Capítulo 11

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"¡Mejor cállate, me estás asustando!" Ignacio se acercó un poco más a él, pero se detuvo al notar un débil brillo que emanaba de la tierra. "¿Qué es eso?", preguntó señalando el brillo.

"No lo sé", respondió al mirar lo que Ignacio señalaba.

"¿Qué haces?", se alarmó el pequeño cuando su hermano se alejó.

"Voy a inspeccionar", dijo Sebastián.

"¡No me dejes aquí!", gritó Ignacio mientras corría tras él.

Con pasos lentos se fueron acercando al extraño brillo, y al llegar a él, vieron una pequeña lámina dorada que sobresalía de la tierra, iluminada por un solitario rayo de sol. Sebastián se agachó para quitar un poco la suciedad y así poder admirar el objeto, pero en ese instante, suaves crujidos llamaron la atención de Ignacio, alarmándolo por completo.

"Sebas, siento que no deberíamos estar aquí", murmuró Ignacio, observando en todas direcciones.

"No seas tonto", exclamó Sebastián mientras desenterraba un mugriento reloj de oro. "¡Esto es increíble!"

Una sensación de ultratumba recorrió toda la espalda del pequeño, y su corazón latió fuertemente a causa del miedo que crecía en su interior, expandiéndose por todo su cuerpo a gran velocidad; al mismo tiempo, el ambiente se oscureció, sintiéndose pesado e inseguro.

"¡Vámonos de aquí, por favor!" rogó Ignacio sin dejar de mirar a todos lados ya que el crujido se hacía más fuerte. "¡Por favor, Sebas!"

"Aguarda un segundo", rugió Sebastián, continuando removiendo la tierra. "Hay algo más enterrado pero no entiendo qué hacen estas cosas aquí."

"¡Por favor Sebas, vámonos!", insistió Ignacio acercándose más a su hermano.

"¡Mira todo esto!", señaló Sebastián. Luego inició a extraer algunos de los objetos.

"¡Ya hemos visto suficiente, es mejor irnos de aquí!", dijo Ignacio cuando algo se movió a toda velocidad a sus espaldas, provocando que se sobresaltara y comenzara a respirar aceleradamente. "¡Ya es suficiente Sebas, esto no es un juego!", gritó en medio del llanto.

De pronto, un extraño graznido se escuchó en toda la zona, helando los cuerpos de ambos chicos, los cuales eran poseídos por el miedo. La adrenalina causaba que la sangre fluyera con más fuerza, creándoles una presión en el pecho. Al mismo tiempo un intenso hormigueo recorrió sus estómagos y una vez más, los pasos apresurados de una persona se sintieron a su alrededor pero no lograron ver nada.

"¿Quién anda ahí?", preguntó Sebastián en un hilo de voz, permaneciendo inmóvil para mirar alrededor.

"¡Corre!", gritó Ignacio cuando el graznido retumbó en sus oídos.

Ambos hermanos corrieron con gran agilidad pero el camino se hacía más largo con cada paso que daban. El crujir de las ramas secas se hacía presente tras sus espaldas, indicándoles que algo los venía persiguiendo, pero no había señales de ningún animal o alguna persona. El sudor caía por la frente de Ignacio para unirse a las lágrimas que rodaban por sus mejillas. La respiración de Sebastián era entrecortada mientras su cuerpo era arañado suavemente por los arbustos que se encontraban a su alrededor. Lograron visualizar la espesa maleza que daba a los jardines laterales de su casa, así que aceleraron la marcha. Una seca y profunda respiración llegó a ellos portando un desagradable olor a muerte. Estaban cerca; solo les faltaba un par de pasos; pero cuando estaban a punto de atravesar la maleza, su camino fue obstruido por el cuerpo de un hombre provocando que los chicos gritaran con todas sus fuerzas.

"¡Chicos, tranquilos!", les dijo el hombre mirándolos con nerviosismo. "¿Qué es lo que sucede?"

"¡Papá!", exclamó Ignacio con alivio mientras se lanzaba sobre él para apresarlo en un fuerte abrazo.

"Sebas ¿Me puedes explicar qué es lo que está sucediendo aquí?"

"¡Algo nos viene persiguiendo!", contestó Sebastián en medio de la desesperación. "Pero no sabemos qué es!

―No veo nada por ningún lado ―informó su padre, mirando en todas direcciones.

―¡Pero venía tras nosotros! ―Ignacio lloraba mientras se aferraba al abdomen de Antony.

―No veo nada, Sebas. Deja de hacer bromas y asustar a tu hermano ―se quejó su padre.

―¡Pero no estoy mintiendo, papá! ―gritó el chico sin comprender lo que había ocurrido.

―Ya basta, hijo, no quiero escuchar más. ¿Qué tienes ahí? ―Antony lo interrumpió fulminándolo con la mirada.

―¿Qué? ―dijo el chico confundido.

―¡Lo que tienes entre tus manos! ―señaló su padre, acercándose para ver mejor.

El chico miró sus manos y, para su sorpresa, todos los objetos que había recogido en la planicie seguían allí. Había olvidado por completo que los llevaba consigo, pero en ese momento agradeció no haberlos perdido en el camino. Al volver la vista a su padre, una suave sonrisa se dibujó en su rostro al ver una vez más los objetos.

Tierra SantaWhere stories live. Discover now