obtener el favor en las plataformas electorales. Las empresas, funcionarios y autoridades interpelados en el caso habían aceptado a consciencia contratos irregulares por parte del gobierno central. Contratos que, por supuesto, no tenían validez alguna delante de la ley dado su carácter ilegal. Y ese era el punto del caso; Se extendieron cantidades ingentes de efectivo a empresas a través de convenidos aparentemente legales que escondían actividades delictivas de las cuales se sabía más bien poco.

Encubierto por parte de diversos departamentos policiales —entre los que estaba el Departamento Policial de Los Ángeles, uno de los más numerosos en cuanto a efectivos, concretamente el tercero en todo el país por detrás del de Nueva York y Chicago—, silenciado por varios medios de comunicación, conocido por funcionarios de alto cargo y llevado a cabo por personajes públicos de alta esfera social.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora