Capítulo 41

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"Me parece una buena idea. Al terminar con todo esto, lo haremos... y tú te encargarás de eso.
- De acuerdo.
- Ve a descansar un poco y acompaña a tu madre -le dijo mientras lo soltaba. Sebastián entró en la sala de descanso mientras Antony caminaba en dirección a la pequeña cocina que se encontraba al fondo del pasillo. Necesitaba una taza de café e iría por ella. Salió de la cocina con una taza en la mano y tomó asiento en las sillas más cercanas. En ese momento se dio cuenta de que el alboroto formado por Liliams y Cecilia había sido olvidado. Ahora, las personas que se encontraban presentes estaban sumergidas en un unísono rezo, interminable y doloroso. Cuando iba por el tercer sorbo de café, sintió cómo su cuerpo se relajaba por completo. Entonces, un desagradable escalofrío recorrió todo su cuerpo. De pronto, recordó el bosque que rodeaba su casa y aquellas corrientes provenientes de su interior, las cuales golpeaban contra las ventanas llevando consigo el desagradable olor a muerte. Recordó también la imagen de su antigua mascota, Spaik, quien había sido descuartizado durante la noche y encontrado al día siguiente por su hijo Ignacio. Sin olvidar que el día en que su hijo murió, aquel animal se encontraba en el interior de la habitación, aullando dolorosamente por la muerte de su joven amigo.

Después, recordó todo lo que Jesús le había contado aquel día en su casa, principalmente la masacre de la primera familia que habitó esos terrenos y murieron al dejar en libertad un ente maligno. Y se estremeció tan fuerte que casi derrama su café.
- ¿Y si la muerte de Ignacio es una advertencia para nosotros? -pensó- si eso mismo nos... no ¿En qué estás pensando, Antony? Es una locura. Nada pasará. Lo de Ignacio fue solo una extraña coincidencia. Y lo de aquellas personas... bueno... ellas se metieron con cosas que no debían y tuvieron su merecido. Ignacio solo enfermó y eso fue todo, sí, eso fue todo lo que pasó.
Pero muy en el fondo él sabía la verdad. Y no era que se trataba de convencerse a sí mismo. Era que se engañaba para ocultar la verdad del asunto y no pensar más en ello.
Bebió un nuevo sorbo de café.
- Te engañas a ti mismo, Antony.

Miró a todas las personas que rezaban en el interior de la capilla. Luego posó su mirada sobre el ataúd de su hijo.
- Sabes perfectamente lo que sucederá.

La idea de todo aquello resonaba en su cabeza de una manera morbosa. El saber a lo que podrían llegar era descabellado, aterrador, oscuro, alocado pero totalmente morboso.
Y de pronto, allí frente a él, estaba Jesús, oculto bajo la oscuridad.
- Ese lugar está maldito. Todo aquel que habite esa casa tendrá un terrible destino, tal y como la primera familia que trajo a nuestras tierras el poder del demonio. Tal y como esas fuerzas oscuras se llevaron a la pequeña Michelle. Y tal y como el primo de mi mejor amigo desapareció en las profundidades del bosque. Ustedes tendrán el mismo destino -la imagen de su anciano amigo se desvaneció ante sus ojos.

Y entonces comenzó a analizar toda la historia que su amigo le había contado unos meses atrás, atando cada uno de los extremos para poder tener sus ideas más claras. Pero antes de llegar al final se detuvo, movió rápidamente su cabeza y dejó todos sus pensamientos a un lado.
- ¡Oh... por Dios! -exclamó cuando el final de su historia se reprodujo en su mente sin importar lo que él intentara hacer para alejarla. Respiró profundo- soy un estúpido, como si invocar a Dios en estos momentos me fuera ayudar o a regresar a mi hijo.

Y se dio cuenta de que solo se estaba mintiendo. Se había mentido desde un principio al creer que todo estaría bien y que nada les pasaría. Ahora, gracias a esa mentira se encontraba en aquella capilla.

         Una vez más la imagen de Jesús apareció frente a él.

    -¿Puedo? –dijo él al señalar una silla.
         Esta vez el hombre era real.
         Antony solo se limitó a mover la cabeza.

    -¿Estás bien, Antony? –preguntó el anciano- te ves extraño.

    -Estoy bien… bueno,

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