Capítulo 12

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La señora Tachibana, camarera y dueña del local, me sirvió el plato que había pedido con una rapidez excepcional y yo me pregunté si los rugidos de mi estómago eran demasiado evidentes

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La señora Tachibana, camarera y dueña del local, me sirvió el plato que había pedido con una rapidez excepcional y yo me pregunté si los rugidos de mi estómago eran demasiado evidentes. Observé el humeante cuenco, los fideos nadaban entre el caldo de ternera y miso, y empecé a salivar.

El ramen era una de mis comidas favoritas, en especial el que servían en aquel cálido y pequeño restaurante perdido entre las calles de Los Ángeles. Los propietarios, el señor Daiki y la señora Kazue Tachibana, eran una humilde familia de origen japonés que vivía en la ciudad desde hacía ya más de dos generaciones y hablaba el idioma con más fluidez que yo misma. Sus dos hijos, una estudiante de instituto a la que había visto en más de una ocasión repasando en las mesas del local y un niño de apenas siete años que jugaba a dispararme en cuanto pisaba el lugar, poseían una exótica belleza heredada de sus padres.

Aparté mis ojos golosos del ramen y miré a Ginger, que tenía su atención enfocada en el teléfono desde que llegamos. Después de tantísimas horas despierta, incluso ella se veía deteriorada.

Como ya comenzaba a ser costumbre, ese día llegó a casa pasadas las cinco de la mañana y lo hizo tan perjudicada que el estruendo que armó consiguió despertarme. Aunque no pude verla en ese momento, supe que nadie la acompañaba, pues, a no ser que su amante fuera el espíritu santo —que lo dudaba—, sus pasos eran los únicos que resonaban en el exterior. Decidí no incordiarla en ese momento, aunque ganas no me faltaron después de que no diera señales de vida por casi cuarenta y ocho horas.

—Houston, tenemos un problema, la nave espacial G-Zorra no responde —dije al ver que mis últimos cinco intentos por comunicarme fueron en vano. Ella levantó la vista de inmediato—. Bienvenida al mundo real, querida. ¿Dónde estabas?

—Aquí, a tu lado —pronunció con sequedad. Luego, cogió los palillos que reposaban sobre la mesa—. Gracias —respondió cuando el dueño nos acercó las bebidas.

—Hoy has ido a clases —comenté sin sacarle el ojo de encima. Ella, por su lado, tenía la vista perdida en el plato.

—Como todos los días.

—Te oí llegar esta madrugada, no entiendo cómo puedes estar tan despierta si sólo has dormido una hora y media —agregué antes de llevarme los palillos a la boca.

—¿Te he despertado? Perdona.

—De todas formas, tampoco podía dormir —mentí—. ¿Ayer también saliste con tus excompañeros de instituto? —intenté disimular la curiosidad que emergía dentro de mí. Ginger no había soltado prenda en toda la velada y yo me moría de ganas de saber.

—Sí, ya sabes, cuando no ves a alguien desde hace mucho puedes pasar horas recordando viejos tiempos.

—Suele pasar —contesté viendo cómo les daba vueltas a los fideos. No podía creer que estuviera mintiéndome en la cara con algo tan estúpido. ¿Cómo iba a creerme que estaba con sus excompañeros de instituto después de ver la carísima joya que colgaba de su tocador? —. Últimamente sales mucho con ellos.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu