Capítulo cincuenta y tres

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LA CORTE SEELIE▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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LA CORTE SEELIE
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—Voy contigo —decretó Helen Blackthorn cuando Kaleem le explicó lo que tenían pensado hacer.

Él no se molestó en mirarla, por el contrario seguía registrando la despensa en busca de comida para guardar en su mochila. Guardó fruta y barras de cereal.

—Necesito que te quedes aquí con los niños —explicó Kaleem, abriendo la heladera.

—No es justo, te llevas los mejores luchadores.

—¿De qué hablas? —indagó, cogiendo botellas de agua.

—Los Herondale, son los mejores luchadores.

—¿Ezra?

—Bueno —chasqueó la lengua—. Dicen que le dio una paliza al innombrable y la gente lo ha visto pelear en la ciudadela. Y ni hablar de Jace, él es simplemente genial.

—¿La gente dice eso? —preguntó él, sorprendido pero no desconcertado. Los mechones de cabello que caían sobre su frente comenzaban a congelarse.

—Oh, ellos dicen mucho más que eso —replicó otra voz.

Kaleem cerró la puerta y se enderezó antes de voltear a enfrentar al portador de dicha voz. Pero ni siquiera pudo pronunciar algo hacia su «hijo» porque, de pie junto a él y para su sorpresa, se hallaba aquella chica que copó sus pensamientos cada día por las pasadas semanas.

—Esta es Emma —añadió William, rodeándola con un brazo. Acción que causó estragos en Kaleem.

—Tu amiga —asimiló el británico—. ¿Dónde se conocieron?

—En el juicio —replicó esta vez Emma—. Los dos fuimos juzgados por la espada mortal el mismo día.

Asintió buscando un lugar donde mirar para dejar ir sus pensamientos. Emma era extraña, siempre lo supo. No recordaba de dónde venía, si tenía familia o como siquiera llegó a Idris. Pero también debía admitir, pese a su extrañeza, que sentía confianza en ella, en su sinceridad.

—¿Amigo... estas bien? —Helen le apretó el hombro.

Casi pudo escuchar la voz de Ezra burlándose de él.

—Sí, claro que sí —habló, sacudiendo la cabeza para posar los ojos en la pareja recién llegada—. Tengo que irme, están esperando por mí.

Entonces notó que William, e incluso Emma, vestían un traje de combate y cargaban una mochila repleta.

—¿Quién...?

—Emma, mi... ¿tía? —replicó William haciendo una mueca.

—Ni lo sueñes —sentenció.

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—¡Ah! ¡Ahí viene la pareja feliz! —Isabelle exclamó en modo de protesta, cruzada de brazos y piernas—. Cuando dijimos una hora, no nos referíamos a una hora completa.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora