13. Alas. Parte 2

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Un día después, despierto y me preparo para ir al colegio. Agarro la mochila, que estaba apoyada en la silla del escritorio, y bajo para hacerme unas tostadas de desayuno. Mis viejos me avisaron que hoy se iban muy temprano para Buenos Aires, a visitar a mi abuela, y que me tenía que despertar solo. Genial. Disfruto teniendo la casa para mí y como todo lo que quiero antes de salir rumbo a la escuela.

Avanzo por la calle, que está vacía y desborda de niebla. Hundo mi boca y nariz en la bufanda. ¡Mierda, que lúgubre se ve todo!

Escucho unos pasos cerca y noto que un tipo camina a mi lado. Qué raro, salió como de la nada... Apuro el paso, inquieto. Desaparece tragado por la niebla, aunque sigo escuchando sus pisadas. Más adelante, vislumbro un grupo de figuras que van cobrando forma a medida que me acerco. Son dos hombres y una mujer, muy bien vestidos, que esperan en la esquina. No me miran, pero igual me siento observado. Cruzo la calle a ciegas. Espero sentir el cordón de la vereda, pero nunca llega.

Me detengo; todo es niebla a mi alrededor. Ni siquiera veo las figuras de los edificios a lo lejos, tampoco el sonido o las luces de algún auto o las olas del mar. El silencio es aplastante. ¿Qué está pasando? De pronto, pasos. El corazón me late cada vez más fuerte. Noto varias siluetas entre la niebla.

—Transformarte no te va a servir de nada —dice el primero.

No le hago caso; tiro la mochila al piso y dejo que las llamas me cambien. Enciendo las manos y las apunto hacia él, listo para hacerle frente. Ellos también se transforman: piel roja, verde o gris; cuernos; alas y garras. Son demonios, pero diferentes al del callejón. Visten trajes enterizos; son más altos y no tienen tatuajes.

Las llamas forjan una espada en mi cinturón y la desenvaino. La hoja es negra y la empuñadura muestra una gema oscura y redonda que vibra, tiñéndose de rojo a medida que absorbe el fuego de mi mano. La espada se enciende. Los demonios también sacan sus armas.

—¿No nos recuerdas? —pregunta una mujer demonio.

—¡Esto no es un sueño! —me dice otro.

De pronto, es como si un sol ardiera justo sobre nosotros, dejándonos encandilados.

—¡Deténganse! —La voz suena con la potencia de un trueno y me tapo los oídos, al igual que ellos. Todos miramos hacia arriba.

Baten sus alas blancas, plateadas y doradas, y aterrizan frente a nosotros. Son personas altísimas, deben medir casi tres metros. Sus trajes y armaduras son de una tecnología viviente, parecen hechos de polvo cósmico.

Veo en ellos rasgos de todas las razas humanas, aunque también hay elementos que los distinguen de cualquier etnia; la mezcla resulta en una belleza como de otro mundo. Casi todos tienen el pelo muy largo y los ojos de colores intensos. Una energía transparente, como fuego incorpóreo, los rodea y se expande por el lugar. En cuanto me atraviesa, me siento fuerte y revitalizado. Lo comprendo de inmediato, con una certeza absoluta: ¡son ángeles!

—Mi nombre es Fe —se presenta una mujer de pelo castaño y alas azules—. Ven con nosotros, Bruno. Te explicaremos todo.

No puedo hablar; las piernas me tiemblan. Enseguida, hay movimiento a nuestro alrededor. ¡Los demonios se lanzan contra la guardia angelical!

Corro desesperado, hundiéndome en la niebla, hasta que sus gritos se vuelven lejanos. Entonces me detengo y respiro. Me llevo las manos a la cabeza. ¿Qué hago? Tengo que escapar antes de que me encuentren. Empiezo a caminar.

¿Cómo vuelvo a casa? ¿Seguiré en mi mundo? No entiendo bien qué pasó, pero recién me sentía en un lugar distinto... distinto al mundo que piso todos los días. Ahora tengo dado vuelta el estómago y ando desorientado. Apenas logro ver unos centímetros delante de mí con esta nube que... ¡Au! ¡Me golpean en la nariz!

