32. Gaspar y León. Parte 1

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Bruno

Después de escucharme, Mackster me mira con los ojos bien abiertos. El mate se enfría en sus manos.

—¿Hace cuánto pasó?

—Varios días.

Como unos bizcochitos. Estamos en su cuarto, sentados descalzos y de piernas cruzadas sobre la cama.

—¿Y recién ahora me lo contás? —se indigna; me río—. No puedo creer que hayas estado con la Dama Plateada, ¡sos un genio! —Se toca la frente.

De pronto, recuerda que tiene el mate entre las manos. Toma de la bombilla y me lo da.

—Tibio —dice.

—Espero volver a verla. —Hago una media sonrisa, mientras cargo el pocillo con agua caliente del termo—. Pensé mucho en ella.

—Sí, no me quiero imaginar... —Pone los ojos en blanco y nos reímos.

Mackster va hacia el ventanal y se queda observando el cielo. Arruga una servilleta de papel con la mano.

—Deberías buscar a Gaspar.

—No sé...

—Por ahí quiere ayudarte. —Me mira con el ceño fruncido.

—O lavarme el cerebro de nuevo.

Mackster gruñe.

—Siempre tan desconfiado vos. Si encontrás su casa, podemos ir juntos. En caso de que esté tramando algo, no creo que pueda con los dos.

—Es un tipo poderoso —comento, preocupado—. No quiero arriesgarme. ¿Y vos? Al final no hablamos nada sobre los dioses que también encarnaron. ¿Los vas a buscar?

—No sé. No tengo idea de cómo ni por dónde empezar. ¿Nacieron y viven en Buenos Aires como nosotros? ¿Están en otra provincia, otro país? Tampoco sé si van a ser mis aliados. Y todavía no estoy convencido de hacer caso a Ubster. No confío en él.

—Entiendo. Son muchas cosas para analizar. —Miro la hora—. ¡Mierda! ¡Es tarde! Tengo profesor particular.

—¿Querés que el chofer te alcance? —me ofrece mi amigo y niego con la cabeza.

—Si no llego, me transformo y vuelo hasta allá —comento, mientras corro para agarrar la mochila y la campera.

—Estudiaste a full esta semana, te va a ir bien —me tranquiliza Mackster.

—Eso espero. Gracias por darme ánimos.

Me despido de él y salgo de su casa, rumbo a la parada de colectivo que me lleva a lo del profesor. Por unos instantes, considero en serio volar hasta allá, pero me calmo al darme cuenta de que voy a llegar bien.

La clase se pasa muy lento. Lo bueno es que logro entender lo que tengo que dar en el examen recuperatorio y después de practicar los ejercicios varias veces, me quedo tranquilo y confiado en que me voy a aprobar. Además, el profesor me deja bastante tarea para asegurarse de eso.

Respiro aliviado al emprender la vuelta a casa. Al menos por un rato, puedo olvidarme de los números. Me despejo al mirar el paisaje de casas bajas, disfrutando del viento húmedo que me enfría la cara y trae el aroma de los eucaliptos de las veredas. Luego de caminar un rato, me llama la atención una cruz que diviso en un edificio a lo lejos y camino hasta él. Reconozco el lugar enseguida: es la iglesia tapiada que vi cuando enfrenté a los zombis con la Dama Plateada.

No hay rastros de la pelea. La calle está vacía, con la mayoría de las luces rotas. Hay algunas casas abandonadas con carteles de venta. De pronto, distingo a dos hombres caminando por la vereda de enfrente, en dirección contraria. Son el librero y el tipo de Enoc. ¿Qué hacen acá?

Se me ocurre que tal vez tienen algo que ver con los zombis, así que me escondo rápido detrás de un árbol, para observarlos. Los veo pasar de largo, conversando tranquilos; no tienen una actitud sospechosa. Igual, espero a que se alejen antes de salir de mi escondite.

Luego, cruzo hasta la iglesia. Subo las escaleras, cierro los ojos y me concentro, antes de apoyar la palma de la mano en la puerta clausurada. Me preparo para recibir una visión, pero no pasa nada. Lo intento de nuevo... ¡Vamos! Sacudo la mano en el aire y vuelvo a apoyarla sobre la puerta.

Nada. Suspiro y me alejo del lugar rumbo a casa, frustrado por no encontrar ninguna pista.

Una vez en mi cuarto, tiro la mochila al piso y me acuesto. Cierro los ojos, relajado, y empiezo a soñar.

Conozco esta calle, es la número 44, pero ahora es diferente. Busco algo. La neblina forma una suerte de lago entre los jardines de los chalets. Siento el aroma de los pinos. En la mayoría de las entradas de las casas está indicada la numeración, tallada en carteles de madera. Muchas construcciones tienen escalones de loza o troncos y cazadores de sueños en las ventanas.

La niebla se despeja, mostrándome un camino, y la calle es reemplazada por el suelo arenoso del bosque. Veo un sendero de piedritas color hueso que termina en una casa celeste de ventanas blancas. ¡La encontré!

Voy hasta el cobertizo y mi corazón se acelera cuando subo las escaleras. La melodía grave de los cristales de un llamador de ángeles, que chocan acariciados por la brisa, logra tranquilizarme. Toco la puerta.

Se abre poco a poco y del otro lado veo a Gaspar, el arcano de piel blanca como la luna y ojos azules, que lleva las alas replegadas, listo para recibirme.

Se abre poco a poco y del otro lado veo a Gaspar, el arcano de piel blanca como la luna y ojos azules, que lleva las alas replegadas, listo para recibirme

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Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Where stories live. Discover now