I. Alas rotas

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El pueblo, envuelto por humo denso y oscuro, se ilumina con llamas fieras que destruyen todo aquello que se encuentra a su alcance sin piedad alguna, la atmosfera que me rodea se siente pesada. Avanzo entre escombros y cuerpos sin vida, los gritos de los que aún viven hacen eco en el ambiente, veo a mis compañeros correr, echar abajo puertas, arrastrar a campesinos por el suelo y asesinarlos sin ningún ápice de compasión.

El fuego que surge de mi cuerpo ha arrasado media población y sigue ardiendo, robando vidas.

He llegado a un descampado, la hierba está quemada y es difícil respirar entre tanto humo pero queda un árbol en pie. Un limonero en flor al que, por alguna razón, mis llamas no han llegado. Me acerco a él y acaricio su corteza, sin darme cuenta se me escapa una lágrima.

Mi madre solía hacer tartas con los limones que recogíamos del árbol que teníamos sembrado frente a la ventana de la cocina y se las llevábamos a los vecinos que vivían en el pueblo que el ejército está arrasando con mi ayuda.

Un ligero golpe en mi pierna interrumpe mis pensamientos, me giro bruscamente para encontrarme a una niña tirada a mis pies, su sangre ha trazado un camino que lleva hasta donde ambas nos encontramos. Se ha arrastrado hasta llegar a mí, su mano descansa sobre mi bota y, de repente, me encuentro paralizada. Justo entonces la niña levanta la cabeza, su melena castaña cubre parte de su cara, que está llena de cortes, quemaduras y restos de suciedad. Me mira a los ojos durante lo que para mí se siente como veinte largos segundos, su mirada está llena de dolor y sus ojos de lágrimas, abre la boca para intentar hablar pero no logra pronunciar palabra.

En ese instante separo mi mirada de ella para mirar al frente, observo el caos, las casas derruidas, los cuerpos tirados en el suelo, el fuego que yo he provocado, ese fuego que ha quemado la cara de esa niña y acabado con la vida de sus vecinos, padres, hermanos... Bajo la mirada al mismo tiempo que mi cuerpo para agarrar suavemente de la cara a esa pequeña y frágil niña, le quito el pelo de la cara y ambas comenzamos a llorar. Me he convertido en un verdadero monstruo, mis llamas jamás tuvieron la misión de destruir. La niña tose y empieza a salir sangre de su boca, me percato de que tiene un disparo en la espalda. Mientras las lágrimas brotan de mis ojos, suelto con cuidado su cara y pongo mi mano en su espalda, rezando a todos los dioses para que esta vez mi sanación surta efecto. Mis lágrimas son cada vez más frecuentes, mis emociones se descontrolan, mi corazón no para de doler mientras soy testigo de cómo la vida de la niña se apaga sin poder hacer nada para remediarlo a pesar de tener el poder para ello.

He fallado, otra vez.

Muere mirándome a los ojos, con lágrimas en los suyos y lo único que puedo hacer es apretarla contra mi pecho y gritar con dolor.

Jamás me acostumbraré a esto... Me digo a mí misma.

Me levanto con la niña en mis brazos y la coloco con delicadeza bajo el árbol, apoyo mi frente contra la suya.

- Mi misión era usar el poder que me regalaron los Elementos para hacer el bien –susurro, entre sollozos –pero te he arrebatado la vida a ti y a miles de personas con él. Lo siento, lo siento con toda mi alma...

Debería haber muerto yo aquel día, si es en esto en lo que iba a acabar convirtiéndome.

- Mamá – gimo con dolor – he echado a perder todo lo que me enseñasteis. Soy un monstruo.

Todas las llamas que consumían al pueblo se han apagado y sólo queda el denso humo que nos rodea. No estoy segura de cuánto tiempo he pasado aquí, en el suelo, abrazada a la niña y llorando desconsolada como un bebé.

Una flor de limonero cae mecida por el humo de mi fuego sobre la mejilla de la niña. Los recuerdos de la última vez que me vi en esta situación detonan como bombas en mi mente.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora