𝒞𝒶𝓅𝒾𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤

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No iban armados, pero sus intenciones no dejaban lugar a dudas. El primer hombre, vestido con la holgada túnica de varias capas que llevaban todos los de por allí, lanzó el puño hacia Sakura, pero ella esquivó el golpe antes de que le alcanzara la cara. Cuando el brazo pasó por su lado, la asesina lo cogió por la muñeca y el bíceps y lo retorció en una llave que hizo gruñir de dolor al hombre. Lo obligó a girar hasta estamparlo contra el segundo atacante, con tanta fuerza que los dos hombres cayeron al suelo.

Sakura saltó hacia atrás y aterrizó en el lugar que su escolta había ocupado hacía solo un instante, con cuidado de no chocar con el maestro. Aquello era otra prueba; una prueba para averiguar su nivel. Y si merecía ser entrenada.

Claro que lo merecía. Era Sakura Haruno, por el amor de los dioses. El tercer hombre se sacó dos dagas en forma de media luna de los pliegues de la túnica beis e intentó acuchillarla. Los ropajes de la propia asesina eran demasiado aparatosos como para que Sakura se alejara con la suficiente rapidez, de modo que cuando él barrió el aire para herirle la cara, ella se echó hacia atrás. Su espalda se quejó, pero las dos hojas zumbaron sin alcanzarla y solo le cortaron un mechón de cabello suelto. Ella se dejó caer al suelo y de una patada desequilibró a su adversario.

El cuarto hombre se acercaba ya por detrás. Una hoja curvada brilló en su mano cuando trató de hundirla en la cabeza de Sakura. La asesina rodó sobre sí misma y saltaron chispas cuando la espada golpeó la piedra.

Para cuando Sakura se puso en pie, el hombre ya blandía la espada otra vez. Intentó golpearla por la derecha con una finta a la izquierda pero ella se hizo a un lado. El hombre estaba en pleno mandoble cuando la asesina le golpeó la nariz con la palma abierta al mismo tiempo que le estampaba el otro puño en la barriga. Él cayó al suelo con la nariz ensangrentada. Sakura jadeó. El aire le quemaba la garganta seca. Necesitaba agua. Urgentemente.

Ninguno de los hombres postrados a su alrededor se movía. El maestro esbozó una sonrisa y fue entonces cuando el resto de los presentes se acercó a la luz. Hombres y mujeres, todos bronceados, aunque el color del cabello delataba procedencias diversas. Sakura inclinó la cabeza. Ninguno le devolvió el gesto. De reojo, la asesina vio que los cuatro hombres vencidos se levantaban, enfundaban las armas y volvían a agazaparse entre las sombras. Sakura esperaba que no se hubieran tomado la derrota como algo personal.

𝓛𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓪𝓭𝓪 - 𝐒𝐚𝐤𝐮𝐫𝐚 𝐇𝐚𝐫 𝐮𝐧𝐨Where stories live. Discover now