Capítulo treinta y uno

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MI MILAGRO▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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MI MILAGRO
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Amatis POV.

Conocí a Stephen Herondale en la Academia de Cazadores de Sombras, con dieciséis años. Era guapísimo, ojos azules y cabello rubio, sedoso. Un adonis que dejaba a hombres y mujeres sin aliento. En esa época si eras guapo imponías mucho, y yo consideraba que si era alguien popular, no podía ser buena persona. Esas dos cualidades no compartían nunca la misma oración. Los Graymark nunca fuimos una familia importante, manteníamos un perfil bajo, pues eso es lo que nuestros padres nos enseñaron, por lo que consideraba poco probable que pudiera —alguna vez— intercambiar palabras con él.

Un año después, Valentine Morgenstern fundó el Círculo. Mi hermano Lucian era su mejor amigo así que Valentine lo atrajo bajo sus alas. Aunque mi hermano se apuntó sin siquiera pensarlo porque él creía en su amigo, creía que todos sus propósitos eran para un bien común. La manipulación fue su fuerte, por eso también me uní. No estaba muy convencida, mas acepté luego de un acuerdo de terminar con las personas del submundo que corrompieron las leyes. Me hacía sentir valiente, rebelde y sobresaliente por una vez en mi vida.

El Círculo se reunía por las noches en los bosques de las afueras de Alacante, fue en ese entonces cuando Stephen comenzó a hablar conmigo. La primera vez quiso saber mi opinión, qué pensaba sobre cada decisión que Valentine tomaba en nombre de todos. Yo me abría completamente a él, podía ser honesta. Esa misma noche, luego de que la reunión terminara, me acompañó a casa. Recuerdo las miradas de las demás jóvenes del grupo... eran maliciosas, cargadas de celos y envidia. Poco me importaba. A Stephen le gustaba conversar, incluso cuando yo no tenía nada que decir, él exprimía mis palabras.

Jamás cruzó por mi cabeza enamorarme tan rápido, tan fuerte. Lo hice. Lo hicimos. Nos enamoramos perdidamente. Fue algo mutuo y se sentía tan bien que solía despertar en medio de la noche y cuestionarme si mi vida era una fantasía.

Un día, justo igual a cualquier otro, caminábamos a casa de mis padres cuando él me detuvo a mitad de camino y tomó mi mano. Pensé que todo terminaría, mi corazón se rompió por una milésima de segundo. Por el contrario, él dijo «Te amo... ¿Me has oído, Amatis Graymark?» y así fue cada ocasión en la que decía lo mucho que me quería. Yo me encontré consternada, incrédula de lo que escuchaba, de lo que salió de su boca. Era feliz.

Al cumplir los dieciocho años optamos por casarnos. Hicimos una pequeña reunión con nuestros amigos y familiares más cercanos. Ese día, en el salón del Ángel, recitó una frase familiar que su padre le mencionó y a él su padre y así por generaciones. «¿Me has oído, Amatis Herondale? Estamos unidos tú y yo, por encima de la separación de la muerte. Por todas las generaciones que puedan venir. Para siempre». Nos mudamos juntos a esta casa, era de su familia y ellos no la ocupaban porque Marcus e Imogen vivían en la casa solariega. Lucian y su amiga, Jocelyn, nos visitaban siempre, también Valentine, aunque él no hacía más que encerrarse junto a Stephen en el sótano por horas.

Y de repente, las cosas comenzaron a cambiar. Valentine invitó a Lucian a una misión, iban a limpiar una guarida de licántropos. Según Valentine eran los culpables de la muerte de su padre. Por supuesto, Lucian aceptó, eran mejores amigos, parabatai. Ambos volvieron esa noche, fue mi hermano quien se llevó la peor parte. Esa noche fue mordido por un lobo. Valentine decía que tres de cuatro mordidas pueden transformarte, pero él era vil, sabía lo que iba a suceder la siguiente luna llena. Y así fue. Ahora Valentine necesitaba un nuevo lugarteniente, para mi desgracia, eligió a Stephen y cuando lo hizo decidió que tal vez no sería apropiado que la esposa de su amigo más íntimo y consejero fuese alguien cuyo hermano era un monstruo. No tardó mucho en convencer a Stephen para que anulara nuestro matrimonio y se buscara otra esposa, una más joven, más bonita, una que el mismo Valentine escogió. Su nombre era Celine Montclaire.

No volví a ver a Stephen después de ese día y fue en ese entonces cuando descubrí que estaba esperando un hijo. Abandoné el Círculo, desde luego, ya no me habrían querido allí y tampoco quería que supieran de mi embarazo. La única persona que seguía frecuentando era Jocelyn, solo porque me contaba de la nueva vida que mi hermano hizo luego de que le cerrara la puerta en la cara.

Nueve meses después, cuando Ezra tenía unos días de vida, alguien golpeó mi puerta en medio de la madrugada. Para mi sorpresa, se trataba de Stephen. No lo dejé entrar, no quería que supiera de mi hijo porque oí que su esposa también esperaba un hijo suyo. Dijo que iban a atacar un nido de vampiros y que quería despedirse de mí. Me entregó una caja y se despidió muy cordial, besó mi mejilla y volvió por su camino, mas se detuvo a pocos metros y giró a enfrentar mi mirada. «Te amo... ¿Me has oído, Amatis Herondale? Estamos unidos tú y yo, por encima de la separación de la muerte. Por todas las generaciones que puedan venir. Para siempre» dijo. Él sabía que iba a morir esa noche, que Valentine lo mataría.

Supe de su muerte días después de que ocurriese. Y Celine... guardaba mucho resentimiento hacia ella, eso no me privó de sentir lástima por su alma cuando escuché que se cortó las muñecas tras la noticia. Vi a Imogen en el funeral, no se enteró de mi presencia, y Marcus, él murió uno o dos meses más tarde. De alguna manera, Imogen encontró la manera de salir de su situación siendo Inquisidora. La Clave consideró que nadie perseguiría más despiadadamente a los miembros del Círculo de cómo ella lo haría.

Yo, por otro lado, pensaba que no tenía ningún motivo para salir adelante. No le veía sentido a la vida sin Stephen. Estaba sola. Sin mi hermano, sin mi marido. Entonces conocí a Eliza Wayland, una joven que al igual que yo perdió a su familia a manos de Valentine. Él los prendió fuego, a su marido y a su hijo. Me aterró cuando descubrí aquello, no quería que Valentine supiera de Ezra, así que cuando Eliza comentó que se iría le rogué para que llevara a mi hijo con ella, que lo protegiera. No podía acompañarlos porque sabía que me estaban vigilando y que muy pronto sería novedad. Nunca adoré ese estilo de vida. Preparé un bolso esa misma mañana y mientras lo hacía encontré la caja de Stephen. No había tenido valor para abrirla hasta ese día, cuando sujetaba la diminuta mano de mi hijo por última vez. Tenía algunas de sus posesiones y dos cartas. Una estaba escrita para el hijo no nacido de Celine y otra llevaba escrito, con su caligrafía: Para mi milagro, Ezra.

El resto, ya lo saben.

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now