Capítulo cincuenta y siete

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POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE

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POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE. HOLA Y ADIÓS
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Siempre fue pálido, blanco, igual que las nubes de un cielo limpio, y ahora se veía extraño con los brazos oscuros, manchados. Tenía suciedad que no pudo limpiar con agua y también runas, de todas clases, distribuidas por cada lugar visible de su cuerpo. Su padre, John, prefería que las usara en el pecho, bajo la tela de una camiseta porque decía que Kaleem era tan cazador de sombra como mundano y debía respetar aquello. Él lo obedecía, aunque Kaleem lo hacía más por respetar la memoria de su madre que por otra cosa.

—Avancen —susurró Jace, desde su escondite.

Vigilaban el Gard Oscuro —así le habían apodado—, escondidos detrás de una piedra inmensa. Ezra, Kaleem, Emma y William ocupaban una, y Alec, Isabelle y Clary otra más lejana, mientras que Simon iba por su cuenta porque pese a quien le pese era un vampiro y era el más veloz del grupo.

Ventajas de ser un hijo de la noche, dijo Kaleem en su momento.

En el transcurso del día, Jace y Alec se ocuparon de hacer guardia y vigilar la ciudad destruida y descubrieron que los Cazadores de Sombras Oscurecidos ocupaban ese lugar. No hubo indicios de Sebastian o de sus guardias más cercanos, pero Jace insistía en que esa podría ser su guarida y, posiblemente, el lugar donde mantenía a los prisioneros. ¿Qué hacían allí si no?

Tenían un plan. Por mucho que Jace luchara contra ello, lo había ideado Simon mediante su práctica en Dragones y Mazmorras; consistía en juntar a un grupo de Oscurecidos y robar su ropaje para hacer uso de él y así poder llegar al Gard sin ser descubiertos. Si funcionaba o no, no lo sabían, pero debían de intentarlo porque era la única estrategia con la que contaban hasta el momento.

Se reunieron con el otro grupo en una piedra alta y ancha que los cubría a todos. Vio a Alec darle a Ezra varías miradas de soslayo, una mirada que gritaba preocupación. Sin embargo, Kaleem sabía que en verdad quería verle los ojos. Él los vio, William los vio, todos notaron el tono dorado que brillaba en ellos cuando Ezra se desplomó en la Sala de los Acuerdos. Para Kaleem no era ninguna novedad. Estaba al tanto de su poder de curación, presenció su inicio en casa de Magnus. Su amigo Ezra era especial y poco sabían del enorme poder que cargaba en el cuerpo.

—Oscurecidos —dijo Jace, ya con la espada en la mano—. Nueve.

—Un número perfecto —repuso Emma, una de las comisuras de su boca subió.

—Tú no te vas a mover a menos que lo requiera la situación —le dijo Alexander, dándole una última mirada por el hombro. Tensó la cuerda y se aventuró sobre la roca, siendo el primero en atacar.

Un grito sordo se escuchó del otro lado mientras Kaleem desvainaba a Durandal y la agitaba hacia uno de los Oscurecidos que se tiró sobre él al advertir que estaban siendo atacados. Lo miró, asegurándose de no conocerlo, y procedió a eliminarlo, abriéndole el pecho de punta a punta. Por otro lado, Ezra, con el simple tirar de la cuerda, dio en el corazón sin vida de una mujer rubia que cayó de frente con una flecha atravesándole el pecho. Y William blandió a Excalibur cortando el cuello de un hombre calvo, cuya cabeza rodó por la colina terrosa del Gard Oscuro. Captó a Simon pasar por su lado, tan rápido como una flecha, y tirarse como un gato sobre el último de los Oscurecidos que quedaba en pie. Éste resbaló hacia atrás y no tuvo tiempo de gritar porque ya tenía los colmillos enterrados en el cuello.

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now