Capítulo veintinueve

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EL NOMBRE DE LOS HÉROES▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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EL NOMBRE DE LOS HÉROES
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Estar en Idris era un alivio para el alma atormentada de Alexander Lightwood. Quizás su partida de Nueva York no fue la mejor idea después de un ataque sorpresa. Y no sería lo mejor, considerando que llevaron a Simon —un vampiro recién convertido— sin autorización. Destacaba que cuando puso un pie en la ciudad que lo vio nacer —y que luego lo exilió—, el aire puro, libre de tóxicos, le implantó un sentimiento de bienestar y tranquilidad que no sentía hacía mucho tiempo.

A primera hora del día, apenas se instalaron en casa de los Penhallow, su madre partió al Gard a la reunión del Consejo que estaba por entrar en sesión. Eso quería decir que él estaba a cargo de vigilar a sus hermanos, que sorpresivamente, también se les permitió ir. Y por supervisar, se refería a Isabelle, que con Simon merodeando por la casa no hacía más que intentar llamar su atención. También estaba Max que parecía entretenido con sus cómics y luego Jace, pero Alec era consciente que no tenía control sobre él, ni siquiera un poco.

─Muévanse. No estamos haciendo una visita de interés histórico ─habló Jace, haciéndose paso entre Simon e Isabelle, que observaban la decoración de la casa. Fue hacia Aline Penhallow, sentándose muy cerca de ella, casi pegados, en el sillón de la sala donde Alexander se encontraba.

─¿Este es el vampiro? ─preguntó Aline fallando a la hora de ser precavida.

—Sutil —replicó Alec.

─Tendrás que perdonarla; tiene el rostro de un ángel y los modales de un demonio Moloch ─la excusó su primo, Sebastian Verlac, con la vista clavada en una cámara fotográfica que descansaba en sus manos.

Alzando el mentón, Alec observó una imagen en la pequeña pantalla que llamó su atención. Era una mirada azul y Sebastian hacía zoom una y otra vez observando el color de los ojos, hasta que enseñó la imágen completa. Alec palideció, un golpe de calor ascendió por todo su cuerpo. Él conocía ese rostro, de hecho lo reconocería hasta con los ojos cerrados.

─Sebastian —lo llamó, acercándose a él—. ¿Dónde tomaste esa fotografía?

El susodicho sonrió.

—Esta mañana tomé muchas fotografías —replicó. Sus ojos eran tan negros, tan oscuros que el iris no se diferenciaba de la pupila.

Alec apretó los labios y asintió, visiblemente inquieto y alterado.

—No puede ser —murmuró, perdiéndose en el momento desesperante. Aclaró la garganta y soltó la primera mentira que tuvo a su alcance—. Tengo que irme, mamá dejó sus notas e informes aquí. Voy a subir al Gard a entregárselas —dijo de camino a la puerta, colocándose la chaqueta.

Respiró profundo en un intento de sosegarse, pero cómo iba a hacerlo, si la persona que le quitaba el sueño estaba más cerca de lo pensado. Ezra, su razón de felicidad y tristeza, estaba más cerca de lo que creía, en Alacante.

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now