Capítulo uno

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EXTRAÑOS EN LA OSCURIDAD▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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EXTRAÑOS EN LA OSCURIDAD
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Eran pasadas las tres y media de la mañana del antepenúltimo sábado de agosto cuando Ezra Benjamín West, de dieciocho años de edad, plantó pie dentro de su terreno hogareño en el corazón de Brooklyn. Por una costumbre común, y para no causar escándalo al subir la escalera de madera que daba entrada a su departamento, se quitó las botas. Siempre lo hacía cuando su padre estaba en casa, lo que no era el caso, y lo implementaba como una técnica para no despertar su sueño ligero. Por sobre todas las cosas, lo hacía para que no supiera la hora en la que regresaba por las noches, ya que como todo padre sobre la tierra, tenía sus reglas y una de ellas era llegar a horario. «Mi casa no es un motel» solía decir. Si bien Daniel West era una persona poco exigente, existían situaciones que lo hacían volverse estricto y algo pesado ante los ojos de su hijo. «Los demonios salen por las noches» era otra de sus frases célebres, buscando causar impacto en él. Para su desgracia, Ezra sostenía que debía temer más a los vivos que a los muertos. De eso él sabía de sobra y más después de la noche que acababa de tener.

Hacía poco más de dos semanas que tenía la casa para él solo. Fue todo un logro que su padre dejara por una vez su oficio como dueño e instructor del club de arquería de Brooklyn y aceptara la propuesta de unos viejos amigos de hacer un viaje por Europa occidental. Le dio mil vueltas antes de que Ezra finalmente lo convenciera de que nada malo iba a suceder en su ausencia y que, tarde o temprano, tenía que dejarlo volar. Porque sucedería, algún día tendría su propio departamento y dejarían de verse las lagañas todas las mañanas. No lo culpaba por pensar que al regresar él no estaría, justo como una vez supo hacer Nora. Pero él no era su madre, nunca lo abandonaría, no importaba cuáles fueran las circunstancias.

El silencio del departamento lo aturdió. Encendió las luces de la cocina cuando pasó a beber un vaso de agua helada y la apagó al instante en que lo terminó y fue a su cuarto. Pensaba dormir hasta que no soportara la almohada, pues fue una jornada agitada y fuera de lo normal en lo que servir alcohol y limpiar mesas respecta. Sin embargo, no fue el trabajo lo que le causó jaqueca esa noche, sino lo que llegó después de su turno, mas no quería pensar en eso o darle mucho sentido porque no lo tenía. Se lanzó a la cama, manteniéndose estático hasta que sintió la necesidad de respirar y consideró darse un baño para aliviar el dolor y quitar la molestia del sudor en la piel, pero sus deseos se vinieron abajo al escuchar algo perforar el vidrio de su ventana.

Saltó de la cama, tan rápido que tardó un segundo en recuperarse del subidón y entonces otro golpe llegó, siendo este suficiente para que se tensara de pies a cabeza. Estaba solo y la persona conocida más cercana vivía a unos veinte minutos cruzando el puente hacia Manhattan. Preso del pánico, se tiró al suelo y cogió el móvil de su bolsillo dispuesto a llamar a la seguridad del club que se desarrollaba en la planta baja de su hogar. Cambió de opinión cuando vislumbró el estuche negro donde guardaba el arco que su padre le obsequió al cumplir trece años. Estiró el brazo atrayéndolo de lo que fue su escondite por años y lo retiró de la funda de terciopelo junto con las flechas que venían a juego y nunca usó.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora