𝒞𝒶𝓅𝒾𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣

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No quedaba nada en el mundo salvo viento y arena.

Cuando menos, esa sensación tenía Sakura Haruno mientras miraba desde lo alto de una duna el desierto que se extendía ante ella. Hacía un calor asfixiante, a pesar del viento, y la túnica se le pegaba al cuerpo a causa del sudor. No obstante, el guía nómada le había dicho que sudar era bueno; solo cuando no sudabas el Desierto Rojo devenía mortal. El sudor te obliga a beber. En cambio, cuando el calor evapora la transpiración antes de que repares en ella, puedes deshidratarte sin darte cuenta.

Oh, aquel calor espantoso. Invadía cada poro de su cuerpo, le embotaba la cabeza y le entumecía los huesos. El bochorno de la bahía de la Calavera no era nada comparado con aquello. Habría dado cualquier cosa por un soplo de aire fresco, por breve que fuera.

A su lado, el guía señaló al sudoeste con un dedo enguantado.

—Los sessiz suikast están allí.

Los sessiz suikast, los asesinos silenciosos; la orden legendaria que tenía que entrenarla.

—Para que aprendas obediencia y disciplina —le había dicho Nagato Uzumaki.

En el desierto Rojo y en pleno verano, había omitido. Su estancia allí era un castigo. Hacía dos meses, cuando Nagato había enviado a Sakura junto con Tobirama Senju a la bahía de la Calavera sin revelarles cuál iba a ser su misión, su compañero y ella habían descubierto que estaban allí para comerciar con esclavos. Desde luego, el encargo no había sido del agrado de los dos asesinos, a pesar de su oficio. De modo que habían liberado a los esclavos, sin importarles las consecuencias. Empezaba a pensar que no había sido buena idea. De todos los castigos que había recibido en su vida, aquel le parecía el peor. Y eso era mucho decir dado que, un mes después de que Nagato la hubiera azotado, los cortes que tenía en la cara aún no habían cicatrizado.

Sakura se enfurruñó. Dio un paso hacia la pendiente y se ciñó el pañuelo para cubrirse la nariz y la boca. Bajaba con las piernas en tensión para no resbalar por las inestables arenas, pero el avance suponía una mejora respecto a la angustiosa caminata por las Arenas Cantarinas, llamadas así porque los granos susurraban, gemían y protestaban. A lo largo de un día entero, el guía y ella habían tenido que vigilar cada paso, pendientes de no romper la armonía de la arena que pisaban. En caso contrario, le había dicho el nómada, los granos se convertirían en arenas movedizas.

𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨Where stories live. Discover now