𝒞𝒶𝓅𝒾𝓉𝓊𝓁𝑜 11

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Como una estrella errante por un cielo rojo, Kasida volaba sobre las dunas. Saltó el barranco de la Cuchilla como si salvara un arroyuelo. Pararon solo el tiempo suficiente para que el caballo descansara y abrevara, y aunque Sakura le pidió perdón por forzarla tanto, Kasida no flaqueó. Ella también presentía el peligro.

Cabalgaron durante la noche, hasta que el alba encarnada rompió sobre las dunas y el humo enturbió el cielo. Entonces la fortaleza se desplegó ante ellas.

El fuego ardía aquí y allá, y se oían gritos por todas partes junto con el fragor de las armas al entrechocar. Los asesinos aún ofrecían resistencia pero los hombres de Danzō ya habían franqueado las murallas. Unos cuantos cadáveres salpicaban la arena que conducía a las puertas, pero los propios portones no mostraban signos de haber sido forzados, como si alguien los hubiese abierto desde dentro.

Sakura desmontó antes de llegar a la última duna y dejó que el propio caballo escogiera entre seguirla o correr en libertad. Recorrió agachada el resto del camino hasta llegar a la fortaleza. Se detuvo apenas el tiempo suficiente para cogerle la espada a un soldado muerto y se la ciñó al cinturón. Era de manufactura barata y estaba descompensada, pero la afilada punta bastaría para sus propósitos. Por el golpeteo amortiguado que sonaba a su espalda, supo que Kasida la había seguido, pero no se atrevió a apartar los ojos de la escena que tenía delante. Sacó sus dos largas dagas.

Al otro lado de la muralla había cadáveres por todas partes, tanto de soldados como de asesinos. Por lo demás, el patio principal estaba vacío aunque el agua fluía roja por los riachuelos. Procuró no mirar las caras de los caídos.

Los fuegos estaban reducidos a ascuas; la mayoría era poco más que un montón de cenizas humeantes. Los restos carbonizados de las flechas indicaban que las habían prendido antes de lanzarlas. Cada paso que la internaba en la fortaleza se le antojaba toda una vida. Los gritos y el repique de armas procedían de otra zona de la fortificación. ¿Quién iba ganando? Si los soldados habían logrado entrar con tan pocas pérdidas, alguien tenía que haberles cedido el paso, seguramente en plena noche. ¿Cuánto tiempo había tardado el vigía nocturno en atisbar a los soldados que se colaban en la fortaleza? A menos que el vigilante hubiera sido asesinado antes de dar la alarma.

𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨Where stories live. Discover now