6. Magda Wear

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Bruno


Tamborileo en la mesa con un lápiz hasta que la profesora de Biología me clava la mirada. Intento concentrarme en lo que dice, pero el sueño no deja de repetirse en mi cabeza. Mi intuición sobre el libro de Flavia Nermal era correcta. Está hablando de algo que es real, ¿no? Además, debería confiar en mi propia experiencia.

Miro a Javier, que dibuja espirales en su cuaderno con la mirada perdida. Me extraña que no hablemos; por ahí es porque estoy colgado con mis preocupaciones, como suele pasar últimamente, o quizás tiene algún problema.

—¿Estás bien? —le pregunto.

No me contesta y sigue dibujando. Por un instante, me parece que sus ojos dejan de ser grises y se tornan oscuros. Sacudo la cabeza para despabilarme.

¿Qué le pasa? ¿Hice algo que le cayó mal? Justo suena el timbre y empieza el recreo.

—Voy a comprar algo, ¿venís?

—No. Me quedo. —Se recuesta sobre el escritorio, mirando hacia otro lado.

Después de clases, vamos hasta la peatonal. Por suerte, está de mejor humor y ya empezamos a hablar de chicas y de la escuela. Me pregunta si voy a hacer algo para mi cumpleaños. Todavía no sé...

Pasamos por un enorme local de ropa. Tiene dos pisos, y algunos de los maniquíes parecen sacados de una película futurista. En la fachada, unas letras gigantes y de color rosa dicen: «Magda Wear». El lugar está lleno, las personas entran y salen como locas.

—¿Qué es esto? —pregunto.

—Es el nuevo local de Magdalena Bennett.

—¿Quién es?

—¿No sabés? —Javi frena y me toma del brazo para detenerme—. ¿En serio?

Asiento. El chico resopla.

—¡Posta que vivís en un termo, Bruno! —se ríe, llevándose una mano a la frente—. Es una diseñadora recontra famosa. Los abuelos eran irlandeses y estuvieron entre los fundadores de Costa Santa.

»Magda se fue a Capital a los dieciocho y empezó con un tallercito en Barracas. Ahora es multimillonaria y Magda Wear es una de las firmas de ropa más importantes del mundo. Acaba de volver a Costa Santa para tener una vida más tranquila después de pasar años afuera del país. Al menos, eso leí en la revista Gente. También dicen que volvió después de la crisis de 2001 para abrir un taller y ayudar al país a salir adelante generando puestos de trabajo.

»Hace cosas geniales, como telas con materiales reciclados, ropa con bolsillos en lugares extraños o remeras que cambian de color de acuerdo a la temperatura, todo con un diseño súper copado.

—¡Increíble!

—¡Es buenísimo! Ojalá alguna vez pueda comprarme algo.

Los vidrios y las puertas del negocio tiemblan por la música electrónica. Todas las chicas que salen están más buenas que ganarse un mazo, edición limitada, en un torneo de Magic. Me llama la atención una rubia cargada de bolsas, con lentes azul turquesa y sombrero rosa. ¡Es Débora! Nos pasa sin vernos.

—¡Débora!

La chica se para en seco y mira alrededor, intrigada. Cuando nos encuentra, sonríe y agita una mano. Se acerca y nos saluda con un beso.

—Aprovecho las ofertas de inauguración. —Levanta las bolsas—. Es difícil conseguir algo barato en Magda. —Se encoge de hombros y se ríe.

Ahora que está más cerca, noto que tiene ojeras.

—¿Todo bien?

—Sí, ¿por? —Entrecierra los ojos.

—Nada, te veo cansada.

—¿Estoy muy mal? —Se lleva una mano a la cara, y niego con la cabeza—. El sábado me junté con las chicas y todavía no me recupero.

—Algún finde podrían salir con nosotros —dice Javier, con la cara inexpresiva.

Seguro que también siente un nudo en el estómago, quizás más que yo, ya que fue él quien por fin lo dijo. Ensayamos esa frase mil veces. Lo miro de reojo, una de sus manos tiembla. Quizás se nos dé a los dos y salgamos con ellas, y él pueda chamuyarse a Laura y yo, a Débora.

—¡Obvio! —la escucho y el corazón me da un salto. Enseguida, mira la hora en su reloj de pulsera y se lleva la mano al pecho—. ¡Ay, es re tarde, tengo que verme con Laura!

Nos saluda y se aleja, casi corriendo. Cuando el sol le pega en el sombrero, este se vuelve naranja.

—¿Qué le pasa?

—No sé, pero es tan hermosa... —se me escapa, y Javier me golpea la nuca con la mano abierta.

—Volvamos, Colo.

Seguimos varias cuadras hasta la librería. Recuerdo al dueño y la extraña sensación que tuve al comprar el libro de Flavia Nermal. Hago como que miro las novedades, pero me asomo buscándolo. El hombre lee detrás del mostrador, se lo ve contento. Imagino que debe gustarle su trabajo. Me quedo con esa idea y paso el resto de la tarde jugando en el local de arcades con Javier.

***

Avanzo descalzo sobre el piso seco, siento las grietas y el polvo que se me adhiere a los pies. El calor lejano de los cráteres me llama; necesito su energía. La lluvia frena. Las gotas fueron devoradas por la temperatura, solo queda el aroma del vapor, cada vez más intenso. Sé que hay oscuridad a mis espaldas y me reconforta alejarme de ella.

Llevo ropa negra y sin peso, adherida al cuerpo. Al subir la temperatura, se vuelve más floja y aireada. Mis hombreras y brazales son plateados, con estrellas grabadas. Mi piel es gris.

A lo lejos veo un bosque de árboles negros. Extiendo mis alas de piel y me elevo.

Aleteo hasta llegar a una corriente de energía. Navego sobre la vegetación sombría, que tiene grandes espinas y aberturas que dejan ver un líquido naranja, circulando.

A medida que me traslado por el cielo, noto que abajo aparecen árboles distintos; son de hojas verdes y ramas frondosas. La corriente disminuye y me libera sobre el prado al que anhelaba llegar. Aterrizo y decido recostarme sobre la hierba tibia para observar las estrellas y las lunas.

—¿Qué haces aquí? —pregunta su voz a mis espaldas.

Sabía que él iba a encontrarme. Volteo, y en vez de hallar al lord de este territorio, noto que todo ha desaparecido y ahora me encuentro en otro espacio, mucho más frío.

No estoy en la hierba, sino descansando sobre una superficie blanda. Miro mis manos. ¿Por qué mi piel está rosada? ¡Estas no son mis manos! Me incorporo. ¿Dónde estoy? Es una especie de habitáculo...

Veo imágenes de unos seres en las paredes. Me acerco a ellas y las toco. ¡Son humanos! ¿Qué hago aquí? Me llevo las manos a la frente y luego a la espalda. Siento una puntada en la cabeza y todo se oscurece.

Abro los ojos. ¿Estoy despierto? Miro alrededor. No hay imágenes de seres en las paredes... son las fotos de mis amigos. Veo un escritorio, una biblioteca, auriculares entre las sábanas, historietas en el suelo.

¿Qué fue todo eso? Apoyo la cabeza en la almohada y, sin querer, empiezo a olvidarlo.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora