Capítulo diez

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EL GRAN BRUJO DE BROOKLYN▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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EL GRAN BRUJO DE BROOKLYN
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—¡Jace! ¡Isabelle! —gritaba Alexander Lightwood en su desesperado camino a la enfermería con Ezra en brazos. Divisó el demonio apenas movió la vista de él y a pesar de intentar advertirle sobre éste, no fue suficiente rápido para salvarla del ataque.

Falló.

Ezra, con la poca energía que le quedaba en el cuerpo, jadeaba de dolor. Un dolor insoportable jamás experimentado en sus cortos dieciocho años de vida. Nunca se quemó con ácido, mas algo le decía que la sensación y el dolor no debían de ser muy distintos. No podía aguantar más. Hizo el intento de hablar y nada cuerdo salió de su boca, solo palabras entreveradas y sangre. Su propia sangre.

—No hables, solo respira. Ezra, intenta respirar —escuchaba la voz de Alec rogar con desespero y como si la vida le jugara en contra todo se volvió negro.

Alec pateó la puerta con fuerza e ingresó a la enfermería donde la recostó en una de las cientas de camas deshechas.

—¿Qué quieres? —Jace preguntó, deteniéndose en el marco de la puerta. La mirada puesta en sus manos, que jugaban con una daga pasándola entre los dedos. Al no obtener respuesta, lo miró—. ¡Oh por el Ángel, Alec...! ¿Qué diablos pasó? ¡Alec!

—Un demonio, ahora no hagas preguntas, necesito de tu ayuda —replicó el ojiazul, limpiando la piel del cuello de todo rastro de sangre e icor para luego dibujar un Iratze en el hombro izquierdo del muchacho, lo más próximo a la herida. Con esa runa eran dos las que Ezra tenía en el cuerpo, ambas veces completamente ajenas a su conocimiento.

—¿Cómo llegó a esto? —preguntó Jace, ahora a su lado, ayudando a limpiar el icor para que no se entrevere con la sangre. Ambos tenían la misma mirada desolada, pero la de Alec parecía casi agonizante.

—Un demonio Drevak lo atacó justo en el callejón cruzando la calle —explicó, esperando que la runa hiciera efecto, sin embargo el Iratze se desvaneció, la herida seguía abierta y Ezra no se movía—. Necesito que lo sujetes, voy a quitar las espinas —dijo moviéndose hacia la estantería del fondo de la sala, allí donde guardaban todos las medicinas y los instrumentos quirúrgicos. La voz le vibró de nervios.

—¿Se rompieron? —cuestionó su hermano en voz baja. Alec no parecía escucharlo, estaba demasiado ocupado tirando todo de los muebles, revolviendo en busca de algo—. ¡Alec! ¿Las espinas se rompieron o no?

El pelinegro pestañeó.

—No... No lo sé —vaciló—. No tuve tiempo de matarlo, solo pude apartarlo y correr hacia aquí.

Jace dejó escapar una exhalación.

—Si las espinas se quiebran en su interior puede morir ¿Lo sabes? —comentó, mirando el mal aspecto que traía Ezra. Tenía el cuello morado, casi azul pálido y cubierto de rastros de su propia sangre e icor de demonio—. Un Iratze y un par de pinzas no van a ayudar, necesita una energía mayor, no hay mucho tiempo.

Warrior | Alec LightwoodWhere stories live. Discover now