22. Mundos que se cruzan. Parte 1

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Me paro frente a unas rejas altas y negras, detrás de las cuales se ve un jardín inmenso. A lo lejos, se eleva una mansión que no puedo distinguir bien, porque está tapada por los árboles. Chequeo de nuevo la dirección en el papel. No puede ser. Miro buscando un timbre hasta que noto un llamador eléctrico con cámara. Aprieto el botón.

—¿Qué desea? —surge una voz desde el aparato.

—Hola. Eh... Vengo a ver a Mackster. Soy Bruno.

—Enseguida le abren.

Luego de unos instantes, veo una limusina que se acerca desde el otro lado de las rejas. Estas se abren automáticamente y el auto estaciona frente a mí. Un hombre se baja y me señala el interior.

—Soy Clemente, un gusto. Suba —señala hacia el interior del vehículo—, lo llevaré hasta la entrada.

Asiento, con la garganta seca de pronto. Trago saliva y entro al interior de la limusina. El chofer cierra la puerta y luego empieza a conducir. Dios, me gustraía decirle que podía caminar hasta allá, pero las palabras no me salen. Me siento incómodo; no sabía que Mackster era millonario.

Avanzamos por una pequeña calle bordeada de césped y pinos. Me asomo por la ventana y pronto me doy cuenta porqué me buscaron en un vehículo. La casa está bastante lejos de la entrada, más de lo que parecía a simple vista. Vuelvo a concentrarme en el paisaje lleno de árboles; entre las ramas, llego a vislumbrar estatuas de estilo griego antiguo y fuentes. En un momento pasamos por una zona flanqueada por cientos de flores, llego a reconocer lirios, dalias y caléndulas. Me siento tentado de pedirle al chofer que frene.

Cuando al fin nos detenemos, veo la escalera majestuosa que lleva a la entrada, con dos estatuas de leones vigilando a cada lado de la base. Levanto la mirada y en la cima encuentro a Mackster, esperándome.

—¡Hola, Bruno! —Agita una mano y sonríe.

Subo hasta él y me saluda con un abrazo fuerte, como si me conociera desde siempre.

Había imaginado que tenía guita, porque va al colegio Applegate, ¡pero esto es impresionante! Me siento dentro de uno de esos libros de vampiros de Anne Rice.

Los pisos del vestíbulo son de losas blancas y negras. Al fondo, veo una escalera doble de mármol blanco cubierta por una alfombra roja. Observo los cuadros con rostros de Marilyn Monroe en colores fosforescentes.

Subimos hasta un corredor de alfombra bordó, con paneles de madera oscura. En él se exhiben unas fotos ampliadas, enmarcadas de negro y con sus propios focos de luz: una rubia posando con una pequeña tienda a sus espaldas. La misma mujer, unos años más tarde, con una fábrica detrás. Finalmente, de traje Jackie y con boquilla en mano, sonríe delante de un edificio inmenso. El logo de Magda Wear se lee en la fachada.

Se me cae la mandíbula.

—Sí, es mi mamá —dice Mackster, poniendo los ojos en blanco—. Vamos a mi cuarto, antes de que...

—¿Qué tal? —escucho a nuestras espaldas y giro para encontrar a su madre; viste un traje rosa muy elegante y lleva el pelo platinado corto, a la altura de los hombros—. ¿Cómo estás, Bruno? Soy Magda. —Me mira de arriba abajo con ojos de un tono verde azulado y sonríe. Parece que le caí bien—. Encantada de conocerte. ¡Mackster me contó tanto sobre vos!

—Ah, ¿sí?

Parpadeo, inquieto. ¿Qué le habrá dicho si apenas me conoce?

—Bienvenido a nuestra casa. Cualquier cosa que necesites...

—Sí, sí, ma. —Mackster hace un bufido—. Yo le explico.

Mi amigo me toma del brazo para que siga caminando.

—Dejame terminar —insiste la madre—. Cualquier cosa que necesites, podés pedírsela a los mayordomos. —Mira a Mackster—. Llamen a la cocina y encarguen algo para comer.

—Sí, mamá.

Da un soplido por lo bajo y me lleva hasta su cuarto. El piso es de lozas blancas y rojas. De los parlantes en las paredes sale un tema de Bon Jovi. A mi izquierda hay una cama de dos plazas. A mi derecha, un enorme ventanal que da al jardín.

Voy hasta un estante lleno de libros y documentales, la mayoría son sobre mitología y culturas antiguas, aunque también hay algunos sobre alienígenas y ovnis. Debajo, veo pequeñas reproducciones de estatuas de dioses andinos, griegos, egipcios, aztecas y otros que no reconozco. Giro hacia Mackster, que está en la otra punta del cuarto y camina hasta el minibar.

—¿Qué querés? Hay cerveza, gaseosa, agua...

—Gaseosa está bien.

—Sentémonos —dice con una media sonrisa, y nos acomodamos en un sillón azul inmenso.

Frente a nosotros hay un mueble con una televisión plana y una consola.

—Esto es impresionante. —Doy un par de sorbos—. Tu casa es hermosa y tu cuarto es... espectacular.

Sonríe y los cachetes se le ponen colorados.

—Gracias, Bruno.

—Me dijiste que eras un dios. Eso suena tan genial. Me gustaría saber de dónde vienen mis poderes también. ¿Recordás algo de tu otra vida?

—Veo que estás ansioso porque te cuente —se ríe—. Solo me vienen retazos a la mente, imágenes sueltas, por eso toda esa colección que viste ahí... Sé que soy uno de los dioses de Agha. Recuerdo que vivía en esa otra dimensión y que quería conocer qué había más allá. Tal vez por eso me volví humano.

—Es algo, al menos. Mis sueños no fueron claros: a veces creo que soy un demonio; otras, un ángel. Ni siquiera sé si existe esa división. Solo retengo fragmentos, como vos, y en la mayoría veo portales y batallas. Tampoco sé de dónde vienen la ropa y las armas que nos aparecen. ¿Son mágicas?

—Dioses, ángeles, demonios... Son ideas humanas. Estamos hablando de habitantes de otras dimensiones. —Una luz blanca y roja lo envuelve y hace aparecer su traje. Mackster me sorprende al transformarse así de pronto, como si nada. Supongo que está más acostumbrado a esto que yo, o quizás se lo toma de otra manera. Por un instante, me preocupa que alguien se asome a la puerta y lo vea. Él, en cambio, se encuentra en otra sintonía, concentrado en estirar la tela de su vestimenta para observarla—. Nuestra ropa, las habilidades que tenemos, quizás sean producto de tecnología de otros mundos o de capacidades de seres mucho más avanzados; fenómenos como la levitación, la materialización o la reordenación molecular, todo es posible. ¿No te parece?

—Eh... no lo había pensado de esa manera. Creo que tenés razón. Hablaste de seres avanzados... ¿nosotros seríamos eso? —Me rasco la cabeza.

—Tal vez.

Me transformo y observo la tela plateada de mi traje.

—Se siente diferente a cualquier otra ropa —afirmo—. Es cómoda, calza perfecto, se adapta y...

—Está viva —completa Mackster—, al igual que las armas.

—Tenés razón. No sabés, me fijé en Internet si corrían rumores sobre nuestra pelea contra el monstruo azul —comento de pronto, al recordarlo—. También entré al sitio de Flavia Nermal y busqué en otras páginas de ese estilo; nada.

—Yo hice lo mismo. Suena muy loco, pero leí que hay agencias especializadas en borrar toda esa clase de información.

—¿En serio?

—Sí.

—Me dio un escalofrío...

—No tengas miedo, Bruno —se ríe y choca su lata de gaseosa con la mía, improvisando un brindis—. Ahora que estamos juntos, nadie va a poder meterse con nosotros.

Asiento y sonrío, divertido por su comentario. Me encanta que este pibe sea distinto a mí, que se preocupe menos por todo. Creo que va a ser una buena influencia.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Where stories live. Discover now