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Sakura llevaba dos días en el carro, viendo cómo la luz se desplazaba y bailaba en las paredes. Solo se alejaba del rincón el tiempo necesario para aliviarse o para coger la comida que le arrojaban.

Había creído que podía amar a Tobirama y no pagar un precio a cambio.

«Todo tiene un precio», le había dicho el mercader de seda de araña allá en el desierto Rojo. Cuánta razón tenía.

Los rayos del sol volvieron a filtrarse en el vehículo, inundándolo de luz tenue. El viaje a las minas de sal de Endovier duraba dos semanas, y cada kilómetro los alejaba más y más en dirección norte, hacia un clima más frío. Cuando Sakura se quedaba dormida, un sueño inquieto en el que las pesadillas y la realidad se alternaban y a veces se confundían, a menudo la despertaban los escalofríos que recorrían su cuerpo. Los guardias no le

ofrecieron protección alguna contra el helor.

Dos semanas en aquel carro oscuro y apestoso, con las luces y las sombras por toda compañía, y el silencio que la envolvía. Dos semanas, y luego Endovier.

Separó la cabeza del lateral del carro.

El miedo creciente hacia titilar el silencio.

Nadie sobrevivía a Endovier. Casi ningún prisionero aguantaba más de un mes. Era un campo de exterminio.

El temblor se apoderó de sus dedos entumecidos. Recogió las piernas contra el pecho y apoyó la cabeza en las rodillas.

Las luces y las sombras seguían jugando en la pared.

Las luces y las sombras seguían jugando en la pared

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𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora