Capítulo 19

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Capítulo 19

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Capítulo 19

El olor a café recién molido me inundaba las fosas nasales y el vapor que desprendía la cafetera me calentaba las mejillas y provocaba que tuviera ganas de volver a resguardarme entre las cobijas de mi cómoda y apacible cama.

Sin embargo, ahí estaba; Con la resaca amenazando con explotarme la cabeza debido al zarandeo de la noche anterior, pero completamente despierta. Jodida, pero lúcida. Y no, no parecía la típica loca de los gatos que no se duchaba desde su última comunión. De hecho, no podía tener mejor aspecto.

Decían que el maquillaje hacía milagros, y era cierto. Corrector, base ultra cubriente —lo suficiente como para que tapara mis ganas de suicidarme, además de mis ojeras— colorete, delineador y un poco de rímel; Un recatado vestido azul lleno de florituras que nunca habría formado parte de mi armario de no ser por Elliot y unos zapatos de tacón a conjunto que prometían acabar lo que empezaron los que llevé horas antes. Toda aquella armadura era mi atuendo para aquel día.

Atuendo que el idiota de mi novio me envió esa misma mañana, acompañado de una carta con la cual me citaba, vestida y arreglada con lo que me había facilitado, en una dirección desconocida. Ah, y también me pedía que le trajera un café.

—Señorita, ¿qué desea? —alcé la mirada al darme cuenta de que, en efecto, se dirigía a mí.

—Un cappuccino —contesté.

—¿Qué tamaño? ¿Grande, mediano o pequeño?

Miré las tazas que me mostraba sin comprender, aunque más confusa parecía ella por la cara de mierda que traía conmigo.

¿Cómo lo querría Elliot? ¿Grande como su ego, mediano y mediocre como su falta de personalidad o pequeño como su oscuro corazón? ¿En cuál podía añadir la cantidad exacta de veneno como para mandarle al otro barrio sin terminar presa?

—Mediano, por favor —respondí.

—¿Querrá nata? ¿Algún topping?

—Depende, ¿puede ponerle matarratas? —inquirí con una sonrisa diabólica. La dependienta, cuyo nombre era María (o, al menos, eso ponía en el cartelito que colgaba de su delantal), me miró descolocada y yo relajé mis facciones— Es broma.

No, no lo era, pero María se lo creyó y me dedicó una sonrisa tan contagiosa que consiguió borrar la mueca que Elliot me dibujó en el rostro al llamarme —y despertarme— ese mismo día, a las siete de la mañana.

—¿Para tomar aquí o para llevar?

—Para llevar —contesté al ver la larga cola de impacientes que se estaba formando tras de mí. Starbucks era hogar de histéricos que tenían mucha prisa y escritores frustrados, o eso contaban las malas lenguas.

—Bien, ¿un nombre?

—Naomi —dije casi por inercia y ella lo apuntó en mi pedido.

Me aficioné a cambiar de identidad cuando conocí a Ginger en la universidad, concretamente, durante los exámenes finales. Pasábamos tanto tiempo allí hincando codos que cambiar nuestro nombre era una gran diversión para nuestra aburridísima vida estudiantil.

El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)Where stories live. Discover now