3. ¿Dónde están?

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Bruno

La casa de Javier es grande, luminosa y tiene libros por todos lados. Saludo a Carlos, su papá, un hombre bajo y gordito. Trabaja como periodista en El Faro, uno de los diarios más importantes de Costa Santa.

—¿Cómo estás, Bruno? Cada día te veo más colorado.

—Este... gracias.

Creo que quiso hacerme un chiste, bastante malo si ese es el caso. Me encojo de hombros y me dirijo hacia el cuarto de Javi. Entro y veo un póster de la película El monstruo de la Laguna Negra; en la otra pared tiene uno de los X-Men.

En una biblioteca, ordenadas por fecha y protegidas por plásticos individuales, están sus historietas. Siempre me las presta, haciéndome jurar que van volver en perfecto estado.

Tanto rejunte de cómic y ciencia ficción me recuerda a lo que me contó Andrés sobre el lugar donde aparecen esos seres. Es una iglesia abandonada, cerca del bar medieval por el que pasé. Tal vez debería ir y... Siento un remolino en el estómago. Estoy pensando boludeces.

—¡Hola Bruno! ¿Estás bien? —Javier me saludallega con un paquete de papas fritas.

—Sí, medio cansado. Nada más.

Me ofrece papas fritas de un paquete que trae y agarro un puñado, antes de sentarme en su cama.

—¡Tengo una sorpresa! —El chico se limpia las manos con una servilleta de papel y camina hacia la cómoda para abrir un cajón—. Conseguí la versión de Drácula con el actor argentino que queríamos ver. —Agita la caja de la película en el aire.

—¡Buenísimo! —Chocamos los cinco.

Sin perder un segundo, bajamos hasta el living y le pedimos permiso a Carlos para poner la película en el reproductor de DVD. El hombre asiente con una sonrisa y se va a su cuarto.

Ya acomodados en el sillón, Javier configura los subtítulos en español y por fin aparecen los títulos en pantalla. Nos reímos, expectantes.

A pesar de la amistad que compartimos desde que me mudé a Costa Santa, hay algo de lo que nunca hablamos: su mamá. Solo vive con su papá y en los años que lo conozco, jamás la ha mencionado. Es raro; admito que me tiene intrigado, sin embargo no me atrevo a preguntarle sobre el tema. A veces pienso que lo abandonó, otras, que está muerta. Esto último es lo menos probable; creo que, en ese caso, habría portarretratos con una foto de ella.

—Bruno, estás en tu mundo. No te pierdas la película —dice Javi..

—Sí, dale —le contesto y me olvido del asunto, concentrado en disfrutar de un clásico del cine de terror.

***

Dos noches después, camino hacia el bar medieval por el que pasé la otra vez. Se llama Enoc; el nombre está tallado en la puerta. Soy menor de edad y quizás no debería ingresar, pero sigue siendo el horario de matiné. No me pueden echar. Tiemblo debajo de la campera de jean; Dios, no aguanto el frío. Me decido y entro.

Voy hacia uno de los asientos frente a la barra, ubicado al lado de un pelado grandote que, con cara de pocos amigos, toma de su jarra de cerveza.

Trato de relajarme. Me la pasé dando vueltas por la zona de la iglesia que mencionó Andrés en esa leyenda urbana acerca de la mujer voladora. Y no vi nada, así que fue en vano. ¡Mierda! Quedé re cansado, creo que hasta los huesos se me congelaron. Me froto los brazos, pero me detengo enseguida por miedo a que pase algo... me miro las manos. Siguen iguales. Bien.

Enseguida, se acerca un barbudo de tez oscura y pelo castaño claro, ondulado. Lleva una camisa leñadora y un rosario tibetano como pulsera. Se aparta un mechón del rostro y me sonríe, amable.

—Una coca light, por favor.

Mientras espero la bebida, observo a las personas y me pregunto si habrán visto algo extraño en Costa Santa. Debería volver a casa...

Las voces del bar se vuelven un murmullo. No soy como ellos, tampoco como mis compañeros de escuela o mis viejos. Cierro los ojos. Quisiera perderme, desaparecer.

—Tomá. —El bartender vuelve y me alcanza la gaseosa.

—Gracias.

Le pago y doy unos sorbos, esperando a que se vaya.

—¿Todo bien? —Entrecierra sus ojos color avellana; yo asiento con la cabeza—. ¿No es muy tarde para que estés acá?

Aguanto las ganas de largar un bufido y quejarme. Sabía que me iban a joder... No quiero tener problemas, así que opto por mantener una expresión neutral.

—Termino esto y me voy.

Vacío la bebida y me alejo de la barra. El pelado se levanta, apenas lo miro y salgo del lugar. Camino disfrutando el aroma a agua salada que trae el viento. Vuelve esa extraña sensación de que me siguen. La tengo hace días. Molesto, busco en los rincones de la calle, pero no encuentro a nadie. Inquieto, decido caminar hacia casa más rápido.

El lugar queda atrás. Me quedo pensando en lo que me atormenta: ¿habrá alguien como yo en el bar? ¿O en esta ciudad? ¿Cómo puedo encontrarlo?

De pronto, escucho un aleteo pesado sobre mí, similar al de un ave inmensa, y giro con la mano extendida, listo para enfrentar lo que sea. Nada. En el cielo, en los tejados, a mi alrededor: nada, otra vez.

Como siempre.

¿Dónde están los arcanos?

Largo un suspiro y sigo caminando hacia mi casa.




Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Where stories live. Discover now