32. Gaspar y León. Parte 2

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Bruno

Al otro día, le cuento mi sueño a Mackster y él me convence de ir juntos al lugar que vi en mi mente, así que por la tarde caminamos hasta la calle 44, a la altura indicada. Es todo como lo experimenté al dormir, con exactitud. El paisaje es el mismo y encuentro enseguida el camino que nos lleva hacia la calle de tierra arenosa y luego el sendero de piedritas que sale de ella hacia la casa celeste.

Me paro en seco, inquieto, pero Mackster tira de mi brazo y continúo avanzando. Llegamos al cobertizo, subimos las escaleras y me calmo al reconocer el llamador de ángeles, hecho de cristales, y su melodía grave.

Nos detenemos frente a la puerta, donde mi amigo se acomoda la bufanda.

—Dale, tocá la puerta —me anima—. Tarde o temprano tenés que enfrentarlo, si es que querés saber más sobre tu origen y lo que pasa en Costa Santa.

—Es verdad. Vamos.

Cuando estoy por tocar la puerta, esta se abre y en vez de hallar a un arcano encuentro a un hombre de ojos azules y brillantes. Es flaco, un poco más alto que yo.

—Hola —saluda, acomodándose los lentes.

Ese bigote rizado en las puntas...

—¡Usted es el dueño de la librería del centro! —exclamo.

—Sí.

—Usted... —Lo señalo, mi mano tiembla—. Eh... es...

—Sí. Soy un arcano, como ustedes. —Retrocede hacia el interior de la casa, dejando la puerta abierta—. Pasen.

Entramos con desconfianza. El vestíbulo está bien iluminado, la madera del piso cruje y despide olor a barniz. Nos envuelve un aura tibia. Siento un perfume suave y fresco hacia mi izquierda, donde hay un salón de estar con grandes sillones. A la derecha, una cocina amplia.

Seguimos a Gaspar por el pasillo hasta un cuarto alumbrado por lámparas de bronce. Tiene una biblioteca que cubre dos paredes, repleta de libros viejos. Huelo el humo de algún sahumerio dulce, creo que es lavanda.

Se sienta frente al escritorio de algarrobo oscuro, decorado con una gran piedra negra en un extremo y un cuarzo transparente en el otro. Acaricia su bigote y nos observa con calma. Hay dos sillas de nuestro lado, lo que confirma que nos esperaba.

—Muéstrenos su verdadera forma —exijo.

El hombre frunce el ceño y me doy cuenta de lo maleducado que sonó eso. Sin embargo, obedece; en menos de un segundo lo recorre el fuego y, en cuanto este se despeja, revela en su lugar al arcano de mi sueño.

—Guau. —Mackster lo mira con los ojos bien abiertos.

—¿Por qué me hizo olvidar lo que pasó aquel día con los ángeles y los demonios? —le pregunto y me cruzo de brazos, tratando de disimular que su apariencia me intimida.

—¿Qué? —pregunta, inclinando un poco la cabeza. Se ve confundido.

—Después de que los ángeles y los demonios, o lo que fueran, vinieron a buscarme, escapé y me escondí en el bosque —le explico—. Entonces, apareció usted, me trajo a este lugar y me hizo olvidarlo todo.

—Bruno, ¿no fue gracias a mí que pudiste huir de ellos? —Da unos golpecitos con los dedos en el escritorio—. Además, no te traje hasta acá porque sí, sino por protección. Y por último, no te hice olvidar de nada. —El fuego lo cubre y vuelve a su forma humana—. Te desmayaste y te llevé hasta tu casa.

—No fue así, yo... —Golpeo el escritorio, incorporándome—. ¡Usted me hizo creer que fue un sueño!

—Bruno, calmate. —Mackster me agarra del brazo.

Gaspar me observa con expresión inescrutable. Solo noto un brillo que oscila en sus ojos azules, tan intensos que parecen leerme la mente.

—A veces, cuando nos suceden cosas difíciles de entender —dice una voz suave detrás de nosotros—, nuestras mentes hacen algunos trucos para mantener la cordura.

Giramos y encontramos al barbudo morocho de Enoc parado de brazos cruzados en la puerta.

—¿Usted también es...? —Mi amigo se lleva una mano a la cabeza.

El hombre asiente.

—Me llamo León. Tutéennos, por favor.

—¿Pueden ayudarnos? —Mackster tira de mi brazo para que vuelva a sentarme. Le hago caso, evitando la mirada de Gaspar—. Necesito liberarme de un dios enemigo que se llama Dashnir y de su ejército.

—Sí, vamos a ayudarlos y...

—¡Hay demonios en el pueblo! —interrumpo—. Planean algo. ¡Tenemos que detenerlos! ¿Saben... saben algo acerca de mí? ¿Soy un demonio?

—¡Hay otros dioses que encarnaron conmigo! —Mackster alza la voz—. ¡Tengo que encontrarlos!

—¿Ustedes son ángeles? —pregunto con los ojos entrecerrados.

—Cálmense, por favor —pide Gaspar, frotándose las sienes.

León lanza una carcajada.

—Es mejor que les expliques algo, en especial a él. —Me señala con la cabeza.

—Voy a responder a todo, pero nada puede entenderse bien con el estómago vacío —asegura y se levanta de la silla—. Vamos a merendar al living.


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Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Where stories live. Discover now