Capítulo treinta y ocho

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LA PARTE FALTANTE▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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LA PARTE FALTANTE
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Londres, tres semanas después.

Giró en la cama, apartando el edredón de su cuerpo, pateándolo hasta que este solo le cubrió los tobillos. No lo necesitaba. La chimenea en una esquina de la habitación se ocupaba de mantenerlos calientes, lo suficiente para calentar todo el dormitorio. Observó la hora en su teléfono, eran más de las doce y treinta de la noche y Ezra no aparecía. Se quedó dormido, fue su primera sospecha, seguido a: Quizás subió al tejado. Declinó el pensamiento cuando recordó que nevaba en el exterior.

Se levantó y cogió unos vaqueros, un sweater y se colocó las botas, saliendo del dormitorio sin siquiera amarrarlas correctamente. Buscó en los lugares menos pensados, perdiéndose de a ratos, hasta que terminó acudiendo a una ayuda innecesaria, pero la situación lo ameritaba.

—¿Alexander? —Kaleem Carstairs murmuró tras abrir la puerta de su cuarto. Lo observó con ojos dormidos y la marca de la sábana en la mejilla—. Es media noche, ¿Qué haces aquí?

—Ezra no está, se fue, se marchó —expuso, directo y sin vueltas.

Kaleem se restregó el rostro con el dorso de la mano y enderezó el cuerpo.

—¿Qué quieres decir con que se fue?

—Quiere decir lo que dije, que desapareció.

—¿Estás seguro?

—¡Sí! —exclamó, harto—. Busqué por cada rincón del instituto y, créeme que no estaría golpeando tu puerta a mitad de la noche si no fuera necesario. Me preocupa que siga empeñado en buscar a ese tipo.

El británico meneó la cabeza ante la mención de William. No se creía ni un poco la historia de ese desconocido. No le interesaba todo lo que sabía, no quería saberlo.

—Bien —Kaleem suspiró y miró hacia el interior de su habitación—. Iremos a buscarlo. Me reuniré contigo en cinco minutos.

Cuando intentó cerrar la puerta, Alec puso el pie.

—¿Estás con alguien? —susurró el ojiazul con ojos grandes.

El rostro de Kaleem se encendió. Todo un poema.

—Cinco minutos —decretó y le cerró la puerta en la nariz.

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Descansó los brazos en la barra de madera pulida por los años y meneó la cabeza apartando los mechones ya rubios que le cosquilleaban la frente. Estaba desabrigado, subestimando el clima de Londres, y la lluvia no ayudó mucho, en consideración, ahora tenía los hombros húmedos y congelados. Hubiera sido diferente si llevara el uniforme de combate, pero se vería ridículo y llamaría por demás la atención.

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now