Capítulo 3

2 1 0
                                    

Caminó hacia la puerta, la abrió y salió al porche para recibir a los recién llegados. Los observó con atención mientras bajaban de sus vehículos.

Dos de las personas se acercaron a él con lentitud hasta que sus rostros fueron alcanzados por la luz que emanaba de la casa. Uno de ellos era un hombre de complexión delgada y cabello castaño, sus ojos color miel se ocultaban detrás de unas enormes gafas de montura que le daban un aspecto sereno y reflexivo. Su acompañante era una mujer de larga cabellera, cuyos ojos brillaban con alegría mientras sus arrugas se hacían más notorias en algunas partes de su rostro, añadiendo carácter a su cálida sonrisa.

"Profesor Antony, un placer. Soy Jesús García y ella es mi esposa María Guzmán", dijo el hombre al extenderle una mano.

"Un placer", dijo la señora María al dejar un corto beso sobre una de sus mejillas.

"Hemos encontrado al señor Eduardo en el camino y no estábamos seguros de la dirección correcta, así que lo hemos traído hasta aquí", comentó el señor Jesús.

"¡Oh, maravilloso, muchas gracias!", dijo Liliams al hacer aparición en el porche de la casa. "Soy Liliams, esposa de Antony", añadió mientras les daba un corto beso.

"Pero qué hombrecitos tan guapos", exclamó la señora María al ver a los dos chicos asomar sus rostros por la puerta.

"Chicos... ellos son el señor Jesús y su esposa, la señora María", les dijo su padre.

"Hola", saludaron los dos al unísono.

"¿Desea ver la casa, señora María?", le preguntó Liliams con entusiasmo.

"Me encantaría. Siempre me emocionan las nuevas casas; así imagino las decoraciones", dijo ella con gran emoción.

"Entonces usted será la indicada para ayudarme con todo eso", dijo Liliams entrando a la casa junto a la señora María.

El sonido metálico de las puertas del camión de mudanza llamó la atención de los dos hombres, quienes se dirigieron hacia él.

"¡Les ayudo con las cosas!", se ofreció el señor Jesús.

"Eso es muy amable", le dijo Antony.

"No se preocupen, sé perfectamente cómo son estos días. Deben estar exhaustos".

"No tiene idea".

"¡Chicos, vengan a ayudarnos!", llamó el señor Jesús.

Sebastián e Ignacio corrieron a toda velocidad para alcanzar a su padre y ayudarlo con las cosas que se encontraban dentro del camión.

"¿Has visto el enorme patio trasero, Ignacio?", le preguntó Sebastián con ojos soñadores.

"Sí, está increíble. Ya me puedo imaginar todo lo que podemos hacer en él".

"¡Y el bosque es fantástico!", dijo Sebastián con emoción. "Este lugar me ha empezado a gustar".

"A mí también", respondió Ignacio con una sonrisa.

"Más adelante les contaré los secretos que guardan estas tierras", comentó el señor Jesús. "Pero por ahora debemos enfocarnos en la mudanza".

"¿Secretos?", susurró Ignacio.

"¡Genial!", exclamó Sebastián al mismo tiempo que su hermano.

"Bien, manos a la obra", los animó el señor Jesús agarrando una de las cajas.

"En marcha", susurró Antony al mirar las cajas amontonadas en el interior del camión.

Una a una las cajas, mesas, cómodas, sillones, camas, sillas y demás cosas fueron acumuladas en el interior de la casa. Antony salió una vez más al porche en compañía del señor Jesús para despedir al hombre de la mudanza, quien se alejó por aquella oscura y desolada carretera.

"Tiene una linda familia, profesor", le dijo el señor Jesús mientras sacaba una caja de cigarrillos de sus bolsillos. Se llevó uno hasta la ranura de sus arrugados labios y lo encendió con rapidez.

"Muchas gracias", contestó Antony. "¿Tiene hijos, señor Jesús?"

Tierra SantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora