Capítulo 52

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Decidió seguir las huellas que recorrían la cocina, la sala de estar y las escaleras hasta el piso superior, donde se detuvo al ver que las pisadas iban en direcciones opuestas.

- ¿Hacia dónde debo ir primero? - se preguntó, examinando el suelo.

Fue entonces cuando notó un pequeño charco de sangre que se transformaba en huellas de tacones.

- ¡Liliams! - murmuró con inquietud.

La puerta de la habitación de Ignacio se cerró con un suave "clic". Se oyeron algunos pasos, seguidos del crujir de la cama y el abrir y cerrar de puertas de armarios. Un fuerte golpe, y nuevamente reinó el silencio en toda la casa.

- ¡¿Liliams?! - llamó desde las escaleras - ¿Eres tú?

Pero la casa no respondió a su pregunta.

- ¡¿Liliams?! - intentó una vez más.

- ¡¿Antony?! - respondió ella.

- ¡Cariño, ¿dónde estás?!

- ¡En el cuarto de Ignacio! ¡Por favor, ayúdame!

Antony vaciló por unos instantes. Luego, comenzó a caminar lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible.

Finalmente llegó a la puerta, respiró hondo y la abrió con temor. Asomó parte de su rostro para mirar al interior de la habitación.

- ¡¿Liliams?!

El olor a barro y a cuerpo en descomposición invadió sus sentidos. La ventana abierta. Los juguetes de Ignacio esparcidos por el suelo. Algunas pisadas en el suelo. La cama desordenada con una figura aún acostada debajo de las sábanas. No podía distinguir quién era debido al cobertor que la cubría por completo, pero estaba seguro de que no era su esposa.

- ¿L-Liliams? - preguntó con dudas en su voz.

Antony notó las huellas en el suelo. Liliams no estaba sola en la habitación; alguien más había estado allí con ella y no era Sebastián.

Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, se acercó a la cama y retiró bruscamente las sábanas. La persona que esperaba encontrar había desaparecido, dejando las sábanas manchadas y malolientes.

- ¡Madre santa! - suspiró aliviado.

Entonces recordó el armario.

Antony se giró hacia él, observándolo detenidamente durante unos minutos antes de dar unos pasos vacilantes hacia adelante y abrirlo con mano temblorosa. En ese momento, una figura saltó sobre él desde dentro del armario, haciéndolo retroceder.

La miró. Era su esposa, muerta.

La sangre salpicaba la parte trasera del armario como si hubiera sido apuñalada múltiples veces y también degollada.

Antony cubrió su rostro con las manos para no volver a ver aquella escena y gritó con desesperación. Sus gritos resonaron por toda la casa y se perdieron en los confines del bosque. La desesperación lo invadió por completo al darse cuenta de que no solo había perdido a su hijo, sino también a su esposa; su familia se desmoronaba ante sus ojos.

Los gritos continuaron en medio de la noche, reverberando entre las paredes. A Liliams la habían asesinado brutalmente ante sus ojos.

- ¡Perdóname! - dijo - ¡Perdón...!

Un portazo resonó en el piso inferior.

Antony se giró bruscamente mientras contenía un nuevo grito. Entonces lo recordó.

- ¡Sebastián! - dijo con voz temblorosa.

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