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CAPÍTULO 28


LA PUERTA DEL DEPARTAMENTO DE MATÍAS ABRIÉNDOSE DESPERTÓ A MARÍA. Era el 31 de diciembre, y por la celebración que tendrían aquella noche, ambos habían decidido estirar su usual siesta que solían tener luego de merendar juntos.

María pasó una mano por su cabello, viendo de reojo a Matías, quien tenía una bolsa que dejó en la cocina. En cuanto sonó la alarma de la siesta de ambos de dos horas, al ver a María tan cómoda acurrucada contra él, Matías había decidido dejarla dormir un rato más mientras él aprovechaba para hacer unas compras.

— Gorda, me voy a duchar. -avisó, acercándose a la chica para sentarse a su lado y dejar en la mesada una pequeña bolsa y un vaso de agua.- Pase por la farmacia y te compre la pastilla y chocolates. -explicó, agarrando el rostro de María para dejar besos alrededor de su piel.

María le dio una sonrisa todavía adormilada. — Gracias, bebe. -respondió, abrazando la cintura del chico para ocultar su rostro en su abdomen.- Te quiero.

La chica casi no se dio cuenta de lo que había dicho. Lo único que quería en aquel momento era seguir durmiendo para poder estar despierta durante el festejo de fin de año, por lo que no notó cómo los ojos de Matías se abrieron de par en par y detuvo sus besos sobre las mejillas de María.

Una sonrisa apareció en el rostro del chico, acomodandose para poder besar a la chica en sus labios. Aquella visita rápida a la farmacia, la cual había sido innecesaria porque sabía que María tomaba pastillas anticonceptivas, había causado que ella admitiera sus verdaderos sentimientos por el chico, quien se sentía aún más enamorado de ella.

— Yo más. -respondió, dejando un último beso en su frente antes de levantarse.- En diez estoy.

María asintió distraídamente, acomodando la sábana que la cubría para volver a dormir. El gato de Matías saltó a la cama, y Matías sonrió al ver cómo María lo mantenía cerca de ella, todavía dormida. No le tomó mucho a la chica quedarse dormida, con el ronroneo de Luca, acurrucado entre sus brazos, y el sonido del agua desde la ducha.






ESCENA 53

Los ojos de Cecilia no podían despegarse del cuerpo de Coco. No podía registrar la voz cercana de Carlitos rezando, o cómo Roberto mantenía a la chica cerca de él. Habían logrado formar un pequeño espacio para poder acomodarse dentro del fuselaje.

Sus manos dejaron el rosario que colgaba en su cuello. En aquel momento lamentaba que la fé de Carlitos no la ayudara, o las voces colectivas de los chicos rezando. Habían perdido vidas preciadas con el alud, y los ojos de la chica se llenaron de lágrimas al observar a Javier sostener en sus brazos el cuerpo fallecido de Liliana, una acción que Eduardo imitaba con Marcelo.

Los crujidos del fuselaje y el estruendo de la tormenta hicieron que el miedo de Cecilia aumentará. Las palabras de Tintín eran ciertas, sospechando que podrían tener toda la montaña encima de ellos. Cecilia dobló sus rodillas para poder ocultar su rostro, tratando desesperadamente de contener sus sollozos.

Sus respiración comenzó a calmarse en cuanto Roberto pasó su mano por su brazo, el cual mantenía sobre los hombros de la chica. Cecilia se aferró a su mano, manteniendo su rostro escondido para no escuchar nada más que un ruido blanco, provocado por sus palmas presionando con fuerza contra sus orejas.

Aquella noche fue insoportable. Las ojeras de Cecilia se intensificaron aún más, pero agradeció que el sonido de la tormenta había disminuido. Prefería mil veces el silencio que la dejaba escuchar el latido de su propio corazón que aquel ruido estruendoso. Al despegar su cabeza del pecho de Daniel, a quien se había aferrado y acurrucado durante las horas de la noche, logró ver un pequeño indicio de luz ingresar al fuselaje.

SAFE AND SOUND | MATÍAS RECALTWhere stories live. Discover now