Capítulo 9

1 1 0
                                    

A las 11:40 el señor Jesús y la señora María llegaron llevando consigo varias bolsas de comida, como regalo para Antony y su familia, tras haberse tomado la molestia de ir al pueblo a hacer algunas compras. Sin embargo, este gesto generó un severo regaño, ya que a Antony nunca le ha gustado que las personas gasten dinero en él.

Cuando los hombres se marcharon, la señora María aprovechó el momento para tranquilizar una vez más a su amiga.

- No te preocupes, querida. La familia de Juancito es muy responsable - le dijo la señora María - él estará bien, ya lo verás.

- Ya sé que me lo has dicho, María, pero... - Liliams guardó silencio por un momento - es solo que Ignacio nunca ha salido de paseo con las familias de sus amigos y eso me angustia.

- Te entiendo, Liliams. Pero en este pueblo, las personas son muy diferentes a las que conocías en la ciudad.

- Tienes razón.

- Ven, te ayudo a poner la mesa. Los chicos deben tener hambre y yo también - la señora María sonrió con entusiasmo.

Ignacio regresó al final del día con el rostro radiante de alegría, lo cual alivió a su madre, quien asomó la cabeza por una de las ventanas del piso superior para verlo caminar apresuradamente por el jardín. Al observarlo, sintió una fuerte punzada en el corazón y se dio cuenta de algo que nunca había pensado hasta ese momento.

- ¡Es increíble que tenga once años! - pensó Liliams.

El chico entró corriendo en la casa para saludar a sus padres, pero su camino fue interrumpido por Spaik, quien saltaba de un lado a otro con gran felicidad.

- ¡Spaik, amigo! - saludó el chico, deteniéndose para acariciar detrás de sus orejas - ¡Vamos, subamos!

Ignacio subió las escaleras rápidamente, seguido de su peludo amigo. Las débiles corrientes de aire entraban por las ventanas, que dejaban ver la oscuridad del bosque. Al llegar al piso superior, se detuvo cuando una ola de frío rozó su cuerpo, sintiendo el peor presentimiento de muerte. Al mismo tiempo, Spaik ladró ferozmente hacia el patio trasero. Ignacio miró hacia las ventanas mientras retrocedía torpemente, preguntándose qué podría haber afuera. Intentó agarrar a Spaik entre sus brazos, pero el perro luchó hasta soltarse. Una segunda ráfaga de frío golpeó al chico, helando su piel y sus huesos.

- ¡Spaik, ven aquí amigo! - llamó con dificultad. El miedo se apoderó de él, creando una adrenalina que hacía latir su sangre más rápido - ¡Vamos, ven aquí!

De repente, el chirrido de una puerta llenó el pasillo, sobresaltándolo mientras ahogaba un pequeño grito. Se dio la vuelta con el corazón golpeando en su pecho y se encontró frente a frente con su madre, quien lo observaba con extrañeza.

- ¿Te pasa algo, cariño? - preguntó Liliams al ver su piel pálida.

- ¡No, no, estoy bien! - mintió Ignacio.

- ¿Estás seguro?

- Sí, no te preocupes - respondió el chico mientras la abrazaba fuertemente.

- ¿Te divertiste?

- ¡Mucho! - le sonrió - ¡Gracias por dejarme ir!

Se alejó por el pasillo hacia su habitación. Entró sin mirar atrás y cuando estuvo a punto de cerrar la puerta, una helada corriente de aire recorrió su espalda, erizando su cabello. Entonces recordó una de esas películas de terror en las que los miembros de una familia comienzan a percibir una presencia maligna dentro de la casa, pero para Ignacio, los fantasmas no existían o al menos eso creía.

Tierra SantaWhere stories live. Discover now