Capítulo 27

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El silencio sepulcral que se adueñó de la línea telefónica tras el seguido de berridos y burdas acusaciones que Elliot me había lanzado sin pretexto alguno se alargó durante tantos segundos que, después, ninguno de los dos nos vimos con corazón de...

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El silencio sepulcral que se adueñó de la línea telefónica tras el seguido de berridos y burdas acusaciones que Elliot me había lanzado sin pretexto alguno se alargó durante tantos segundos que, después, ninguno de los dos nos vimos con corazón de romperlo, aunque por motivos muy distintos. Su respiración era irregular, casi vacilante, lo que no dejaba de ser gracioso después de que me perforara los tímpanos a gritos. De hecho, llegó un momento en que ni siquiera entendía lo que me decía, solo me limitaba a dejar que se desfogara. No obstante, esa bocaza suya, que quizá podría atribuírsele como el peor de sus defectos, acabó por colmar mi paciencia.

—¿Estás segura de que no le has dicho nada? —Esta vez, se pronunció con un tono más laxo y distendido, y entre suspiros; como si hacerlo le costara un gran esfuerzo— ¿Que no se te ha escapado ni un solo comentario? Porque...

—Ya te he dicho que no.

Tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no añadir palabras de más a mi respuesta pues, de haberlo hecho, estaba segura de que la hosquedad con la que acababa de expresarme se convertiría solo en el principio de la larga sarta de barbaridades que le seguiría.

Según decía —y todos sabíamos que Elliot decía muchas cosas. La mayor parte de ellas gilipolleces del tamaño de un elefante—, Ginger lo había emboscado al salir de su entrenamiento de media tarde y, aunque él había tratado de evitarla, ella lo había seguido hasta los vestuarios para confrontarlo delante de un par de sus compañeros. Lo que le seguía era una evidencia: Un sinfín de reproches, insultos y acusaciones lanzadas al aire que dejaban en claro algo que ambos sabíamos que, tarde o temprano, terminaría ocurriendo; Ginger no se tragaba el papelón que interpretábamos. Y, pese a que sus acusaciones no daban en el clavo, había algo en lo que no se equivocaba: Elliot podía ser un gilipollas inteligente, pero yo era lo suficientemente inteligente como para no caer en su gilipollez por mi propio pie.

Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, Elliot creía que lo había traicionado. Porque ese era su punto para absolutamente todo; partía siempre de la desconfianza y, si eso, luego ya cambiaba de parecer.

—¿Seguro? Porque tu amiga parecía muy convencida de lo que decía y...

—Lo que te he dicho es lo que hay; si te lo crees o no, no es mi problema —No hice ni el más mínimo intento por disimular lo molesta que estaba por lo sucedido minutos atrás.

Suspiró contra el auricular del móvil, preso por un cansancio que no solo no entendía, sino que además me molestaba. ¿Me llamaba para acusarme de quién sabía qué a escasos momentos de entrar a trabajar, me gritaba, trataba como una mierda y, encima, él era quien sufría un colapso mental?

—¿Cómo se supone entonces que ha llegado a la conclusión de que lo nuestro no es real? Explícamelo, porque no lo entiendo —Acompañó aquella ligera pausa de una exhalación llena de dudas que consiguió crisparme los nervios—. ¿Y bien?

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Where stories live. Discover now