17. Deseo de cumpleaños

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BRUNO


Como mi cumpleaños es un lunes, invito solo a algunos amigos para pasar la tarde en casa. Javier, Andrés y Simón se abalanzan sobre los sándwiches y snacks que puse encima de la mesa central. Juan hubiera hecho lo mismo, pero no pudo venir porque se enfermó.

Laura y Diana toman algo sentadas en los sillones con otras dos chicas del curso: Sara y Melisa. Débora también las acompaña, entretenida con unos mangas que dejé tirados en la mesa. Sus ojos verdes, delineados con maquillaje oscuro, recorren los dibujos.

—¡Todavía no puedo creer que le hayamos ganado a las chetas del Applegate en el campeonato de vóley! —Sara da unos saltitos en el sillón.

—¡Al fin! —Laura da un golpe en la mesa—. Después de perder tantas veces contra ellas... Estuviste excelente en el partido, Sara.

—Gracias, Lau —contesta, antes de morder un sándwich.

—¿Por qué no vino Mariza? —pregunta Andrés, sonriendo—. ¿Ya no es más parte del grupo?

—Qué te importa, tarado. —Laura revolea los ojos y se cruza de brazos—. Son cosas nuestras.

—Miren que ahora anda con Anabella y le va a contar todos sus secretos.

Débora aparta los ojos del manga y lo mira.

—Basta, loco, córtenla con eso —les digo.

—Anabella es una pelotuda. —Sara se inclina rápido hacia adelante y casi vuelca el contenido de su vaso—. En gimnasia artística se la pasa haciendo cambios estúpidos en la coreografía. No sé cómo nos va a salir. Débora, ¿por qué no volvés? —le pide, suplicante.

—Porque no quiero —contesta con los ojos fijos en la historieta.

—¡Dale, si sos la mejor! —Sara deja el vaso en la mesa y se lleva las manos a la cara—. Anabella es un desastre.

—No me interesa —responde, mientras pasa unas hojas—. Además, ¿no está más calmada después de lo que le pasó en la biblioteca?

Silencio. Sonrío y me levanto del sillón.

—¿Traigo la torta? —les digo.

—¡Siempre pensando en comer, Bruno! —grita Simón y todos se ríen.

—Ahora se joden y se quedan sin nada. —Me encojo de hombros y amago a irme del living.

—¡Nooo! —protesta Javier.

—¡Paráaa! —exclama Andrés.

—¡Perdoname! —Simón viene hasta mí y me agarra del brazo—. Eh... ¡Que los cumplas feliz! —Gira hacia el resto y agita con las manos—. Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz... —empieza a cantar y el resto lo imita, aplaudiendo y vitoreando.

—¡Está bien, está bien! —cedo con una sonrisa.

Cuando vuelvo con la torta, Javier y Débora me ayudan a encender las velas.

***

Los chicos están desparramados por el living y la cocina, donde mis viejos reparten lo que queda de la torta y del asado.

Me zampo el resto de mi porción y subo. Paso el estudio de papá y la habitación de mis viejos, que están cerrados, y llego a mi cuarto. Encuentro a Débora frente a la biblioteca. Su pollera escocesa y su remera negra, su pelo rubio, las curvas de su cuerpo... en mi habitación.

Se sorprende al verme

—Vine a guardar tu historieta.

—¿Querés llevártela?

Camino hacia ella, sintiendo que arrastro kilos de plomo con cada paso. Una vez que estamos cerca, un calor sube por mi pecho y se instala en mi cara. Dios mío, espero que mis cachetes no estén colorados.

—Eh... Ya terminé de leerla. —Sonríe y se acomoda el pelo. Me mira rápido de arriba abajo, después gira hacia la biblioteca—. Me encanta tu colección —dice, pasando su mano por los tomos—. Hasta tenés el manga de Sailor Moon. Sos un verdadero fan.

Clavo los ojos en sus mechones rubios, paso por los ojos claros, distraídos con las historietas, y bajo rápido hacia los pechos. Corro la mirada enseguida.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo.

—Javier es más friki todavía —comento de pronto, apoyándome en el mueble. Débora sonríe. ¡Dios mío! Es tan hermosa—. Eh... tengo el manga de Sakura Cardcaptor también, ¿lo viste?

—Sí.

—¿Querés que te lo preste?

—No, dejá. No podría. Los tomos están impecables acá, no podría cuidarlos como vos.

—No pasa nada. Llevátelos y me los devolvés en la escuela.

—Eh... —Se acomoda el pelo y mira hacia la puerta—. Paso otro día y me los llevo, ¿dale?

—Bueno.

Empezamos a caminar hacia la salida, pero ella se detiene.

—Hay muchos libros, también. —Señala otra parte de la biblioteca y se acerca a los estantes. Empieza a buscar entre unos tomos de la Colección Robin Hood—. ¿Leíste todo esto?

—Casi.

Se ríe. Me acerco y siento su perfume. No aguanto las ganas de besarla.

—Eh... ¿viste esto? —Invento cualquier cosa para alejarme de ella. Voy de nuevo a la sección de manga y saco uno del estante—. Es muy bueno.

Quiero alcanzárselo, pero Débora camina rápido y se pone a mi lado.

—A ver, abrilo...

¡Mierda, ahora estoy más nervioso! Tengo su cara casi pegada a la mía. Mis rodillas apenas me sostienen. Si giro un poco...

—¡Viene con páginas a color! —Está emocionada—. Me encantan las alas negras y la ropa plateada de la chica. —Acaricia la imagen—. Y mirá a este otro. Es pelirrojo como vos.

Sonrío, algo avergonzado. Débora agarra la historieta. ¡Mierda! La película arranca sola en mi cabeza: la llevo hasta mi cama y nos sentamos, ella se inclina hacia mí y nos besamos despacio, mientras acaricio su pelo suave. Siento su respiración caliente en mis mejillas y la abrazo fuerte contra mí, antes de empezar a besar su cuello, extasiado por el aroma dulce de su piel...

—¡Bruno! ¿Estás bien? —me pregunta y vuelvo a la realidad. Afirmo con un movimiento de cabeza—. ¡Ay! ¿Te molestó lo que dije?

—¿Qué cosa?

—Que eras colorado como el personaje. A veces te cargan con eso, perdón.

—Tranqui, no me molesta.

—Es que me encanta tu pelo. —Débora está muy cerca. Nos miramos a los ojos. Acerca su mano a un mechón y empieza a acariciarme—. Sos como un vikingo...

Me envuelve una explosión de calor. Es como si todas las células de mi cuerpo se hubieran encendido. ¡No puedo creer que Débora me esté tirando onda! Mira mi rostro de arriba abajo. Cierro los ojos y me inclino hacia ella.

—¡Bruno! —me llaman y nos separamos—. ¡Dios mío! —Sara entra al cuarto, tapándose la cara con la mano. Está colorada y sonríe—. ¡Mierda! ¡Perdonen! —exclama mientras sale—. Los dejo solos...

—¡No, esperá! —Débora apoya la historieta en mi cama y va hacia las escaleras.

Cierro las manos. ¡Mierda! Me quedo paralizado, no sé qué hacer. Suspiro y miro hacia el piso.

—¡Ey, Bruno! —Débora me hace un gesto con la mano—. ¡Vamos abajo!

Largoun suspiro por lo bajo y asiento, antes de seguir a la chica fuera de mi cuarto.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora