XXV. El inicio

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No me detengo a preguntarme hacia dónde vamos hasta que me percato de que estamos cruzando Lia sin parar en ninguna parte.

― ¿Estamos yendo hacia algún lugar en concreto? ―pregunto, curiosa.

― ¿Has estado alguna vez en la playa de Elres? ―Mi respuesta es negar con la cabeza ―. Pues allí es a donde nos dirigimos, necesito aire fresco y no sentir que estoy atrapado entre cuatro paredes.

El oficial suelta una mano del volante y la usa para subirse la manga de su camisa.

―Es una pequeña cala donde no suele haber nadie, pensé que sería el mejor lugar para hablar ―continúa él, mirándome de reojo.

―Hace años que no voy a una playa ―comento poniendo mi codo en la ventanilla y apoyando mi mejilla sobre mi puño.

―Está situada al norte así que no es una playa de arenas blancas, es más bien rocosa. Se encuentra un poco lejos, pero vale la pena.

Mientras más nos adentramos en el norte más frío se vuelve el aire que acaricia mi pelo y mi piel. El sonido del automóvil cortando el viento mientras atravesamos una carretera rodeada por casas es lo único que se oye ahora.

La reunión con el General de División aparece entre mis recuerdos mientras veo cómo dejamos atrás las casas y la playa se ve a lo lejos, me cuesta distinguir qué es cielo y qué es agua.


El Capitán ha aparcado el coche en una zona despejada y ya empiezo a ver a lo que se refería cuando me describió la playa. No hay arena, sólo pequeñas piedrecitas oscuras, además, estamos protegidos por altas formaciones rocosas. El cielo está un poco encapotado y hay muchas olas, hasta este momento no me había parado a pensar en cuánto echaba de menos el sonido del mar.

―Están pensando en usar esta bahía para construir un puerto para los nuevos barcos ―explica el moreno, caminando a mi lado ―, puede que sea la última vez que veamos esta playa así de vacía.

Miro a mi alrededor y sólo veo a un hombre y una mujer que pasean en sentido contrario al nuestro. Ella va agarrada del brazo de él, ambos sonríen antes de darse un beso en los labios. Esta imagen hace que me encoja un poco de hombros y me acerque más al Capitán mientras camino, espantada.

―Tenemos que ayudarla ―le susurro al oficial, que me mira con ojos como platos.

― ¿Por qué? ―pregunta parándose.

― ¿Es que no lo ha visto? Ese hombre le ha dado un beso ―Le miro contrariada. Mi acompañante parpadea varias veces y niega con la cabeza ―. Le va a hacer daño, tenemos que hacer algo.

El Capitán me agarra de la muñeca, deteniéndome cuando comienzo a andar hacia a ellos.

―Lilith, son una pareja, no están haciendo nada malo.

―Pero cada vez que me han dado un beso en la boca ha sido el preludio de cosas horribles ―explico, con una expresión triste en mi rostro ―, ¿cómo sabe que no le va a hacer nada?

Él cierra los ojos y aprieta los labios, como si mis palabras se hubiesen clavado en su cuerpo.

―Lo sé porque el amor no es el que hace daño, son las personas ―El joven oficial me agarra suavemente de la otra muñeca ―. Lo que te han estado haciendo a ti no son actos de amor.

―No quiero que nadie vuelva a besarme jamás ―digo totalmente convencida, con la frente arrugada.

―Eso es una pena ―responde, dejando ir a mis muñecas.

Mis ojos azules se encuentran con otro par de color gris en medio de esta solitaria playa que, por alguna razón, no parece tan vacía a su lado.

―Tenemos otros asuntos que tratar, ¿recuerdas? ―continúa, guardando la distancia entre nosotros.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Where stories live. Discover now