𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨

El Principio

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Sakura Haruno supo que se estaba acercando a las minas de sal cuando, dos semanas más tarde, los árboles de Oakland cedieron el paso a un terreno gris e irregular, y divisó escabrosas montañas contra el cielo. Llevaba tendida en el suelo desde el alba y ya había vomitado una vez. No conseguía reunir las fuerzas necesarias para levantarse.

Sonidos a lo lejos... Gritos y el chasquido casi inaudible del látigo. Endovier.

No estaba preparada.

La luz se hizo más intensa cuando dejaron los árboles atrás. Se alegraba de que Tobirama no estuviera allí para verla en aquel estado.

Sakura emitió un sollozo tan violento que tuvo que apretarse el puño contra la boca para evitar que la oyeran.

Jamás estaría lista, ni para Endovier ni para la vida sin Tobirama.

Una brisa se coló en el vagón y refrescó los hedores de las dos semanas pasadas. Sakura dejó de temblar durante el lapso de un suspiro. Conocía aquella brisa.

Conocía el helor que transportaba, el aroma a pino y a nieve, conocía las montañas de donde procedía. Una brisa del norte, un viento de Terrasen.

Tenía que levantarse.

Pinos, nieve y veranos dorados y lánguidos... Una ciudad de luz y música a la sombra de las montañas Staghorn. Tenía que levantarse o estaría acabada antes siquiera de entrar en Endovier.

El carro aminoró la marcha mientras rebotaba contra el tosco terreno.

Un látigo chasqueó.

—Me llamo Sakura Haruno... —susurró mirando al suelo, pero los labios le temblaban tanto que no pudo continuar.

En alguna parte, alguien empezó a gritar. Por el cambio de luz, supo que se estaban acercando a lo que debía de ser una inmensa muralla.

—Me llamo Sakura Haruno... —volvió a empezar. Resolló entre respiraciones entrecortadas.

La brisa mudó en viento. Sakura cerró los ojos y dejó que el aire se llevara las cenizas de aquel mundo muerto; de aquella chica extinguida. Y luego no quedó nada salvo algo nuevo, algo incandescente, recién forjado.

Sakura abrió los ojos.

Entraría en Endovier. Iría al infierno. Y no se derrumbaría.

Apoyó las palmas de las manos en el suelo y colocó los pies debajo del cuerpo.

Seguía respirando. Había sobrevivido a la muerte de Tobirama y se había librado de ser ejecutada por el rey. Sobreviviría a aquello.

Sakura se levantó, se volvió hacia la ventana y miró directamente el gigantesco muro de piedra que se erguía justo ante ellos.

Se guardaría a Tobirama en el corazón, una luz brillante que sacaría cada vez que las tinieblas la invadieran. Entonces recordaría cómo era sentirse amada, cuando el mundo no albergaba nada más que una gran posibilidad. No importaba lo que le hicieran, jamás le podrían arrebatar aquello.

No se rendiría.

Y algún día... Algún día, aunque le costara el último aliento, averiguaría quién la había traicionado. A ella. Y a Tobirama. Sakura se enjugó las lágrimas mientras el carro se internaba en la sombra del túnel que cruzaba la muralla. Latigazos, gritos y el repicar de las cadenas. Sakura se puso alerta mientras empezaba a asimilar todos los detalles.

Irguió los hombros. Enderezó la espalda.

—Me llamo Sakura Haruno —susurró— y no tengo miedo. El carro cruzó el muro y se detuvo.

Sakura levantó la cabeza.

Descorrieron los cerrojos y la puerta se abrió. Una luz gris inundó aquel espacio cerrado. Los guardias la prendieron, meras sombras contra el resplandor. Sakura dejó que la cogieran, que la sacaran del carro.

No tengo miedo.

Sakura Haruno levantó la barbilla y se internó en las minas de sal de Endovier.

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