Capítulo 7

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Cerca de las diez de la mañana, saqué el chándal más vergonzoso y cochambroso que tenía en el armario y me lo endosé para, acto seguido, ponerme con la limpieza general del piso

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Cerca de las diez de la mañana, saqué el chándal más vergonzoso y cochambroso que tenía en el armario y me lo endosé para, acto seguido, ponerme con la limpieza general del piso. Parecía que vistiera un saco de patatas, pero dadas las últimas modas instauradas por los diseñadores más excéntricos y extravagantes, podría pasar a la perfección por un diseño de las pasarelas más recientes.

Después de usar la fregona como micrófono y dedicarle perreos intensos a los muebles al ritmo del Wannabe, procedí a acicalar los baños y el resto de los cuartos. Dejé para el final la habitación de Ginger para que pudiera dormir tranquila, pues, como no la oí entrar, supuse que habría llegado tarde y no asistiría a clases.

—¡Ginger, voy a entrar! —dije en voz alta después de picar varias veces a la puerta y que nadie me respondiera— Es la una del mediodía, hora de levantarse pequeña arpía.

«¿Seguirá durmiendo la muy cerda?» Me pregunté observando el paño de la puerta. Le había dado ocho largas horas de tregua, un tiempo prudencial y más que suficiente para que se levantara.

Para mi sorpresa, cuando abrí la puerta, la habitación estaba vacía y las ventanas abiertas, como todas las mañanas. Al parecer, había sacrificado sus horas de sueño por ir a clases, lo cual era muy responsable por una parte, pero poco racional por la otra.

Estaba todo hecho un desastre. Aunque hubiese querido pasar el aspirador, no había suelo disponible ni visible entre los restos de ropa, apuntes, libros y comida desperdigados. Me adentré en la estancia dejando escapar un suspiro, necesitaría todo el viernes y parte del sábado sólo para higienizar la habitación de Ginger.

Dejé la ropa que había tirada por el suelo en la silla de su escritorio, no sin darme cuenta antes del precioso —aunque arrugado— vestido negro con lentejuelas doradas que mi amiga había lucido, al parecer, la noche anterior. La tela era robusta y, por el tacto, de calidad inmejorable. Se trataba de un vestido de cóctel de los buenos, muy a conjunto con los accesorios que, al igual que el resto, estaban esparcidos de mala manera en la mesita de noche.

—Vaya, vaya señorita Campbell —hablé en voz alta, refiriéndome a Ginger.

Iba a sacar el polvo de las estanterías cuando el brillo de algo que reposaba sobre la cómoda llamó mi atención. Un brazalete que combinaba el vigor del oro rosado con la sutileza de los diamantes depositados en las pequeñas piezas de pandora que colgaban de él, yacía en la superficie mullida de una caja color cobalto. El lazo de seda que la envolvía caía por un extremo, al igual que su etiqueta.

No atiné, ni pretendí hacerlo, a ver la marca que figuraba en ella, aunque poca falta hacía; Lucía caro y yo no entendía de exquisiteces como aquella.

Sonreí ante la idea que cruzó mi mente.

Quién iba a decir que la indomable Ginger Campbell, reina y soberana de las solteras, máxima representante del colectivo antirromántico y mente pensadora de la frase «la relación seria más duradera que he tenido ha sido con mi soltería, llevo con ella desde que nací», sería la primera en caer en los brazos de Cupido. Y, por lo que podía ver, había caído con todas las de ley; quien fuera que le hubiera deleitado con tal obsequio se había gastado el sueldo del año y la paga extra para pagarlo.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt