Capítulo 2

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"¡¡Me encanta!" exclamó ella. "Ya puedo imaginar las hermosas cortinas y toda la decoración que haré para embellecerla".

"¡Papá... tienes que ver esto!", gritó Sebastián, agitando sus brazos con desesperación.

"¡Enseguida voy!", le respondió su padre, dando varios pasos en dirección a la casa.

"Cariño, ¿vas a dejar el carro aquí?", preguntó Liliams.

"Sí, amor... debemos dejar espacio para el camión de la mudanza", contestó él.

"Está bien".

"¡Vamos, papá... date prisa!", la voz de su hijo se escuchó nuevamente desde la ventana.

"Aguarda un segundo, Sebas", le gritó su padre mientras atravesaba la puerta principal.

Liliams permaneció de pie en medio del jardín, observando la inmensidad del bosque, lo cual le producía un poco de temor. Al mirar hacia la casa, una delicada sonrisa se dibujó en sus labios al ver a su esposo correr tras sus hijos, quienes reían sin parar.

Aquel momento quedaría grabado en la memoria de la familia Santiago como el recuerdo más importante de toda su vida. Tendrían la oportunidad de comenzar de nuevo y ser mejores, llevando un estilo de vida como ninguna otra familia lo había hecho hasta ese momento.

Sin embargo, el resto del día se tornó desastroso, ya que la felicidad y la tranquilidad no permanecieron entre ellos como esperaban.

Antony caminaba de un lado a otro, marcando en su teléfono el número del hombre que conducía el camión de la mudanza. Esta era la décima llamada que realizaba en menos de diez minutos.

Liliams se sentó en las escaleras con impaciencia y un poco de angustia.

"¡Es increíble que esto nos esté pasando!", exclamó Liliams.

"¡No desesperes, cielo!", le dijo Antony sin dejar de moverse.

"Hemos estado esperando durante todo el día, Antony. ¡Son nuestras cosas!"

"Ya lo sé, Lili", respondió con fuerza cuando los gritos de Ignacio se escucharon desde el piso superior.

"¡No, déjame en paz!", gritaba incansablemente el pequeño.

"¡Eres un llorón... solo estoy jugando contigo!", le gritaba su hermano mayor.

"¡Solo déjame... eso me duele!", los gritos de Ignacio iban en aumento.

"¡Chicos, dejen de gritar y compórtense como los adolescentes que son!", les reprendió su padre.

"¡Yo no tengo la culpa de que Ignacio sea un llorón!", exclamó Sebastián en medio de las burlas.

"¡Pero tus juegos duelen!", le respondió Ignacio.

"¡Pues lo que te dolerá será otra cosa si me haces subir!"

Antony solo quería dormir - añadió Liliams.

"¿Y tú crees qué yo no?" - preguntó al mirar por una de las ventanas y ver solo oscuridad en las afueras de su hogar.

Liliams lo miró malhumorada mientras se ponía de pie.

"Deberías calmarte un poco", le sugirió Liliams.

"Todos nos deberíamos calmar, cielo."

"Iré arriba a ver qué es lo que sucede con los chicos", informó su esposa al escuchar los gritos de Ignacio.

"¡Ya basta, Sebas!", gritó el pequeño mientras corría de un lado a otro.

"¡Eres una nenita!", se burlaba su hermano al correr tras él.

"¡Es suficiente!" les reprendió su madre. "¡Es mejor que se detengan ahora mismo!"

"Me volveré loco", pensó Antony mientras su esposa subía las escaleras. De pronto, su rostro se iluminó por las luces que provenían de la carretera, y dos autos se estacionaron frente a su casa.

"Sí... nuestras cosas han llegado", gritaron sus dos hijos desde arriba.

"Cariño... puedes abrir la puerta", le pidió Liliams. "Y ustedes dos compórtese", ordenó a sus hijos en medio de su cansancio.

"Ya era hora", pensó Antony.

Tierra SantaWhere stories live. Discover now