Capítulo dieciocho

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MUERTOS EN VIDA▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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MUERTOS EN VIDA
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La mesa de noche emitió un sonido escalofriante cuando el teléfono móvil de Ezra vibró sobre ella. No era la primera vez en la noche que lo hacía, sí la primera vez que él estaba despierto para escucharlo. Con el corazón a mil por hora y una mano en el pecho a consecuencia del susto, encendió la lámpara y cogió el teléfono respondiendo sin siquiera ver la pantalla.

¿Ezra? —escuchó una voz. Esa voz. Alec.

Un escalofrío nervioso le recorrió la longitud de la espalda. Contuvo el aliento sin saber que decir o cómo actuar. Apartó el teléfono para coger aire por la boca y se recostó en la cama. De pronto, pareció haber olvidado cómo hablar.

Ezra... —Silencio. Casi podía imaginarlo vacilar mientras escogía las palabras adecuadas—, necesito saber si estás bien —prosiguió Alexander. Y antes de que pudiera decir otra cosa que lo haga sentir como la peor escoria del universo, algo que ya se consideraba, finalizó la llamada.

Apagó el teléfono y lo arrojó al cajón de la mesa de noche hasta que tuviera claro qué decir.

Una semana transcurrió desde la última vez que vio a Alexander Lightwood. Siete días desde que lo contempló inconsciente, casi al borde la muerte, tirado en una cama deshecha de la enfermería. La vida imagen de la muerte. Conocía por Magnus que estaba bien, que poco a poco se recuperaba y que la única secuela que enfrentarse a un demonio mayor dejó en su cuerpo fue un pie fracturado y un par de lastimaduras. No quería pensar en Alec, ni en nada que lo relacione. Creyó que alejarse sin más y dejar que prosiga con su vida cotidiana como si nunca hubiese existido. Era lo correcto. Lo correcto para ambos.

En sus noches en vela descubrió que no pensar —o intentar no hacerlo— era incluso peor. Lo echaba de menos y no existía nada que le arrancara el sentimiento de culpa por los eventos de la semana pasada. Necesitaba que se lo arranquen del pecho y así poder seguir adelante. Decir qué Magnus fue de mucha ayuda era decir poco. No solo ayudó a Alec, sino que también le dio un espacio en su hogar donde esconderse para evitar ser encontrado. No quería saber nada de los cazadores de sombras, al menos no por un largo periodo de tiempo. Estaba agotado de esa nueva vida y necesitaba espacio para respirar y ver todo de una perspectiva diferente a la normal.

Lo que quedó de la noche, no fue capaz de dormir. Dio vueltas en la cama reprimiendo las ganas de tomar el teléfono y marcarle y confesarle todo lo que sentía. Quería decirle que estaba bien, que quería verlo y que pese al corto tiempo, lo quería. Luchó contra sus sentimientos hasta que amaneció y salió de la habitación para preparar el desayuno. Resulta que a Magnus le gustaba como cocinaba, no sabía si eso iba incluido en el hecho de que haya insinuado que él era de su propiedad o no, pero era lo mínimo que podía hacer.

—No voy a hacerle daño si eso es lo que te preocupa, querido —decía Magnus, con su voz seductora—. Puedes aceptarlo como... un proyecto.

—Magnus, no es eso lo que realmente me preocupa —dijo otra voz y calló de golpe.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora