capítulo 76

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Abrí mis ojos ante el primer rayo de luz del día.

Uñas de gel sobre mi torso y cabello castaño acariciando mi cuello.

Mi mano sobre su espalda desnuda.

Se sentía irreal.

Podía oler su fragancia dulce, el olor de su cabello y la suavidad de su piel contra la mía, deslizándose tan cálidamente que pareciera que estuvieran derretidas la una con la otra.

La fría cadena de oro era lo único que contrastaba contra esa calidez, la cadena que tanto había deseado regalarle y que nunca se había quitado.

Como empezar...

¿Conoces esa sensación de despertarte de buen humor y sentir ese rayito de luz que atraviesa tu ventana?¿O cuando te estás sacando una foto y la luz hace que tus ojos se vean más claritos y bonitos?¿Cuando tienes mucho frío pero de repente sale el sol y te calienta?

Eso es lo que se siente estar al lado de Elisa.

No importa cuando, donde, ni porque.

Ella siempre va a aparecer como uno de esos rayos de sol que te alegran una mañana, te hacen ver mejor o te calientan.

Sus ojos verdes tienen esos rayitos también, en esas notas doradas que solo puedes apreciar si te quedas embobado mirando esos ojos.

Lo alegre que parece estar siempre cuando en realidad solo hace falta escucharla un poco para darte cuenta que hay algo oscuro que siempre la atormenta.

Esa facilidad que tiene para evadir todos esos problemas como si no fueran importantes solo porque necesitas a alguien que te consuele.

Lo fuerte que ha sido tras todo lo que le ha ocurrido.

Esas cicatrices que bajo su piel morena y un rayo de luz se vuelven doradas.

Su pelo castaño que se mueve al son de la música en una discoteca, en una fiesta o cuando se vuelve loca y empieza a convertir tu casa en un bar de karaoke.

La manera en la que sus ojos se hacen más pequeños cuando sonríe genuinamente.

Lo bien que te hace sentir con un simple abrazo.

La suavidad de sus labios.

Hay tantas cosas que podría describir sobre ella que quizás necesitaría un libro completo más.

Pero este libro no se trata sobre mi, Pablo Gavira, no.

Este libro ha tratado siempre sobre ella.

Sobre Elisa.

Por eso, cuando finalmente se abrió conmigo y pude entender que era esa melancolía que la perseguía, fui capaz de saber que ahora era yo quien tenía que cargar ese peso conmigo.

El peso de haber sido siempre un niño afortunado.

Un hijo amado, que ha recibido el amor incondicional de sus padres.

Que ha celebrado todas las festividades, eventos, cumpleaños... Rodeado de su familia.

Al que nunca le han puesto una mano encima.

El que ha podido tener una infancia más allá de estar a cargo del cuidado de un hermano. Una infancia en la que ha madurado cuando ha tenido que hacerlo, no por obligación.

En el que le han enseñado a querer, a ser quien es y a entender las situaciones de la vida cuando es debido y no a base de experiencias desafortunadas.

Al que nunca le han comprado con regalos que debían de sustituir abrazos, viajes que compraban amor y dinero que compensaba el tiempo.

La sensación de que mi pecho se encogía al entender de donde provenían esas cicatrices en su abdomen, ese mechón que siempre llevaba nerviosamente hacia su pelo, esa mirada perdida cada vez que alguien la abrazaba.

Fix You - PABLO GAVI Where stories live. Discover now