𝒞𝒶𝓅𝒾𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥

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Dioses. Oh, dioses.

El aliento de Naori salió más rápidamente cuando la muchacha se acercó a los dos atacantes restantes. El primer mercenario ladró una carcajada, pero el que estaba en la puerta tenía los ojos muy abiertos. Naori con cuidado, mucho cuidado, retrocedió.

—¿Tú mataste a mis hombres? —dijo el mercenario, sosteniendo la espada.

La joven volteó una de sus dagas en una nueva posición. El tipo de posición que Naori pensó permitiría fácilmente que la hoja fuera directamente a través de las costillas y el corazón.

—Digamos que sus hombres consiguieron lo que merecían.

El mercenario se lanzó, pero la chica lo estaba esperando. Naori sabía que debería correr –correr y correr y no mirar hacia atrás– pero la muchacha solo estaba armada con dos dagas, y el mercenario era enorme y...

Se acabó antes de que realmente comenzara. El mercenario lanzó dos golpes, ambos reuniéndose con esas dagas de aspecto siniestro. Y entonces ella lo dejó fuera de combate con un golpe rápido en la cabeza. Tan rápida, terriblemente rápida y elegante. Un espectro moviéndose a través de la niebla.

Desapareció en la niebla y fuera de la vista, y Naori no escuchó demasiado cuando la muchacha siguió donde había caído.

Naori giró la cabeza hacia el mercenario en la puerta, preparándose para gritar una advertencia a su salvador. Pero el hombre ya estaba corriendo por el callejón tan rápido como sus pies se lo permitían.

Naori tenía casi decidido a hacer eso cuando la desconocida salió de la niebla, sus hojas limpias, pero todavía fuera. Todavía lista.

—Por favor no me mates —susurró Naori. Estaba dispuesta para rogar, para ofrecer todo a cambio de su inútil, desperdiciada vida.

Pero la joven se rio bajó su aliento y dijo:

—¿Cuál habrá sido el punto de salvarte, entonces?

—¿Cuál habrá sido el punto de salvarte, entonces?

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Sakura no había pensado salvar a la camarera.

Fue pura suerte de que hubiera visto a los cuatro mercenarios arrastrándose por las calles, pura suerte que parecieran tan ansiosos por problemas. Los había cazado en ese callejón, donde los encontró listos para hacer daño a esa muchacha de modos imperdonables.

La lucha terminó demasiado rápido para ser realmente agradable, o ser un bálsamo para su temperamento. Si ni siquiera se podría llamar pelea.

El cuarto había logrado escapar, pero no tenía ganas de perseguirle, no gracias a la sirviente que estaba de pie delante de ella, temblando de pies a cabeza. Sakura tenía la sensación de que lanzar una daga tras el hombre corriendo solo haría que la chica empezara a gritar. O se desmayaría. Lo cual... complicaría las cosas.

Pero la chica no gritó o se desmayó. Solo señaló con un dedo tembloroso al brazo de Sakura.

—Estás... estás sangrando.

Sakura frunció el ceño hacia el pequeño punto brillante en su bíceps.

—Supongo que lo estoy.

Un error por descuido. El grosor de su túnica había hecho que no fuera una herida molesta, pero lo tendría que limpiar. Se curaría en una semana o menos. Giró de nuevo a la calle, para ver qué más podía encontrar para divertirse, pero la chica volvió a hablar.

—Yo... yo podría curarlo por ti.

Ella quiso sacudir a la chica. Sacudirla por unas diez razones distintas. La primera y más grande, era porque ella estaba temblando, asustada y había sido totalmente inútil. La segunda era por ser tan estúpida como para estar en ese callejón en medio de la noche. No tenía ganas de pensar en todas las otras razones, no cuando ya estaba bastante enojada.

—Puedo curarme muy bien —dijo Sakura, dirigiéndose hacia la puerta que conducía a las cocinas del Cerdo Blanco. Días atrás, había espiado la posada y los edificios circundantes y ahora podría andar por ellos con los ojos vendados.

—Silba sabe lo que estaba en esa lámina —dijo la muchacha, y Sakura hizo una pausa. Invocando a la Diosa de la Curación. Muy poco hacían eso en estos días, a menos que fueran...—. Yo... mi madre era una sanadora, y ella me enseñó algunas cosas —tartamudeó la chica—. Podría... podría... Por favor, déjame pagar la deuda.

—No me deberías nada si hubieras utilizado algo de sentido común.

La chica se estremeció como si Sakura la hubiera golpeado. Solo la enojó aún más. Todo la enojaba, esta ciudad, este reino, este mundo maldito.

—Lo siento —dijo suavemente la chica.

—¿Para qué me pides perdón a mí? ¿Por qué pides perdón en absoluto? Esos hombres te estaban buscando. Pero deberías haber sido más inteligente en una noche como esta, cuando yo apostaría tomo mi dinero a que podría probar la agresión en esta maldita cantina sucia.

No era culpa de la chica, se tenía que recordar a sí misma. No era su culpa por todo lo que no sabía cómo luchar.

La chica puso su rostro entre las manos, los hombros curvándose hacia dentro. Sakura contó los segundos hasta que la muchacha irrumpiera en sollozos, hasta que se derrumbara.

Pero las lágrimas no salieron. La chica tomó unas cuantas respiraciones profundas, entonces bajó sus manos.

—Déjame limpiar tu brazo —dijo en una voz que era... diferente, de alguna manera. Más fuerte, más clara—. O terminarás perdida.

Y el cambio ligero en la muchacha fue bastante interesante que Sakura la siguió dentro.

No se molestó por los tres cuerpos en el callejón. Tenía un sentimiento de que nadie aparte de las ratas y la carroña se preocuparían por ellos en esta ciudad.

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𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨Où les histoires vivent. Découvrez maintenant