Capítulo veinticuatro

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LO QUE LLEGA DE LA OSCURIDAD▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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LO QUE LLEGA DE LA OSCURIDAD
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El primer día despertó desorientado, le costaba mentalizar que no estaba en casa, sino en un lugar nuevo y desconocido. La habitación era bonita, el doble de lo que era en Nueva York y tenía un aroma particular, rico. Estaba amueblada con un armario enorme, una cama de doble plaza y dos mesas de noche a cada lado que contenían una lámpara de luz mágica de porcelana blanca. En la esquina se hallaba la pequeña chimenea y justo en frente de esta, un sillón de terciopelo azul. Todo era anticuado, pintoresco y reconocía que aquello le fascinaba. Despertar allí, entre tanta historia casi parecía que había vuelto en el tiempo, si es que eso era posible en su mundo.

Aún así no estaba a gusto, seguía faltando algo... la habitación de Alec no estaba doblado el pasillo sino que estaba a miles de kilómetros cruzando el océano. Repudiaba el sentimiento. Repudiaba que Alec no se despidiera por estar tan enfadado que el orgullo no lo dejó ver que lo perdía y no es como si Ezra hubiera podido regresar a la biblioteca y hablarle. Ni loco. No delante de la inquisidora. Si a Alec no le importaba, tampoco tendría que importarle su falta de atención.

Molesto, se despojó de la colcha de edredón blanco y estiró el cuerpo para finalmente incorporarse y correr las cortinas para iluminar la habitación. Hasta que recordó que estaba en Londres y que el sol solía esconderse detrás de las nubes más a menudo. Se sintió desilusionado, mas la vista compensó el bajón que la falta de calor le causaba a su humor. Desde la ventana se podía apreciar casi toda la ciudad. Y una vez más se halló sin palabras. Las edificaciones en Londres eran desproporcionadas, viejas y delicadas.

Cuando el viento frío le caló hasta los huesos, decidió que era tiempo de una ducha caliente. Tardó media hora en prepararse y abrigarse a gusto, para luego salir de su cuarto enfrentándose a un corredor tan extenso y con tantas puertas como Londres tenía habitantes. Se encontraba exhausto cuando llegó que olvidó por completo el camino, Kaleem le había asegurado que le mostraría todo el lugar en cuanto descanse un poco y Ezra comenzaba a pensar que era más temprano de lo que pensaba.

Desorientado, fue primero hacia la derecha y luego otra vez hacia la derecha. Su padre siempre le decía que para salir de un laberinto, lo correcto era girar hacia la derecha y Ezra se tomó tan a pecho que comenzó a practicar con el pasillo del instituto. En efecto, desembocó en el salón principal.

—Buenos días —saludó una voz dulce y femenina que lo hizo voltear. Una muchacha extra delgada casi huesuda, de su misma estatura, cabello rubio y sonrisa tímida, lo observó con ojos curiosos.

Algo en ella lo hizo sonreír.

—Hola... buenos días —replicó Ezra, sin saber cómo continuar. Kaleem omitió hablar de otras personas viviendo allí, pero era de esperarse que no fueran los únicos bajo el mismo techo. Después de todo, los institutos estaban abiertos al público.

—Soy Millicent, ama de llaves y encargada de mantener el orden —habló, entusiasmada para ser tan temprano por la mañana—. Kaleem ha salido por cuestiones laborales, regresará a media mañana a más tardar. Ahora señor...

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now