29. Intermitencia y corte

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Débora

Abro la puerta de casa y sonrío; todavía siento la brisa fresca y el aroma de los eucaliptos. Camino rápido hacia la escalera caracol que lleva a mi cuarto y empiezo a subirla.

—¡Débora! ¡¿Dónde estabas?! —grita mamá, y me paralizo a mitad de camino.

—Salí a pasear por el bosque.

—¿Por el bosque? —Habla con los ojos bien abiertos—. ¿Sola?

Giro hacia ella.

—Sí. Siempre voy ahí a caminar. No exageres.

—¿Que no exagere? ¡Te fuiste por tres horas! ¡Tres horas! —Sacude las manos en el aire—. ¿Qué tenés en la cabeza? ¿Te parece estar hasta tan tarde en ese lugar? ¡Con las cosas terribles que pasan! —Extiende los brazos a cada lado y se le cae el repasador, pero no lo levanta—. ¿No se te ocurrió que te podría haber agarrado uno de esos pervertidos que andan sueltos por ahí?

—¡Por favor, mamá! —Sacudo la cabeza y me río, pensando lo que le haría con mis poderes al que quisiera meterse conmigo.

—¿Encima te reís? ¡No podés desaparecer tanto tiempo sin avisar dónde estás! —Me señala una y otra vez, frenética—. ¡Y no es la primera vez que lo hacés! ¡Estoy harta, Débora! ¡No podés hacernos esto a tu padre y a mí!

—¡Yo también estoy harta! ¡Estoy harta de hacer cosas por ustedes! ¡Danza, piano, inglés, gimnasia artística! ¡BASTA! ¡Yo no elegí eso! ¡Soy un proyecto de lo que ustedes nunca hicieron!

—¿Qué estás diciendo? —Mamá niega con la cabeza.

—¿Qué está pasando? —escucho la voz de papá, que acaba de entrar al living. Justo llega del trabajo.

—¡Débora desapareció todo el día! ¡Y ahora dice que quiere dejar todas sus actividades extracurriculares! ¡TODAS!

—¡Estás loca, Débora! —Mi papá arruga la frente—. ¿Qué pensás hacer de tu vida?

—¡Qué sé yo! Quiero... quiero encontrarme a mí misma.

Dios, no puedo creer que dije algo tan cursi, pero es la verdad.

—No sabés lo que estás diciendo. —Papá quita importancia a lo que digo con un simple gesto—. Andá a acostarte. Mañana, más tranquila, vas a ver todo de otra manera. —Se encamina hacia su estudio, para dejar el maletín que carga desde que llegó.

—¿Que no sé lo que estoy diciendo? ¿No tengo derecho a opinar sobre mi vida?

Mi vejo se para en seco al escucharme y gira hacia mí.

—¡Basta, Débora! —Señala la puerta de mi habitación—. ¡ANDÁ A TU CUARTO!

Mamá asiente y me clava la mirada.

El pecho se me encoge y mis puños cerrados tiemblan. No les interesa en lo más mínimo lo que siento ni lo que tengo para decir. Recuerdo lo que pasó con Anabella y los murciélagos. Miro a mis viejos desde donde estoy parada, en la mitad de la escalera. Están debajo de mí... Como debe ser. Ellos son simples humanos y yo soy una arcana.

Siento crecer mi poder interno.

Trago saliva. Las luces comienzan a parpadear. El ventilador, el microondas y la tele se prenden y se apagan.

—¿Qué está pasando? —pregunta mamá, mientras papá observa el fenómeno, boquiabierto.

—¡Se acabó! ¡No voy a ir más a nada que YO no elija! —grito.

Subo las escaleras hasta mi cuarto y me encierro tras un portazo. Se corta la luz.

***

Espero que les haya gustado.

Saludos!

Mati

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora