Capítulo treinta y cuatro

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VEINTICUATRO HORAS▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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VEINTICUATRO HORAS
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Un par de voces susurrantes lo despertaron y Ezra abrió los ojos. Miró el techo, desorientado. Desconocía el lugar donde estaba, podía decir, que a simple vista, le recordaba a una habitación cualquiera de un instituto. Había notado con el tiempo que todo olía de la misma manera, como si tuvieran un aroma particular que los diferenciara del resto de edificios del mundo. Nada le sorprendía ya. Recordó que no estaba en Nueva York, tampoco en Londres, seguía en Alacante y algo terrible sucedió la última vez que tuvo los ojos abiertos.

—Esto tiene que ser una broma —alegó un masculino, que al instante reconoció como Kaleem, y dio las gracias de que estuviera bien. Recordaba haber visto su rostro antes de caer dormido—. Las personas están siendo juntadas en la plaza como si fueran un montón de basura y yo estoy aquí ocupando un lugar solo porque mi apellido significa algo para ti. Te recuerdo que el inquisidor y el cónsul me quieren muerto. Las cosas serían diferentes si no hubiéramos huido.

Ezra se volvió hacia la dirección de su voz y se topó con un foco de luz mágica tan blanca y fuerte que tuvo que pestañear hasta adaptar la vista a su intensidad. Repitió la acción un par de veces. Una vez recuperado, observó a Kaleem sentado en una cama, exactamente a cuatro camas de distancia de donde él se encontraba acostado. En medio de ellos, estaba esa chica, Emma. Kaleem tenía el pantalón destrozado por la rodilla, el torso desnudo y un vendaje que abarcaba todo su hombro izquierdo y parte del brazo. Junto a él, se hallaba Arthur, derrochando angustia por cada facción del rostro y por detrás, destacando por su altura, un Hermano silencioso. No pudo percibir cuál de ellos era, pero algo le decía que se trataba del Hermano Zachariah porque era con quien más relación ellos tenían.

—¿Por qué no pueden entender que soy inútil? ¡No puedo moverme! ¡Maldita sea! —vociferó Kaleem, rojo de impotencia. Era la primera vez que Ezra lo escuchaba maldecir, incluso podría decir que era la primera vez que lo veía realmente enojado—. Por favor, quiero estar solo.

Abrió los ojos —después de cerrarlos cuando su amigo comenzó a levantar la voz— al escuchar la puerta cerrarse. Todo lo que se oía era la respiración relajada de la muchacha de al lado. Ayudándose con las manos logró incorporarse y tanteó el suelo comprobando el estado de su pierna. No le dolía como pensaba que lo haría considerando que alguien se la partió en dos. De hecho, parecía que eso nunca había pasado. Tras comprobar que todo estaba en su lugar, caminó hacia su amigo, a paso lento para no alterarlo.

Kaleem estaba sentado en la cama con la espalda apoyada en el respaldo y los ojos cerrados. Respiraba fuerte, el pecho le subía y bajaba de manera descomunal. Ezra se sentó en la cama y él abrió los ojos, observándolo con las pupilas dilatadas y la mirada desencajada como si fuera transparente y pudiera ver a través de su cuerpo. Ezra era consciente que debía de estar hecho un desastre, con la camiseta manchada de sangre, descalzo y los jeans rotos. Entreabrió la boca e inconscientemente bajó la vista de aquellos ojos marrones a la piel pálida de su torso desnudo. Kaleem tenía los hombros anchos y el estómago plano, enseñaba el trabajo duro de años de entrenamiento. Había cicatrices, algunas recientes, otras eran apenas visibles, marcas blancas que se desvanecían. Pero no había runas. Su piel estaba libre de ellas.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora