Capítulo 53

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Corrió a toda velocidad. Regresó por el pasillo, bajó las escaleras y entró en la sala. Miró en todas direcciones, pero solo vio una serie de huellas. Se acercó lentamente a la puerta de la biblioteca y la abrió de un golpe. El grito de Sebastián provino del interior.

-¡Sebas, tranquilo, soy yo! -exclamó.

-¡Papá! –dijo Sebastián mientras corría a abrazarlo.

-¡Tranquilo… tranquilo!

-¿Dónde está mamá? –preguntó al romper el abrazo.

-Bueno… ella... -pero no logró terminar la frase. Sebastián bajó la cabeza al darse cuenta de lo que eso significaba.

-Todo esto es culpa mía –le dijo Sebastián. Antony lo miró fijamente sin decir una palabra.

-Cuando llegamos a esta casa, Ignacio y yo nos adentramos en el bosque para explorar la zona. Nos adentramos tanto que llegamos a una planicie. Todo lo que encontramos en ese lugar nos llamó la atención. Queríamos alejarnos de allí, pero era como si el bosque nos llamara, como si nos estuviera esperando desde hace mucho tiempo... Y cuando estábamos por marcharnos, una fuerza extraña nos detuvo. Entonces vimos ese llamativo brillo...

-¿Brillo?

-Sí. Al acercarnos nos dimos cuenta de que pertenecía a una serie de prendas...

-Sebastián... –intentó decir algo pero no lo logró. Solo sabía a dónde llevaría todo eso.

-Yo... yo obligué a Ignacio a acercarnos. Él se opuso, pero yo insistí -la voz de Sebastián comenzaba a quebrarse-. Escavé en ese lugar para extraer las prendas y algo nos asustó tanto que comenzamos a correr. Recuerdo que había algo que nos perseguía, pero no lográbamos ver hasta que nos topamos contigo, papá. Fue entonces cuando me di cuenta de que había traído las prendas a casa ¡Lo siento papá! ¡Lo siento! Las lágrimas empezaron a rodar por su rostro.

-¡No te preocupes, campeón!

-No papá. Nada de esto estaría pasando si no fuera por mí. Todo esto es mi culpa. Por mi estupidez Ignacio y Mamá están muertos.

-Sebas… eso no fue tu culpa. Además, tú no tenías idea de lo que podría suceder -Antony lo miró con pesar. El chico limpió sus lágrimas con la manga de la camisa.

-¡Debo devolver todo a esa fosa, papá! –y dio varios pasos al frente.

-No, Sebas. Tú no irás a ningún lado. Yo me encargaré de eso ¿De acuerdo?

-¿Estás seguro?

-Totalmente –respondió Antony, mientras le dedicaba una torcida sonrisa-. Ahora entrégame las prendas.

-Están aquí dentro –le dijo señalando una pequeña bolsa.

-¿Están todas?

-Solo falta… bueno… tu reloj –señaló Sebastián.

-Ahora lo entiendo –murmuró Antony mientras observaba su reloj. Fue entonces cuando entendió por qué todas aquellas cosas paranormales le sucedían en el colegio y en otras partes del pueblo. Se suponía que nada de eso debería sucederle fuera de su casa, pero al saber la procedencia del reloj era más que obvio. Esa prenda le pertenecía a una de esas cosas y sus hijos profanaron su descanso, o eso creía él. Ahora más que nunca entendía a lo que se refería el viejo Jesús aquel día en la funeraria. Todo lo que su anciano amigo le había contado era cierto; tenía razón en todo y él no quiso escucharlo.

Antony se volvió para salir de la habitación.

-¡Quiero ir contigo! –gritó Sebastián caminando tras él.

-No. Tú te quedarás aquí.

-Pero…

-Te dije que no irás, Sebas –lo fulminó con una mirada siniestra.

-Está bien. Pero… ten cuidado.

-Cierra la puerta con llave y no salgas de aquí hasta que yo vuelva ¿Entendido? -Sebastián solo asintió mientras Antony salía de la habitación, escuchando tras él un suave clic.

Tierra SantaWhere stories live. Discover now