Agito los brazos, buscando agarrar o bloquear a mi enemigo. ¡Logré apresarlo! Tiene un cuerpo grandote, duro y... ¿áspero? ¿Por qué no se mueve? Apoyo mi mano en él... y toco la corteza de un árbol. ¡No fue un ataque, me choqué con una planta! Suspiro y sigo avanzando.

Piso la hierba suave. La neblina empieza a desaparecer, por fin, a medida que me interno en el bosque. Me invade el alivio al comprender que volví a casa. Quizás atravesé un portal de regreso sin darme cuenta o me encontraba en un espacio-tiempo creado por aquellos seres, conectado de algún modo con la Tierra. No sé de dónde saqué esa idea, si de un cómic o de mis sueños extraños, pero me convence.

Ahora lo único que importa es escapar de ellos y ocultarme en algún lugar del bosque. De repente, escucho un aleteo y giro. Es un ángel que baja y se posa como un halcón en una rama inmensa. Me mira y grita algo que no llego a entender. ¿Es... mi nombre?

Me quedo mirándolo en silencio. Él no avanza, parece esperar a que entre en razón.

—No te entiendo. ¿Cómo... me llamaste?

El ángel de traje blanco aterriza, haciendo temblar el piso, y viene despacio. ¡Ah! ¡La frente! Me la cubro con las manos. Me arde. ¡Me quema! Y mi cabeza... ¡algo surge en ella! Puedo sentir cómo me crecen unos cuernos.

Él ángel avanza más rápido hacia mí, pero lo aparto con un disparo y huyo. No miro hacia atrás. Esquivo los árboles, escucho los gritos de los ángeles y los demonios, el crepitar de las llamas.

Llego a un claro. A unos metros de donde estoy continúa la arboleda. Si me escondo ahí, podría salvarme. Corro más rápido, mientras ángeles y demonios, enfrascados en la lucha, no me registran. Pero, momentos antes de llegar hasta los árboles, me señalan.

Doy un salto para adentrarme en el bosque, atravesando las ramas, y siento como si me arañaran. Sigo corriendo. Por favor, que no me alcancen... Veo retazos de movimientos en los espacios entre la vegetación. Salto. ¡Calor! Una bola de fuego impacta donde estaban mis pies unos segundos antes. Me salvo de un espadazo, esquivándolo por instinto.

Árboles y arbustos se cruzan en mi camino, mientras algo, que aún no comprendo, me hace evitar los ataques por milímetros.

El viento me golpea en la cara. Llego a un acantilado; más allá está el mar. Desde el borde, un hombre me mira como si me hubiera estado esperando.

Viste un traje que es antiguo y futurista a la vez; de un tono azul ultramar, contrasta con su piel, que parece hecha de cuarzo blanco. Lo protegen unas hombreras y brazales plateados con inscripciones en un lenguaje que desconozco.

Sus ojos azules atraviesan mi pecho, mi alma, mis secretos. Un miedo ancestral recorre mi cuerpo cuando termino de caer en la verdad acerca de este ser y de los otros que me persiguen: ¡No son humanos!

Escucho los gritos de los ángeles y los demonios, y giro hacia el bosque. Cuando vuelvo a mirar al hombre de traje azul, este me ofrece su mano. Quisiera alejarme de todos, pero no tengo otra opción. Corro, la tomo y saltamos.

Antes de que pueda reaccionar, en medio de la caída, se materializan mis alas. Las muevo y empiezo a volar. Un fuego surge de la espalda de mi compañero y crea alas de plumas grises. El hombre me sonríe antes de que nos cubra una luz blanca que nos hace invisibles, y nos alejamos de los otros volando sobre el mar.

***

Abro los ojos. Estoy en mi cama, transpirado y con el corazón latiéndome a mil por hora. ¿Qué está pasando? Yo... tengo que encontrar a ese hombre de alas grises y traje azul que me salvó. No fue una pesadilla... ¿o sí? ¡Imposible! ¡Estoy seguro de que fue real! Pero entonces, ¿por qué estoy en mi cama?

Me llevo las manos a la cabeza, que empieza a dolerme. Después, miro el reloj. ¡Es muy tarde! Me levanto de la cama de un salto. ¿Por qué no escuché el despertador? Me visto rápido y voy a buscar la mochila a la silla del escritorio, donde la dejo cada noche, pero no la encuentro. Está en el sillón, al lado de la biblioteca. La agarro y salgo corriendo hacia la escuela.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora