13. Alas. Parte 1

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BRUNO


Estar en la escuela me hace pensar que todo volvió a la normalidad. Mientras la profesora habla, leo una historieta que escondí debajo del banco. La dejo para anotar las preguntas de un ejercicio que nos da y que Javi y yo terminamos rápido.

Anabella viene a pedirnos las respuestas, pero la echamos. Débora y sus amigas están pintándose las uñas y se ríen al verla pasar. Noto que Mariza se incomoda, pero lo disimula mirándose en un espejo de mano.

De repente, me pica la palma de la mano izquierda; luego siento una puntada y calor. La miro: se volvió de ese blanco fantasmal... El fuego sube por mi muñeca, donde empieza a cubrirme la tela gris. ¡Me estoy transformando! Por favor, ¡que nadie lo vea!

—Bruno, ¿qué carajo es eso? —pregunta Javi, inclinándose hacia mí.

Escondo la mano debajo de la silla y siento que empieza a enfriarse.

—¿Qué? —Me agarra un mareo y transpiro—. N-no vi nada.

—Pará, Bruno, yo vi algo —insiste y me mira de arriba abajo.

Entrecierra los ojos al notar que escondo la mano. La saco de debajo de la silla y se la muestro. Solo queda un poco de vapor, que soplo.

Javier lo observa paralizado. Le sonrío y vuelve a leer su historieta en silencio, pero continúa mirándome de reojo. Intento dibujar, pero no puedo. Mi corazón sigue acelerado y parece que va a salirse de mi pecho. Empieza a dolerme la cabeza, me falta el aire y tengo puntadas, ahora en ambas manos y la frente.

Le pido permiso a la profesora para ir al baño. Me aseguro de que esté vacío antes de entrar en una casilla y llevarme la mano al pecho. ¡Fuego! Parece salir desde mi corazón, que con cada latido hace crecer las llamas. Trato de apagarlas moviendo los brazos, pero me cubren; cuando se despejan, vuelvo a ver las manos blancas y el traje gris.

Salgo con cuidado y me miro en el espejo. Tiemblo al observarme los colmillos. Toco uno y me pincho. ¡Au!

De pronto, se abren dos tajos en mi ropa, a la altura de la espalda. ¡Empieza a salir fuego! Me sobresalto al darme cuenta de que las llamas forman unas alas, que se vuelven de piel en un instante. Son como las de los murciélagos. Las muevo, siento esos nuevos músculos y huesos.

Esto soy yo. Es lo que estuvo oculto todo este tiempo detrás de mis poderes. Antes de que alguien me vea, el fuego me recorre y vuelvo a ser Bruno. Nadie puede saberlo. Pero... si no soy capaz de controlar esta transformación, ¿cómo voy a hacer para guardar el secreto?

***

Regreso a casa. A esta hora de la tarde, en la que cierran los negocios y la mayoría de los vecinos duerme la siesta, no hay nadie en la calle. Sonrío y disfruto respirando el aroma de los eucaliptos y sintiendo el calor del sol. En cuanto llegue, tengo que ponerme con un trabajo práctico dificilísimo sobre el sistema digestivo. Qué cagada. Estoy por mandar la tarea al carajo e irme al Paseo del Bosque, cuando percibo que algo me observa.

Busco a mi alrededor. Vuelven las puntadas y el calor en mi mano izquierda. Me parece ver un borrón negro en las terrazas de los edificios. ¿Quién o qué es? ¿La sombra de aquel sueño?

Me conecto con ella y percibo su maldad. El fuego sube por mi brazo, tiñéndome la piel de blanco y cubriéndola con la tela gris. La presencia no deja de mirarme, socarrona.

—¿Qué querés? —grito, y los músculos en mis brazos y cuello se tensan.

No me contesta. Comienzo a temblar... ¡No me queda otra alternativa! Dejo que el fuego avance y llegue hasta mi hombro, donde crea una hombrera verde. Mi otro brazo comienza a ser cambiado por las flamas, y una llamarada quiere salir de mi pecho.

La sombra fluctúa, pero no me revela su verdadera forma. Cuando estoy por terminar la transformación, me da la espalda y despega, perdiéndose entre los edificios.

—Tranquilo —me digo, y me llevo una mano al pecho.

El fuego se apaga y mi cuerpo vuelve a la normalidad.

Tenía la esperanza de encontrar a otros que pudieran enseñarme a usar mis poderes. Después, quise escapar y olvidarlo todo.

Al final, Flavia Nermal tenía razón: existen los arcanos. Soy uno de ellos.

Y estoy solo.

Una vez en casa, me encierro en mi cuarto y me paro frente al espejo. Tengo que dejar de huir de mí mismo. Invoco al fuego, convoco a la transformación, y las llamas acuden.

Me acerco a mi reflejo y toco un par de veces mi rostro blanco como la luna. Luego, acaricio el traje gris que se materializó en mi cuerpo. Está hecho de una tela metálica liviana. Aunque es elástica, se ve resistente. Las partes verdes son piezas de armadura: hombreras, brazales y canilleras. Me saco las hombreras y pruebo su resistencia con mi espada. No logro quebrarlas.

La pechera y el cinturón son de un rojo oscuro. Intento quitarme el traje: en cuanto estiro la tela, se abre sin desgarrarse y se sale. Examino mi cuerpo. Respiro aliviado al ver que todo está igual que siempre, aunque de un blanco nieve. Me visto y la tela que se había separado vuelve a unirse.

Los pies, con uñas un poco más largas y filosas, descansan en unas botas muy cómodas de color negro. Aunque me concentro, mis alas no quieren aparecer.

Esta otra forma me hace sentir fuerte. Creo que podría defenderme de cualquier criatura o monstruo que quisiera meterse conmigo. Ya lo tengo decidido: voy a dejar de huir del peligro. Voy a practicar hasta controlar mi transformación y aprovechar todo su potencial para averiguar lo que está pasando en esta ciudad.

Somos Arcanos 1: Recuerdos perdidos (Premio Wattys 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora