34. Desigualdad de condiciones. Parte 1

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Bruno

Atravesamos la puerta doble de madera de la mansión donde vive Sebastián. Levanto la mirada, que parece tardar una eternidad en llegar a las cúpulas vidriadas de la parte superior, detrás de las que se encuentran parte del cielo anaranjado y algunas estrellas.

Mackster y yo empezamos a sacarnos los abrigos. Apenas termina de colgar su saco, Sebastián da unos pasos largos y casi corremos detrás de él, llenando el pasillo de ecos. Nuestros reflejos nos siguen desde las losas de mármol claro que pisamos.

—Y yo pensaba que vivía en la mejor residencia de Costa Santa... —dice mi amigo con un brillo en los ojos.

Me parece ver dos o tres salones a cada lado, con columnas blancas en la entrada. De pronto, siento pasar algo a mis espaldas y me giro. Por un instante, veo una figura femenina transparente, envuelta en una estela azulada, algo verdosa en la parte superior. ¿Qué fue eso? ¿Un espíritu? Comprendo que esta mansión debe estar conectada a otras dimensiones de alguna manera.

—¿Estás bien? —me pregunta Mackster, que vino a buscarme.

Asiento y retomamos la marcha. Por los balcones y ventanales alcanzo a distinguir los pinos del jardín que atravesamos antes de entrar a la construcción y respiro más calmado tras comprobar que seguimos en la Tierra.

Esta vez, Mackster se detiene y tira de mi brazo para señalarme el cuadro de un hombre pelirrojo, como yo, con varias canas. Lleva armadura verde y capa roja. Nos quedamos fascinados con la imagen. Es imponente. Su mirada transmite experiencia y audacia e imagino que debe ser un gran hechicero.

—¡Bruno, Mackster! —Sebastián nos llama desde el fondo de pasillo—. No se distraigan y síganme.

Lo alcanzamos frente a unas puertas decoradas por vitrales. En uno de ellos se ve al sol, iluminando a dos niños. En el otro se encuentra la luna, a la que aúllan dos lobos; más abajo, hay una langosta saliendo del agua.

Abre los paneles de madera y me emociono al sentir el aroma a papel viejo. ¡Es una biblioteca inmensa! Los estantes con libros parecen llegar hasta el techo, desde donde nos ilumina una araña. Incluso hay escaleras y entrepisos de metal.

—No te desmayes, Bruno. —Mackster me aprieta el brazo y me río.

Puedo imaginarnos estudiando los secretos de los arcanos en este lugar, por meses y meses. Sería fantástico. Cuando pasamos al lado de unos ejemplares en vitrinas, siento un escalofrío. Están escritos en lenguas que desconozco y tienen dibujos de monstruos y demonios. Giro hacia Mackster, que ya está cargando unos tomos que debe haber sacado de algún estante e inclina la cabeza para mirar las lámparas con forma de dragón.

—Fue divertido lo que hicieron aquella vez con el demonio arácnido —comenta el mago, con una mano extendida hacia Mackster.

—Cuando nos conocimos —le digo a mi amigo, que asiente.

—¿Cómo sabe que nos enfrentamos a esa cosa? —Mackster arruga la frente y le entrega los volúmenes a Sebastián.

—Crearon bastante alboroto —le responde, mientras devuelve los ejemplares a su lugar—. Además, las personas que los vieron estaban prácticamente gritándolo en sus cabezas. Subieron fotos a algunas páginas de Internet.

—¿En serio? —Me río—. Nunca las encontramos.

—Fueron eliminadas. —Sebastián cierra los ojos y deja escapar un suspiro—. ¿Son conscientes del peligro al que se expusieron? ¡Mackster! —El hombre eleva la voz, apoyándose en una amplia mesa.

—¿Qué? —pregunta mi compañero, ahora asomado al interior de una vitrina con cristales y estatuillas.

Sebastián se lleva las manos a la cabeza.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Where stories live. Discover now