Capítulo 10

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"Señor, que todo lo puedes, protégeme de todo mal que me aceche", susurró con temor.

Al día siguiente, los dos hermanos se despertaron muy temprano para explorar los alrededores de la casa, y en especial el bosque que los rodeaba. Desde su llegada, habían planeado un día de excursión, algo que habían estado esperando con anhelo.

"Sebas, promete que cuidarás a tu hermano y no lo dejarás solo en ningún momento", le pidió Liliams, mientras lavaba uno de los sartenes.

"¡Mamá, no soy un niño pequeño!", se quejó Ignacio.

"No eres lo suficientemente grande como para cuidarte por ti solo, Ignacio. Y no está en discusión", guardó silencio ya que sabía que su madre tenía razón. "¿Sebas?", preguntó Liliams en espera de una respuesta.

"Lo prometo ¿Ya nos podemos ir?"

"Está bien, pero cuídense mucho", les dijo, mientras depositaba un beso sobre sus frentes.

Liliams los siguió con la mirada hasta que desaparecieron por la puerta trasera. Minutos después, Sebastián e Ignacio recorrían los alrededores de la casa.

"¡Sebastián!", gritó Ignacio desde el otro lado del jardín lateral.

"¿Qué sucede?", preguntó al llegar hasta él.

"Mira lo que encontré", respondió, apartando un poco la alta maleza que se encontraba frente a él.

Frente a ellos apareció un angosto camino de tierra, el cual se perdía entre los árboles y se convertía en una selva impenetrable a lo lejos. Este era iluminado por unos cuantos rayos de sol que se colaban entre las hojas. Una gran cantidad de sombras se dibujaban sobre la superficie, creando terroríficos cuerpos sin vida; estos eran acompañados por suaves corrientes de aire que al golpear contra las hojas reproducían espeluznantes silbidos que se alejaban hasta convertirse en débiles murmullos.

"¡Esto no me gusta nada!", anunció Ignacio.

"No seas miedoso", se burló justo antes de atravesar la espesa maleza.

"¡Pero…!", trató de decir el pequeño pero sus palabras fueron ahogadas.

"¡Eres un gallina!", gritó Sebastián al alejarse.

Ignacio vaciló por unos segundos, miró atrás y cruzó por aquella alta maleza. Sus pasos eran lentos y cuidadosos, manteniendo sus sentidos en alerta ante aquel desconocido lugar.

"¿Estás seguro de esto, Sebas?", le preguntó, mientras lo observaba con nerviosismo.

"No te preocupes, estaremos bien", respondió sin quitar los ojos de una lejana planada que se dibujaba en la distancia.

Los árboles se hacían más altos y el camino más lodoso, lo que dificultaba su marcha. En varias ocasiones, Sebastián tuvo que detenerse para ayudar a su hermano ya que el pequeño se hundía con facilidad en los charcos que se encontraban en su camino. También algunas ramas se incrustaban entre la ropa generándole superficiales rasguños. Al pasar junto a unos arbustos llegaron a una zona donde la vegetación era escasa, tornándose desierta. Observaron alrededor con un poco de terror ya que los árboles carecían de hojas; sus esqueléticos troncos solo se lograban sostener por unas cuantas raíces, dejando a la vista una desgarrada tierra cubierta por las ramas o troncos amontonados en algunos puntos del lugar. El descolorido césped crujía sutilmente bajo sus pies creando débiles ecos que rebotaban contra la soledad de aquel lúgubre sitio.

"¡Es el lugar más horrible que he visto hasta el momento!", susurró Sebastián mientras sus ojos se movían por toda la planicie- "es como aquellos bosques en los que los zombies habitan; esperando encontrar carne fresca para poder alimentarse".

Tierra SantaWhere stories live. Discover now